El Papa subraya que el mundo necesita recuperar y defender las verdades morales fundamentales,
base de la auténtica libertad y genuino progreso
Sábado, 17 abr (RV).- Desde el sugestivo marco de la gruta de san Pablo en Malta,
el Papa ha recordado que el mundo necesita recuperar y defender las verdades morales
fundamentales que son la base de la auténtica libertad y del genuino progreso. Benedicto
XVI ha querido insistir desde la isla que Dios marcó a Pablo como itinerario que “frente
a tantas amenazas contra el carácter sagrado de la vida humana, y la dignidad del
matrimonio y la familia” el mundo necesita ese testimonio que recuerda constantemente
“a nuestros contemporáneos la grandeza de nuestra dignidad de hijos de Dios y la sublime
vocación que hemos recibido de Cristo”.
El último acto de este día en Malta
del Santo Padre ha sido la visita a la gruta de san Pablo, en Rabat, donde el Papa
ha “venido siguiendo las huellas de esa multitud de peregrinos que a lo largo de los
siglos han rezado en este lugar santo, confiando a la intercesión del apóstol de los
Gentiles sus propias vidas, sus familias y la prosperidad de esta nación”.
El
Pontífice ha querido elogiar a estas gentes de Malta, que siguiendo el ejemplo de
san Publio, acogieron a los náufragos. Y gracias a ello “según el designio de Dios,
san Pablo se convirtió en vuestro padre en la fe cristiana. Gracias a su presencia
entre vosotros, el evangelio de Jesucristo echó profundas raíces y fructificó no sólo
en la vida personal, familiar y comunitaria, sino también en la formación de la identidad
nacional de Malta, así como en su propia y dinámica cultura”.
Benedicto XVI
ha recordado como el trabajo apostólico de Pablo produjo también una abundante cosecha
con la generación de predicadores que siguieron sus huellas y, de modo particular,
con el gran número de sacerdotes y religiosos que, imitando su celo misionero, dejaron
Malta para llevar el evangelio a tierras lejanas. Dirigiéndose en especial a los misioneros,
el Papa les ha agradecido su testimonio de Cristo resucitado y su vida gastada en
el servicio a los demás. “Vuestra presencia y actividad en tantos países del mundo
–ha subrayado - honra a vuestra patria y manifiesta lo profundo que es el impulso
evangélico de la Iglesia en Malta”.
Crónica desde Malta de Eduardo Rubió
DISCURSO
COMPLETO
Querido Señor Arzobispo Paul Cremona,
Queridos
hermanos y hermanas
Mi peregrinación a Malta ha comenzado
con un momento de oración silenciosa en la gruta de san Pablo, el primero que trajo
la fe a estas islas. He venido siguiendo las huellas de esa multitud de peregrinos
que a lo largo de los siglos han rezado en este lugar santo, confiando a la intercesión
del Apóstol de los Gentiles sus propias vidas, sus familias y la prosperidad de esta
Nación. Me alegro de encontrarme por fin entre vosotros y saludaros con gran afecto
en el Señor.
El naufragio de Pablo y su estancia en Malta durante tres
meses han dejado una marca imborrable en la historia de vuestro País. Los Hechos de
los Apóstoles nos recuerdan las palabras que dirigió a sus compañeros antes
de su llegada a Malta y que han sido un tema especial en vuestra preparación para
mi visita. Estas palabras, «Jeħtieg iżda li naslu fi gżira», [“iremos a dar en alguna
isla”] (Hch 27, 26) en su contexto original, son una invitación a llenarse
de valor frente a lo desconocido y a una confianza inquebrantable en la misteriosa
providencia de Dios. En efecto, las gentes de Malta, siguiendo el ejemplo de san Publio,
acogieron cordialmente a los náufragos. Así, según el designio Dios, san Pablo se
convirtió en vuestro padre en la fe cristiana. Gracias a su presencia entre vosotros,
el evangelio de Jesucristo echó profundas raíces y fructificó no sólo en la vida personal,
familiar y comunitaria, sino también en la formación de la identidad nacional de Malta,
así como en su propia y dinámica cultura.
