Sábado, 14 ago (RV).- La Iglesia recuerda este 14 de agosto la memoria litúrgica del
sacerdote y mártir polaco san Maximiliano Kolbe, figura a la que también se refirió
Benedicto XVI el miércoles pasado durante su audiencia general. En esa ocasión, el
Papa dedicó su catequesis a la santidad y al martirio, y subrayó que el mártir sigue
al Señor hasta el final, aceptando libremente morir por la salvación del mundo. Tal
como lo explicó el Pontífice, su santidad nace de la profunda e íntima unión con Cristo,
porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano,
sino la respuesta de una iniciativa y una llamada de Dios, que nos hace capaces de
ofrecer la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y de esta manera al mundo.
El Obispo de Roma también subrayó que esta gracia de Dios “no suprime ni sofoca
la libertad de quien enfrenta el martirio” sino que, por el contrario, “la enriquece
y la exalta”. El Papa agregó que mártir es una persona sumamente libre, frente al
poder y frente al mundo, una persona libre que en un acto único y definitivo dona
a Dios toda su vida, en un supremo acto de fe, de esperanza y de caridad. En la última
catequesis del miércoles pasado, el Papa subrayaba que precisamente cuando leemos
la vida de los santos nos sorprende la serenidad y la valentía con la que enfrentan
la muerte.
Y este ejemplo lo encontramos en la vida de Maximiliano Kolbe,
nacido en Polonia, devoto de la Inmaculada Concepción y convencido de que la Iglesia
debía ser “militante” en su colaboración con la gracia divina para el avance de la
fe católica. En efecto, por esta devoción y convicción, fundó en 1917 un movimiento
llamado "La Milicia de la Inmaculada", cuyos miembros tendrían el objetivo de luchar
por la construcción del Reino de Dios en todo el mundo. El camino del padre Kolbe
en este empeño no cesó incluso cuando fue arrestado y conducido por los nazis, durante
de Segunda Guerra Mundial, al campo de concentración de Auschwitz. Allí, enfermo de
tuberculosis, sufrió constantes palizas hasta ser hospitalizado por una grave neumonía.
A causa de la fuga de un preso de su bloque, otros 10 fueron elegidos para
ser condenados a morir lentamente en un búnker, privados de alimento y bebida. El
comandante del campo, con total desprecio por la vida humana, escogió a los condenados
al azar. Uno de ellos lamentaba perder a su esposa y dejar a sus hijos huérfanos.
El hecho conmovió tanto el corazón del padre Kolbe que salió de las filas y quitándose
la gorra se puso en actitud firme ante el comandante diciendo: “Soy un sacerdote católico
polaco, soy anciano, y quiero tomar su lugar, porque él tiene esposa e hijos…”. El
comandante devolvió a su fila al padre de familia y se llevó al sacerdote polaco
al búnker.
El encargado de retirar los cadáveres relató que desde la entrada
del padre Kolbe se escuchaban diariamente las oraciones rezadas en voz alta, a las
que respondían los demás prisioneros. Tres semanas después sobrevivían sólo cuatro
de ellos. Y las autoridades decidieron acabar con sus vidas mediante una inyección
letal. Con la oración entre los labios, el sacerdote polaco ofreció su brazo al verdugo
y murió en paz. Tenía 47 años de edad. Era el 14 de agosto de 1941, víspera de la
Asunción de María.
En 1973 Pablo VI beatificó a Maximiliano Kolbe y en 1982
el Siervo de Dios Juan Pablo II lo canonizó como “Mártir de la Caridad”. El prisionero
salvado, el sargento placo Gajowniczek, asistió a ambas ceremonias y falleció en 1995,
a los 94 años de edad.
También a la hora del ángelus del domingo pasado el
Papa aludió a dos mártires del siglo XX que la Iglesia celebra esta semana y que murieron
en el al campo de concentración de Auschwitz: la santa carmelita Teresa Benedicta
de la Cruz, Edith Stein, cuya memoria litúrgica se celebró el pasado día 9 y la del
sacerdote franciscano san Maximiliano Kolbe, cuya memoria recordamos hoy. “Ambos –dijo
Benedicto XVI– “atravesaron el oscuro tiempo de la Segunda Guerra Mundial, sin perder
nunca de vista la esperanza, el Dios de la vida y del amor”.