El nuevo arzobispo de Oviedo inicia su ministerio defendiendo la familia, la educación
y la vida
Domingo, 31 ene (RV).- La catedral basílica metropolitana de Oviedo, acogió ayer la
celebración de la Santa Misa con la que el nuevo arzobispo de esta ciudad, monseñor
Jesús Sanz Montes, tomó posesión y daba inicio a su ministerio episcopal. Ante “el
nuevo pueblo asturiano”, el presidente de la Conferencia Episcopal española cardenal
Antonio María Rouco Varela, 39 obispos y más de 300 sacerdotes, el nuevo arzobispo
de Oviedo se presentó como “peregrino”, agradeciendo al Santo Padre Benedicto XVI
ésta “inmerecida deferencia de nombrarme arzobispo metropolitano de la Iglesia del
Señor que peregrina en Asturias”.
En su densa homilía, Mons. Sanz Montes señaló
con energía que “no busco la lisonja de los aplausos, ni tengo miedo al chantaje de
la impopularidad”, recordando que saldrá al paso “con voz clara y compromiso cristiano,
cuando la vida sea puesta en entredicho, la vida en todos sus tramos: la del niño
no nacido, la del enfermo o anciano terminal, y la de quienes estando en el medio
se quedan sin trabajo, sin libertad o sin dignidad”.
Asimismo el nuevo arzobispo
metropolitano de Oviedo defendió la familia y la educación, “porque cuando la educación
no está al servicio del crecimiento de la persona que la abre a la belleza, a la bondad,
a la verdad, entonces es una herramienta que troquela el futuro, lo astilla y lo domestica”.
Mons. Sanz Montes finalizó su homilía agradeciendo en español, alemán e italiano,
la presencia de cuantos le acompañaron en este día tan especial, evocando su amor
“al Señor sobre todas las cosas, a la Iglesia con toda mi alma, al tiempo de mi época
y a la gente de esta generación que se me confía”.
Texto completo
de la Homilía
Queridos Sres. Cardenales, Sr. Nuncio de su Santidad
en España, Sres. Arzobispos y Obispos que han querido acompañarme en este día con
verdadero afecto de hermanos y a quienes resultándoles imposible asistir se han unido
con su oración. Un Obispo es siempre Sucesor de los Apóstoles, no Sucesor de los anteriores
Sucesores, pero me toca en suerte y gracia poder saludar con gratitud y afecto a quienes
inmediatamente antes que yo han estado al frente de esta Iglesia arzobispal de Oviedo:
Mons. Carlos Osoro y Mons. Gabino Díaz Merchán, al igual que al Obispo Administrador
Diocesano Mons. Raúl Berzosa. A todos ustedes mi saludo cordial compartiendo la solicitud
por toda la Iglesia Universal en comunión con el querido Santo Padre Benedicto XVI,
a quien vuelvo a agradecer la inmerecida deferencia de nombrarme Arzobispo Metropolitano
de la Iglesia del Señor que peregrina en Asturias.
Me es muy grato poder saludar
al Ministro General de la Orden Franciscana, así como al Ministro Provincial de Santiago
de Compostela y al representante del Ministro Provincial de Castilla. En vosotros
veo a todos los hermanos y hermanas de mi familia religiosa que desde tantos rincones
del mundo me han felicitado asegurándome su oración y cercanía en este día. Igualmente
al Presidente Nacional de CONFER y a la CONFER asturiana.
Estáis aquí sacerdotes,
consagrados y fieles laicos que desde los lugares en los que he vivido y servido a
Dios y a su Iglesia os habéis hecho presentes en nuestra celebración.
A todos:
gracias.
Con especial emoción saludo a mi familia y a mis amigos más íntimos.
Vuestros rostros y vuestros nombres son para mí la memoria más viva de cómo Dios me
ha sostenido de tantos modos regalándome vuestra compañía como una preciosa ayuda
que me permite caminar con paz y confianza hacia el destino para el que fui creado.
Tengo presentes sentidamente a mis padres, cuyo eterno descanso en la paz del Señor
volveré a pedir en esta Eucaristía.
