Mensaje de la Jornada Mundial de las Vocaciones: Benedicto XVI subraya la amistad
con Cristo como elemento fundamental de la vocación sacerdotal
Martes, 16 feb (RV).- La amistad con Cristo es el elemento fundamental de cada vocación
al sacerdocio. Esta es la afirmación de Benedicto XVI en su mensaje para la XLVIII
Jornada Mundial de oración por las vocaciones, que se celebrará el próximo 25 de abril,
domingo del ‘Buen Pastor’. En el documento, publicado hoy, el Papa se centra en el
tema de la Jornada: “El testimonio suscita vocaciones” y subraya que los sacerdotes
están llamados a ser “signo de contradicción” en el mundo de hoy.
MENSAJE
DEL PAPA PARA LA XLVII JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
25
DE ABRIL DE 2010 – IV DOMINGO DE PASCUA
Tema: El
testimonio suscita vocaciones
Venerados Hermanos
en el Episcopado y en el Sacerdocio
Queridos hermanos y hermanas
La
47 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará en el IV domingo
de Pascua, domingo del “Buen Pastor”, el 25 de abril de 2010, me ofrece la oportunidad
de proponer a vuestra reflexión un tema en sintonía con el Año Sacerdotal: El testimonio
suscita vocaciones. La fecundidad de la propuesta vocacional, en efecto, depende primariamente
de la acción gratuita de Dios, pero, como confirma la experiencia pastoral, está favorecida
también por la cualidad y la riqueza del testimonio personal y comunitario de cuantos
han respondido ya a la llamada del Señor en el ministerio sacerdotal y en la vida
consagrada, puesto que su testimonio puede suscitar en otros el deseo de corresponder
con generosidad a la llamada de Cristo. Este tema está, pues, estrechamente unido
a la vida y a la misión de los sacerdotes y de los consagrados. Por tanto, quisiera
invitar a todos los que el Señor ha llamado a trabajar en su viña a renovar su fiel
respuesta, sobre todo en este Año Sacerdotal, que he convocado con ocasión del 150
aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, el Cura de Ars, modelo siempre
actual de presbítero y de párroco.
Ya en el Antiguo Testamento los
profetas eran conscientes de estar llamados a dar testimonio con su vida de lo que
anunciaban, dispuestos a afrontar incluso la incomprensión, el rechazo, la persecución.
La misión que Dios les había confiado los implicaba completamente, como un incontenible
“fuego ardiente” en el corazón (cf. Jr 20, 9), y por eso estaban dispuestos a entregar
al Señor no solamente la voz, sino toda su existencia. En la plenitud de los tiempos,
será Jesús, el enviado del Padre (cf. Jn 5, 36), el que con su misión dará testimonio
del amor de Dios hacia todos los hombres, sin distinción, con especial atención a
los últimos, a los pecadores, a los marginados, a los pobres. Él es el Testigo por
excelencia de Dios y de su deseo de que todos se salven. En la aurora de los tiempos
nuevos, Juan Bautista, con una vida enteramente entregada a preparar el camino a Cristo,
da testimonio de que en el Hijo de María de Nazaret se cumplen las promesas de Dios.
Cuando lo ve acercarse al río Jordán, donde estaba bautizando, lo muestra a sus discípulos
como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Su testimonio
es tan fecundo, que dos de sus discípulos “oyéndole decir esto, siguieron a Jesús”
(Jn 1, 37).