El trabajo apostólico de
Pablo produjo también una abundante cosecha con la generación de predicadores que
siguieron sus huellas y, de modo particular, con el gran número de sacerdotes y religiosos
que, imitando su celo misionero, dejaron Malta para llevar el evangelio a tierras
lejanas. Me alegro de haber tenido la oportunidad de encontrar hoy a muchos de ellos
en esta Iglesia de San Pablo, y de animarlos en su vocación, a menudo heroica y llena
de desafíos. Queridos misioneros: en nombre de toda la Iglesia, os doy las gracias
por vuestro testimonio de Cristo resucitado, y por vuestra vida gastada en el servicio
a los demás. Vuestra presencia y actividad en tantos países del mundo honra a vuestra
patria y manifiesta lo profundo que es el impulso evangélico de la Iglesia en Malta.
Pidamos al Señor que suscite más hombres y mujeres que continúen la noble misión de
proclamar el evangelio y que trabajen por el crecimiento del Reino de Dios en todas
las partes y todos los pueblos.
La llegada de san Pablo a Malta no
estaba planeada. Como sabemos, iba camino de Roma cuando se desencadenó un violento
temporal y su barco encalló en esta isla. Los marinos pueden trazar una ruta, pero
Dios, en su sabiduría y providencia, les marca su propio itinerario. Pablo, que de
manera dramática había encontrado al Señor resucitado en el camino de Damasco, lo
sabía muy bien. El curso de su vida cambió radicalmente; para él, desde entonces,
la vida es Cristo (cf. Flp 1,21); todo su pensamiento y su acción se orientaban a
proclamar el misterio de la cruz con su mensaje de amor divino que reconcilia.
Esta
misma palabra, la palabra del Evangelio, tiene también hoy el poder de entrar en nuestras
vidas y cambiar su curso. Hoy, el mismo evangelio que Pablo predicó sigue llamando
a los habitantes de estas islas a la conversión, a una nueva vida y a un futuro de
esperanza. Estando entre vosotros como Sucesor del Apóstol Pedro, os invito a escuchar
con nuevo espíritu la Palabra de Dios, como hicieron vuestros antepasados, y a dejar
que ella cuestione vuestros modos de pensar y de vivir.
Desde este
lugar santo, en el que la predicación apostólica comenzó a difundirse por primera
vez en estas islas, os invito a cada uno de vosotros a aceptar el desafío apasionante
de la nueva evangelización. Vivid de manera cada vez más plena vuestra fe con vuestros
familiares y amigos, en vuestros barrios y lugares de trabajo, así como en todo el
tejido de la sociedad maltesa. De modo particular, animo a los padres, profesores
y catequistas a hablar a los demás, y en especial a los jóvenes, que son el futuro
de Malta, de vuestro encuentro vivo y personal con Jesús resucitado. «La fe se fortalece
dándola». (Redemptoris missio, 2). Sabed que la manifestación de vuestra fe favorece
el encuentro con Dios, que en su omnipotencia toca el corazón del hombre. De este
modo, introduciréis a los jóvenes en la belleza y riqueza de la fe católica, ofreciéndoles
una sólida catequesis e invitándolos a participar cada vez más activamente en la vida
sacramental de la Iglesia.
El mundo necesita este testimonio. Frente
a tantas amenazas contra el carácter sagrado de la vida humana, y la dignidad del
matrimonio y la familia, ¿no será necesario recordar constantemente a nuestros contemporáneos
la grandeza de nuestra dignidad de hijos de Dios y la sublime vocación que hemos recibido
en Cristo? ¿Acaso no necesita la sociedad recuperar y defender aquellas verdades morales
fundamentales que son la base de la auténtica libertad y del genuino progreso?
Mientras
hace poco me encontraba delante de esta gruta, he reflexionado sobre el gran don espiritual
(cf. Rm 1, 11) que Pablo entregó a Malta, y he rezado para que podáis mantener íntegra
la herencia que os ha confiado el gran Apóstol. Que el Señor os confirme, a vosotros
y a vuestras familias, en la fe que actúa a través del amor (cf. Ga 5,6), y os convierta
en testigos gozosos de la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5). Cristo ha resucitado.
Verdaderamente ha resucitado. ¡Aleluya!