Me dirijo muy agradecido a las Autoridades
del Principado de Asturias, a la Sra. Presidenta de la Junta General, Sr. Delegado
del Gobierno en Asturias, Sr. Alcalde de Oviedo y miembros de la corporación municipal
y a la Sra. Consejera de la Presidencia, Justicia e Igualdad del Gobierno del Principado,
así como al resto de Autoridades civiles, judiciales, académicas y militares que nos
acompañáis. Especialmente me complace saludar al Sr. Alcalde de la ciudad de Jaca.
Con todos Vds. comparto una vocación de servicio a las personas concretas a través
de la entrega personal y de las Instituciones que representamos. Cuenten conmigo como
un colaborador leal y cordial en las iniciativas que para el bien de nuestros ciudadanos
respeten íntegramente sus vidas y garanticen en todos los campos su libertad. Somos
herederos de una rica y secular tradición que tiene inequívocamente raíces cristianas,
y que en el paso de los siglos ha creado cultura, ha emanado leyes y derechos para
asegurar la justicia y la dignidad. Entiendo que deberíamos ayudarnos a reconocer
y tutelar todo este legado, en el respeto de nuestras competencias y legítimas posturas,
buscando el bien de nuestra gente. Cuenten con mi disponibilidad y amistad respetuosa.
Agradezco la presencia de nuestros amigos de los medios de comunicación social
y la amable cobertura que han venido haciendo desde que se hizo público mi nombramiento.
Quiera Dios que demos motivo para las buenas noticias de las que todos estamos tan
necesitados, y que vosotros acertéis a contarlas con hondura y verdad. Estoy a vuestra
disposición.
Esta mañana hemos escuchado de nuevo sin monótonos zumbidos la
campana de esta catedral de El Salvador de Oviedo. Al mirar su torre esbelta nos ha
vuelto a dibujar esa espléndida descripción de Clarín, D. Leopoldo, en su célebre
novela ambientada en estas corradas astures. Sí, esta torre es un poema romántico
de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne… y tampoco nosotros
nos fatigamos de contemplar lo que este dedo de filigrana arquitectónica nos señala
al indicar el cielo de Asturias.
He vuelto a quedar prendado de una tierra
que apenas ayer pisaba casi por vez primera al entrar en nuestra Diócesis por Colombres,
siendo acogido por tanta buena gente que me acompañaba desde Huesca y Jaca y que me
esperaba de nuestra tierra asturiana, mientras comenzaba así a dejar atrás, muy atrás
los Pirineos aragoneses.
Y así, entre montañas que cambian, entre caminos
que se quedan en pos, y una historia episcopal fresca e imborrable en las Iglesias
del Alto Aragón, llego esta mañana aquí para decir mi sí al Señor que me trae, mi
sí a esta Iglesia que me acoge, mi sí al Misterio que se hace camino y caminante a
la vez en la circunstancia concreta que enmarca una biografía que tiene origen, que
tiene un itinerario lleno de nombres y acontecimientos, y que tiene también edad.
He
ido siempre por la vida como un cristiano que se sabe peregrino, allí por donde Dios
me iba conduciendo. Nunca he sido yo quien ha tomado con el Señor la iniciativa, sino
sólo Él quien ha ido marcándome el tiempo y el lugar. Y puedo decir que jamás mi felicidad
ha sido burlada, usada o mentida, sino que más bien todas las exigencias de mi corazón
han encontrado en la paciente y paterna compañía del Buen Dios, no un rival sino el
más dulce, el más respetuoso y el más fiel cómplice de aquello para lo que fui nacido.
Así vengo a vosotros, queridos hermanos e hijos de Asturias, en esta vetusta
diócesis ovetense. Como en otros tramos de mi camino ha sucedido, vengo sencillamente
en el nombre del Señor: no tengo otras credenciales. Y por este motivo os decía en
mi primer saludo al hacerse público mi nombramiento como nuevo arzobispo de Oviedo,
que una vez más experimento la desproporción ante algo que no es fruto del cálculo
ni tiene mi medida. Es el misterio por que el que Dios va tejiendo la trama de nuestra
historia con los hilos de nuestra libertad.
No es la desproporción que nace
del miedo, sino la que brota de la conciencia de una paradoja: que Dios quiere ajustar
lo infinito a mi pequeñez haciéndome así tu testigo. Y entonces te viene la duda,
o crees que no has entendido, o que al llamarte y confiarte semejante cometido se
equivocó Él. Pero resulta que, una vez más, Dios hace cosas grandes a través de una
humildad no fingida. La desproporción no era un castigo o una burla, sino un sencillo
camino: el que Dios nos brinda para que en nuestra pequeñez sea manifiesta y patente
su grandeza.