También la vocación de Pedro, según escribe el evangelista
Juan, pasa a través del testimonio de su hermano Andrés, el cual, después de haber
encontrado al Maestro y haber respondido a la invitación de permanecer con Él, siente
la necesidad de comunicarle inmediatamente lo que ha descubierto en su “permanecer”
con el Señor: “Hemos encontrado al Mesías -que quiere decir Cristo- y lo llevó a Jesús”
(Jn 1, 41-42). Lo mismo sucede con Natanael, Bartolomé, gracias al testimonio de otro
discípulo, Felipe, el cual comunica con alegría su gran descubrimiento: “Hemos encontrado
a aquel de quien escribió Moisés, en el libro de la ley, y del que hablaron los Profetas:
es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret” (Jn 1, 45). La iniciativa libre y gratuita
de Dios encuentra e interpela la responsabilidad humana de cuantos acogen su invitación
para convertirse con su propio testimonio en instrumentos de la llamada divina. Esto
acontece también hoy en la Iglesia: Dios se sirve del testimonio de los sacerdotes,
fieles a su misión, para suscitar nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas al servicio
del Pueblo de Dios. Por esta razón deseo señalar tres aspectos de la vida del presbítero,
que considero esenciales para un testimonio sacerdotal eficaz.
Elemento
fundamental y reconocible de toda vocación al sacerdocio y a la vida consagrada es
la amistad con Cristo. Jesús vivía en constante unión con el Padre, y esto era lo
que suscitaba en los discípulos el deseo de vivir la misma experiencia, aprendiendo
de Él la comunión y el diálogo incesante con Dios. Si el sacerdote es el “hombre de
Dios”, que pertenece a Dios y que ayuda a conocerlo y amarlo, no puede dejar de cultivar
una profunda intimidad con Él, permanecer en su amor, dedicando tiempo a la escucha
de su Palabra. La oración es el primer testimonio que suscita vocaciones. Como el
apóstol Andrés, que comunica a su hermano haber conocido al Maestro, igualmente quien
quiere ser discípulo y testigo de Cristo debe haberlo “visto” personalmente, debe
haberlo conocido, debe haber aprendido a amarlo y a estar con Él.
Otro
aspecto de la consagración sacerdotal y de la vida religiosa es el don total de sí
mismo a Dios. Escribe el apóstol Juan: “En esto hemos conocido lo que es el amor:
en que él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los
hermanos” (1 Jn 3, 16). Con estas palabras, el apóstol invita a los discípulos a entrar
en la misma lógica de Jesús que, a lo largo de su existencia, ha cumplido la voluntad
del Padre hasta el don supremo de sí mismo en la cruz. Se manifiesta aquí la misericordia
de Dios en toda su plenitud; amor misericordioso que ha vencido las tinieblas del
mal, del pecado y de la muerte. La imagen de Jesús que en la Última Cena se levanta
de la mesa, se quita el manto, toma una toalla, se la ciñe a la cintura y se inclina
para lavar los pies a los apóstoles, expresa el sentido del servicio y del don manifestados
en su entera existencia, en obediencia a la voluntad del Padre (cfr Jn 13, 3-15).
Siguiendo a Jesús, quien ha sido llamado a la vida de especial consagración debe esforzarse
en dar testimonio del don total de sí mismo a Dios. De ahí brota la capacidad de darse
luego a los que la Providencia le confíe en el ministerio pastoral, con entrega plena,
continua y fiel, y con la alegría de hacerse compañero de camino de tantos hermanos,
para que se abran al encuentro con Cristo y su Palabra se convierta en luz en su sendero.
La historia de cada vocación va unida casi siempre con el testimonio de un sacerdote
que vive con alegría el don de sí mismo a los hermanos por el Reino de los Cielos.
Y esto porque la cercanía y la palabra de un sacerdote son capaces de suscitar interrogantes
y conducir a decisiones incluso definitivas (cf. JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal,
Pastores dabo vobis, 39).
Por último, un tercer aspecto que no puede
dejar de caracterizar al sacerdote y a la persona consagrada es el vivir la comunión.
Jesús indicó, como signo distintivo de quien quiere ser su discípulo, la profunda
comunión en el amor: “Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán
todos que sois discípulos míos” (Jn 13, 35). De manera especial, el sacerdote debe
ser hombre de comunión, abierto a todos, capaz de caminar unido con toda la grey que
la bondad del Señor le ha confiado, ayudando a superar divisiones, a reparar fracturas,
a suavizar contrastes e incomprensiones, a perdonar ofensas. En julio de 2005, en
el encuentro con el Clero de Aosta, tuve la oportunidad de decir que si los jóvenes
ven sacerdotes muy aislados y tristes, no se sienten animados a seguir su ejemplo.
