En la Solemnidad del Corpus, Benedicto XVI afirma que el sacerdocio que la Iglesia
ha heredado de Cristo está dirigido a "transformar el mundo con el amor de Dios"
Viernes, 4 nun (RV).- Benedicto XVI afirmó ayer que el sacerdocio que la Iglesia ha
heredado de Cristo está dirigido a "transformar el mundo con el amor de Dios". En
la solemnidad del Corpus Christi, el Papa celebró por la tarde la Santa Misa en la
Basílica papal y catedral de Roma, San Juan de Letrán.
En la conclusión del
Año Sacerdotal, Benedicto XVI explicó que lo primero que se piensa es que Jesús no
era un sacerdote según la tradición judía porque la suya no era una familia sacerdotal.
“La
persona y la actividad de Jesús de Nazaret no se ubican en la huella de los sacerdotes
antiguos, sino más bien en la de los profetas. Y en esta línea, Jesús tomó distancias
de una concepción ritual de la religión, criticando el valor que daba a los preceptos
humanos relacionados con la pureza real en lugar de a la observancia de los mandamientos
de Dios, es decir, al amor a Dios y al prójimo, que como dice el Señor, es más valioso
que todos los holocaustos y sacrificios”.
El Pontífice subrayó que el
gesto de Jesús en la Última Cena cuando "ofreció el pan y el vino” fue una especie
de resumen de sí mismo y de toda su misión. "En la Eucaristía –reafirmó el Papa- Jesús
anticipó su Sacrificio, un Sacrificio no ritual, sino personal".
“Jesús
afronta su hora, la que le conduce a la muerte en la Cruz, inmerso en una profunda
oración, que consiste en la unión de su propia voluntad con la del Padre. Esta dúplice
y única voluntad es una voluntad de amor. Vivida en esta oración, la trágica prueba
que Jesús afronta se transforma en ofrecimiento, en sacrificio viviente”.
Un
amor que, como subrayó Benedicto XVI, "no es otro que el Espíritu Santo, el Espíritu
del Padre y del Hijo, que consagra el pan y el vino y muta su sustancia en el Cuerpo
y en la Sangre del Señor". Por lo tanto, se puede concluir -dijo el Papa- que "Cristo
es sacerdote de verdad y eficaz porque estaba lleno de la fuerza del Espíritu Santo,
estaba colmado de toda la plenitud del amor de Dios, y esto justo en la noche en que
fue traicionado, justo en la hora de las oscuridades".
"Es esta
la fuerza divina, la misma que realizó la Encarnación del Verbo, la que transforma
la extrema violencia y la extrema injusticia en supremo acto de amor y justicia. Esta
es la obra del sacerdocio de Cristo, que la Iglesia ha heredado y prolonga en la historia
en la doble forma del sacerdocio común de los bautizados y el de los ministros ordenados,
para transformar el mundo con el amor de Dios".