El bellísimo texto del Cantar de los Cantares que hemos escuchado
en la primera lectura y que ha encontrado tan precioso eco en el salmo responsorial,
es una hermosa provocación que nos hace mirar con serena confianza esa desproporción:
los inviernos de la vida en sus tragedias y las lluvias de las inclemencias todas
llega un momento en el que sencillamente terminan. Y sin poderlo prever, sin jamás
merecerlo, de pronto los campos de nuestra esperanza se visten de las flores más floridas,
y el arrullo de la tórtola nos avisa de que en los campos los frutos están listos
para la poda mientras se llenan de dulzura las higueras y de perfume nuestras viñas.
Si
acertásemos a contar esta historia poniendo nombre a la esperanza que la habita, haríamos
de nuestra predicación, de nuestra solidaria caridad, de nuestra audaz y respetuosa
rebeldía un verdadero anuncio de Buena Noticia. Como Jesús el Señor que pasando haciendo
el bien con mayúsculas, iba abrazando a cada cual en su llanto o en su sonrisa, en
su sincera fe, en su indiferencia o en su fuga suicida.
Anunciar, sí, anunciar
el evangelio que la Iglesia de Cristo ha recibido, ha proclamado, ha defendido y ha
testimoniado. Esta es la revolución siempre nueva y siempre pendiente en cada generación
de nuestra humanidad. Sin caer en la presentación de un anuncio abstracto que no logra
abrazar las preguntas y las necesidades de la gente, o de una sesgada denuncia que
termina siendo crítica disidente llena de tristeza y de esterilidad. Como dijo un
testigo de nuestros días, el fundador de Schönstatt, Padre Josef Kentenich, hemos
de tener nuestro oído en el corazón de Dios y nuestra mano en el pulso de los hombres.
Algunos
periodistas (no sé si queda alguno en Asturias o Aragón que no me haya pedido una
entrevista) me han sometido a un buen examen. Me ha sorprendido positivamente tanta
expectativa. Pero en este trance de querer saber qué piensa, qué dice, qué trae, de
dónde viene, a dónde irá… el nuevo Arzobispo de Oviedo, me he encontrado ante cuestiones
tan ajenas que nunca me las había planteado. No porque me sea ajena la persona, el
sufrimiento o la alegría, sino por la carga de una intencionalidad que iba declarando
inevitable una ideología. Y así, con el perfil más deseado o el perfil más temido
de este Arzobispo que llega, me he visto obligado a mirarme en demasiados espejos
como me ponían delante. El Santo Padre cuando nos propone como obispos para una Sede,
se dice que nos preconiza. Pero algunos observadores mediáticos, políticos o clericales
con sus deseos o sus temores parece que más bien nos “precocinan”. Lo he dicho
a quienes me han preguntado: vengo sin consignas, sin planes conspirados y sin estrategias
torcidas. Amo al Señor sobre todas las cosas, amo a la Iglesia con toda mi alma como
hijo de San Francisco, amo el tiempo de mi época y a la gente de esta generación que
se me confía. Vengo en el nombre del Señor, y no soy ni tan santo ni tan temible como
algunos han querido presentarme. Y por este motivo, fácilmente se verá el bagaje de
cuanto sé y de cuanto soy ignorante, mi fortaleza a prueba de pruebas y mi debilidad
nunca maquillada, lo que tengo como talento y aquello en lo que soy realmente pobre.
Y con este cúmulo de sabiduría y torpeza, de energía y vulnerabilidad, de riqueza
y pobreza, me dejo traer por Aquél que a vosotros me envía. Y como ya os escribí,
le pido al Señor que me dé entrañas de padre sin dejar de ser hijo, que sea vuestro
maestro sabiéndome siempre discípulo, que acierte a gobernar como se aprende mirando
al Pastor Bueno, y que os reparta su palabra y sus sacramentos colocándome yo en la
fila de ese encuentro como el primer mendigo.
