Primera predicación de Cuaresma: el papel del sacerdote dispensador de los misterios
de Dios
Viernes, 5 mar (RV).- Ha tenido lugar esta mañana en la Capilla Redemptoris Mater
del palacio Apostólico del Vaticano, ante el Papa y la Curia Romana, la primera predicación
de Cuaresma del P. Raniero Cantalamessa. El predicador de la Casa Pontificia ha reflexionado
sobre la distinción entre la palabra escrita y el Espíritu y sobre el papel del sacerdote
como dispensador de los misterios de Dios.
El padre predicador ha comenzado
haciendo una distinción sustancial entre la Antigua Alianza fundada sobre la Ley Mosaica
escrita en tablas de piedra y la Nueva Alianza del Espíritu, la ley interior escrita
en los corazones. Es una diferencia que “distingue al cristianismo de todas las demás
religiones”.
La nueva ley es la vida nueva y es la gracia que procede de la
muerte y resurrección de Cristo: “Toda religión humana
o filosofía religiosa comienza con decir al hombre aquello que debe hacer para salvarse…el
cristianismo no comienza diciendo al hombre aquello que debe hacer, sino aquello que
Dios ha hecho por él. Jesús no comenzó a predicar diciendo: ‘convertíos y creed en
el Evangelio para que el Reino venga a vosotros’; comenzó diciendo: ‘el reino de Dios
ha venido a vosotros’ -sin que vosotros lo hayáis merecido- ¡gratuitamente! Convertíos
y creed en el Evangelio. Primero la salvación como don, y después la conversión el
deber”.
De esta manera va entendido también el mandamiento de amar a Dios
y al prójimo. “En primer lugar está el plan del don de la gracia”. Nosotros amamos
porque Dios nos ha amado antes. Es del don de donde brota el deber, y no al revés.
En este sentido sería puro moralismo vivir los preceptos más elevados del Evangelio
de manera antigua, sin la gracia.
“La ley del Espíritu -ha afirmado el padre
Cantalamessa- no es en sentido estricto aquella promulgada por Jesús en el monte de
las bienaventuranzas, sino aquella que Él ha grabado en los corazones en Pentecostés”:
“Los apóstoles son
la prueba viva de ello. Ellos habían escuchado de la viva voz de Cristo todos los
preceptos evangélicos, por ejemplo, que quien ‘quiere ser el primero debe ser el último
y el servidor de todos’, pero hasta al final les vemos preocupados por establecer
quien sería el más grande entre ellos. Sólo después de la venida del Espíritu Santo
entre ellos, les vemos completamente olvidados de sí mismos y dedicados solamente
a proclamar “las grandes obras de Dios”.
La ley nueva del Espíritu actúa a
través del amor, “el amor con el que Dios nos ama y con el que al mismo tiempo hace
que nosotros le amemos a Él y al prójimo. Es una nueva capacidad de amar”: “El amor es una ley,
‘la ley del Espíritu’, en el sentido que crea en el cristiano un dinamismo que lo
empuja a hacer todo aquello que Dios quiere, espontáneamente, porque ha hecho propia
la voluntad de Dios y ama todo aquello que Dios ama. Empuja a hacer las cosas por
atracción, no por constricción: es ésta la gran conquista que siempre el pueblo cristiano
debe llevar a cabo. El cristianismo está hecho para ser vivido por atracción, por
enamoramiento, no por constricción”.
El sacerdote, ha proseguido el padre Cantalamessa,
tiene el deber y la tarea de “ayudar a los hermanos a vivir la novedad de la gracia”,
a hacer percibir que el cristianismo no es una doctrina, sino una Persona, a predicar
no a sí mismo sino la belleza infinita de Cristo, las maravillas del Espíritu que
no se imponen, sino que atraen.