Oración de consagración del Papa: queremos ser pastores que no se apacientan a sí
mismos, sino que se entregan a Dios por los hermanos, encontrando la felicidad
Miércoles, 12 may (RV).- En las vísperas celebradas esta tarde en la iglesia de la
Santísima Trinidad de Fátima, Benedicto XVI ha consagrado a los sacerdotes el “corazón
materno” de María Santísima invocando sobre ellos su protección. Durante este acto
de ofrecimiento el Pontífice ha pronunciado una oración dirigida a la Madre Inmaculada
a quien ha pedido su intercesión para “no desmerecer esta vocación sublime, para no
ceder a nuestros egoísmos, ni a las lisonjas del mundo, ni a las tentaciones del Maligno”.
“Madre Inmaculada,
en este lugar de gracia (…) nos consagramos a tu Corazón materno, para cumplir fielmente
la voluntad del Padre. Somos conscientes de que, sin Jesús, no podemos hacer nada
(cfr. Jn 15,5) y de que, sólo por Él y en Él, seremos instrumentos de salvación para
el mundo”.
“Ayúdanos –ha invocado el Papa- para que Cristo, nazca también
en nosotros. Y, de este modo, la Iglesia pueda ser renovada por santos sacerdotes,
transfigurados por la gracia de Aquel que hace nuevas todas las cosas”.
“Madre de
la Iglesia, nosotros, sacerdotes, queremos ser pastores que no se apacientan a sí
mismos, sino que se entregan a Dios por los hermanos, encontrando la felicidad en
esto”.
Benedicto XVI ha proseguido esta oración recordando que los sacerdotes
“queremos ser Apóstoles de la Divina Misericordia, llenos de gozo por poder celebrar
diariamente el sacrificio del Altar y ofrecer a todos los que nos lo pidan el sacramento
de la reconciliación”.
“Pide a Dios, para
nosotros, un corazón completamente renovado, que ame a Dios con todas sus fuerzas
y sirva a la humanidad como tú lo hiciste”.
En nombre de todos los sacerdotes
el Papa ha exclamado: “¿quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?” (Lc
1,43). Y ha finalizado su oración pidiendo a la Virgen de Fátima que su presencia
“haga reverdecer el desierto de nuestras soledades y brillar el sol en nuestras tinieblas,
haga que torne la calma después de la tempestad, para que todo hombre vea la salvación
del Señor”.
“Ven en nuestra
ayuda y líbranos de todos los peligros que nos acechan. Con este acto de ofrecimiento
y consagración, queremos acogerte de un modo más profundo y radical, para siempre
y totalmente, en nuestra existencia humana y sacerdotal”.
Texto
completo
ACTO DE OFRECIMIENTO Y CONSAGRACIÓN
Madre
Inmaculada,
en este lugar de gracia,
convocados por
el amor de tu Hijo Jesús,
Sumo y Eterno Sacerdote, nosotros,
hijos
en el Hijo y sacerdotes suyos,
nos consagramos a tu Corazón materno,
para
cumplir fielmente la voluntad del Padre.
Somos conscientes
de que, sin Jesús,
no podemos hacer nada (cfr. Jn 15,5)
y
de que, sólo por Él, con Él y en Él,
seremos instrumentos de salvación
para el mundo.
Esposa del Espíritu Santo,
alcánzanos
el don inestimable
de la transformación en Cristo.
Por
la misma potencia del Espíritu que,
extendiendo su sombra sobre Ti,
te
hizo Madre del Salvador,
ayúdanos para que Cristo, tu Hijo,
nazca
también en nosotros.
Y, de este modo, la Iglesia pueda
ser
renovada por santos sacerdotes,
transfigurados por la gracia de Aquel
que
hace nuevas todas las cosas.
Madre de Misericordia,
ha
sido tu Hijo Jesús quien nos ha llamado
a ser como Él:
luz
del mundo y sal de la tierra
(cfr. Mt 5,13-14).
Ayúdanos,
con
tu poderosa intercesión,
a no desmerecer esta vocación sublime,
a
no ceder a nuestros egoísmos,
ni a las lisonjas del mundo,
ni
a las tentaciones del Maligno.
Presérvanos con tu pureza,
custódianos
con tu humildad
y rodéanos con tu amor maternal,
que se
refleja en tantas almas
consagradas a ti
y que son para
nosotros
auténticas madres espirituales.
Madre
de la Iglesia,
nosotros, sacerdotes,
queremos ser pastores
que
no se apacientan a sí mismos,
sino que se entregan a Dios por los hermanos,
encontrando
la felicidad en esto.
Queremos cada día repetir humildemente
no
sólo de palabra sino con la vida,
nuestro “aquí estoy”.
Guiados
por ti,
queremos ser Apóstoles
de la Divina Misericordia,
llenos
de gozo por poder celebrar diariamente
el Santo Sacrificio del Altar
y
ofrecer a todos los que nos lo pidan
el sacramento de la Reconciliación.
Abogada
y Mediadora de la gracia,
tu que estas unida
a la única
mediación universal de Cristo,
pide a Dios, para nosotros,
un
corazón completamente renovado,
que ame a Dios con todas sus fuerzas
y
sirva a la humanidad como tú lo hiciste.
Repite al Señor
esa
eficaz palabra tuya:
“no les queda vino” (Jn 2,3),
para
que el Padre y el Hijo derramen sobre nosotros,