También ahora puedo decir que
todo está aún por escribir. Por eso con todo el cúmulo de mis luces y mis sombras,
con las gracias y pecados en mi ligero equipaje, me allego a Oviedo diciendo un sí
lleno de noble respeto y de cristiano temor, para secundar lo que el Señor –a quien
entregué mi vida para siempre– vuelve a proponerme como encomienda en su Iglesia.
El
Evangelio que hemos escuchado hace un instante, es una escena que guarda una similitud
con lo que aquí estamos celebrando. Se trata del encuentro entre dos mujeres, ambas
madres de un milagro: María e Isabel. Como le sucedió a María, también yo puedo decir
que he venido presuroso a la montaña de Asturias, viniendo como vengo desde esa otra
montaña de nuestro Pirineo oscense. Ella fue llevando lo más grande, fue llevando
a Dios que lo guardaba dentro. Y desde Nazaret hasta Ain Karen aquella virgen doncella
iría dándole vueltas en su mente y en su corazón a tantas cosas que habían sucedido,
a las personas que había conocido y a cómo la vida te puede cambiar tan profundamente.
No Era una fuga asustada, ni tampoco un frívolo salir corriendo, era la consecuencia
de dejarse llevar diciendo siempre sí sin dudar, sin condiciones, sin remilgos y sin
cuentos, diciendo sí a Dios que te sale bondadoso al encuentro.
Hay toda una
historia precedente que en vosotros y en mí se hacen cita en esta mañana. No me envía
el Señor a vosotros al margen de tanto como esta Iglesia ha ido viviendo a través
de los siglos: desde los más remotos hasta los últimos años, sino que a esa historia
viva yo ahora me uno formando parte de ella. Y tampoco vengo aquí al margen de cuanto
he vivido en mi historia personal: nombres de personas muy concretas, circunstancias
y acontecimientos que han sembrado su luz, su gracia, su reto y su mensaje. Es un
arte divino por el que Dios que me ha acompañado y que os ha acompañado haga que podamos
entre nosotros reconocernos, querernos, caminar juntos y construir su Iglesia como
Él mismo la quiere, sirviéndola como ella necesita ser servida, y amando nuestro mundo
como necesita él ser abrazado.
Al igual que María en aquel encuentro con su
prima Isabel, vengo como mensajero, como portador de esa Presencia del Señor que por
doquier me ha acompañado y como portavoz de esa Palabra escuchada en los labios de
Dios. Llego encontrándoos con Aquel que estaba antes, Aquel que viene conmigo y Aquel
que siempre seguirá después como nos prometió en su Evangelio.
Yo os decía
en aquel primer mensaje que la Iglesia asturiana, que quiero abrazar desde este día,
me pone delante vuestra historia larga y fecunda de una antigua cristianía, historias
de santidad, de martirio, de compromiso con el Evangelio como anuncio de buena nueva
para la gente concreta. Me conmueven las aguas bravas del Cantábrico y los avatares
de las gentes del mar; e igualmente el mundo de las minas con sudores y fatigas para
sacar una familia adelante con enorme y duro trabajo; las industrias y grandes empresas
de esta región con sus momentos estelares y sus momentos de honda crisis; me sobrecogen
las cifras tremendas de más de setenta mil parados con todo lo que supone para cada
persona y para cada familia. Desde mi pasión montañera y mi sensibilidad franciscana
me asomo con sorpresa a las alturas de los Picos de Europa con sus entresijos y valles
de una vida montañesa llena de sencillez y pureza; y saludo agradecido nuestras ciudades
bellas y limpias que las buenas gentes han sabido levantar, guardar y enseñarnos.
Esta tierra cristiana astur, se me presenta así con todos sus registros, cargados
de historia, de arrojo, de ensueño y sacrificio. Ya he dicho que pocas veces la he
recorrido, más que por mis andanzas montañeras y mis visitas a la Santina como buen
nacido. En esta tierra de gente noble y acogedora, quiero ser y seguir aprendiendo
a ser, como sucesor de aquellos Apóstoles, un buen cristiano con vosotros y para vosotros
un buen Obispo, parafraseando a San Agustín.
Quiera Dios que yo me allegue
a vosotros con este lance respetuoso y sólido a la vez, de quien tiene algo que decir
y hacer en nombre del Señor y desde su Iglesia, y que lo quiere hacer con todos los
que se me confían cultivando de veras, no un vulnerable consenso a veces tan ajeno
a nuestra tradición, sino una fraterna comunión que sabe unir la caridad en la verdad,
y la verdad en la caridad.