Se sienten indecisos cuando se les hace creer que ése es el futuro de un sacerdote.
En cambio, es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote.
Entonces, el joven dirá: "sí, este puede ser un futuro también para mí, así se puede
vivir" (Insegnamenti I, [2005], 354). El Concilio Vaticano II, refiriéndose al testimonio
que suscita vocaciones, subraya el ejemplo de caridad y de colaboración fraterna que
deben ofrecer los sacerdotes (cf. Optatam totius, 2).
Me es grato recordar
lo que escribió mi venerado Predecesor Juan Pablo II: “La vida misma de los presbíteros,
su entrega incondicional a la grey de Dios, su testimonio de servicio amoroso al Señor
y a su Iglesia —un testimonio sellado con la opción por la cruz, acogida en la esperanza
y en el gozo pascual—, su concordia fraterna y su celo por la evangelización del mundo,
son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional” (Pastores dabo vobis,
41). Se podría decir que las vocaciones sacerdotales nacen del contacto con los sacerdotes,
casi como un patrimonio precioso comunicado con la palabra, el ejemplo y la vida entera.
Esto
vale también para la vida consagrada. La existencia misma de los religiosos y de las
religiosas habla del amor de Cristo, cuando le siguen con plena fidelidad al Evangelio
y asumen con alegría sus criterios de juicio y conducta. Llegan a ser “signo de contradicción”
para el mundo, cuya lógica está inspirada muchas veces por el materialismo, el egoísmo
y el individualismo. Su fidelidad y la fuerza de su testimonio, porque se dejan conquistar
por Dios renunciando a sí mismos, sigue suscitando en el alma de muchos jóvenes el
deseo de seguir a Cristo para siempre, generosa y totalmente. Imitar a Cristo casto,
pobre y obediente, e identificarse con Él: he aquí el ideal de la vida consagrada,
testimonio de la primacía absoluta de Dios en la vida y en la historia de los hombres.
Todo
presbítero, todo consagrado y toda consagrada, fieles a su vocación, transmiten la
alegría de servir a Cristo, e invitan a todos los cristianos a responder a la llamada
universal a la santidad. Por tanto, para promover las vocaciones específicas al ministerio
sacerdotal y a la vida religiosa, para hacer más vigoroso e incisivo el anuncio vocacional,
es indispensable el ejemplo de todos los que ya han dicho su “sí” a Dios y al proyecto
de vida que Él tiene sobre cada uno. El testimonio personal, hecho de elecciones existenciales
y concretas, animará a los jóvenes a tomar decisiones comprometidas que determinen
su futuro. Para ayudarles es necesario el arte del encuentro y del diálogo capaz de
iluminarles y acompañarles, a través sobre todo de la ejemplaridad de la existencia
vivida como vocación. Así lo hizo el Santo Cura de Ars, el cual, siempre en contacto
con sus parroquianos, “enseñaba, sobre todo, con el testimonio de su vida. De su ejemplo
aprendían los fieles a orar” (Carta
para la convocación del Año Sacerdotal,
16 junio 2009).
Que esta Jornada Mundial ofrezca de nuevo una preciosa
oportunidad a muchos jóvenes para reflexionar sobre su vocación, entregándose a ella
con sencillez, confianza y plena disponibilidad. Que la Virgen María, Madre de la
Iglesia, custodie hasta el más pequeño germen de vocación en el corazón de quienes
el Señor llama a seguirle más de cerca, hasta que se convierta en árbol frondoso,
colmado de frutos para bien de la Iglesia y de toda la humanidad. Rezo por esta intención,
a la vez que imparto a todos la Bendición Apostólica.