Porque no busco la lisonja de los aplausos ni tengo
miedo al chantaje de la impopularidad, me siento libre de veras, para servir a Dios,
a la Iglesia y a mis hermanos, saliendo al paso con voz clara y compromiso cristiano
cuando la vida sea puesta en entredicho, la vida en todos sus tramos: la del niño
no nacido, la del enfermo o anciano terminal, y la de quienes estando en el medio
se quedan sin trabajo, sin libertad o sin dignidad. La familia es particularmente
querida, y bien saben quienes la banalizan, ningunean u orillan qué réditos inconfesables
cobran con sus medidas. Digo lo mismo con la educación, porque cuando no está al servicio
del crecimiento de la persona que la abre a la belleza, a la bondad, a la verdad,
entonces es una herramienta que troquela el futuro, lo astilla y lo domestica.
Pero
qué hermoso y qué justo es abrazar la vida en todas sus estaciones, defender la familia
sin retrancas reaccionarias, y ofrecer una educación en la que las personas maduran
hasta hacerse responsablemente adultos.
Tantas cosas que mirar juntos, tantas
que orar al Señor, tantas que construir con manos hermanas, tanto en una Diócesis,
una tierra y una gente a la que vengo con enorme ilusión y sabiéndome enviado. Me
ofrezco con respeto y disponibilidad, haciendo concreto lo que San Francisco de Asís
decía a propósito de «los que han sido constituidos sobre otros: gloríense de tal
prelacía tanto como si estuviesen encargados del oficio de lavar los pies a los hermano».
La
esperanza que os anuncio no es otra que Jesucristo. Como he recogido en mi lema episcopal
y en mi escudo, Cristo lo es todo. No una cosa más. No algo opcional. Lo es todo.
Porque en Él se nos ha revelado lo más hermoso que nuestro corazón sueña como la más
noble exigencia y que no somos capaces de amasar con nuestras manos ni dar respuesta
con nuestra buena voluntad. Cristo lo es todo. La Verdad que nos hace libres, la Bondad
que nos devuelve la inocencia, la Belleza que nos salva. Para esta redención se encarnó
como nuestro Hermano sin dejar de ser el eterno Hijo de Dios, naciendo del Sí que
hizo la Virgen a María. Y Cristo es para todos. Los santos y los pecadores, los sencillos
y los opulentos, los creyentes de un Dios vivo y los que se postran ante los ídolos
de ahora y de siempre. Cristo es todo en todas las cosas. Cristo es todo para toda
persona. La frase paulina de la carta a los Colosenses «Cristo es todo en todas las
cosas» (Christus omnia in omnibus), la vivió San Francisco hondamente y la propuso
con sus palabras: «Mi Dios y mi todo» (Deus meus et omnia).
Concluyo mis palabras
con un saludo a los amigos que han venido desde lejos para estar esta mañana con nosotros
en mi inicio de pontificado en Oviedo. Permitidme que salude a los que desde las queridas
Diócesis de Huesca y de Jaca me están acompañando en estos primeros momentos de mi
andadura como arzobispo de Oviedo: tantas cosas vividas, hermosas y verdaderas, quedan
en nuestro recuerdo, en nuestra plegaria y en nuestra tarea. Os repito lo dicho tantas
veces estos días: porque no nos separemos, llevadme en vuestro corazón que yo en mi
corazón os llevo.
Igualmente los que habéis venido desde Toledo, desde Ávila
o desde Madrid, cada uno con vuestro nombre y fecha en la que entrasteis a formar
parte de mi vida y amistad. Gracias por vuestra preciosa compañía desde la Conferencia
Episcopal, la Facultad de Teología San Dámaso, la familia Franciscana, la Prelatura
del Opus Dei, el Camino Neocatecumenal, los movimientos de Acción Católica, de Comunión
y Liberación, de los Focolares y de Schönstatt.
Gracias a los que venís desde
más lejos en Alemania o Austria: Den Freunden, die aus Österreich und aus Deutschland
kommen, meine Dankbarkeit für Eure nette Geste, mich mit Eurem Gebet und Eurer Anwesenheit
zu begleiten. Mögen der Herr und unsere “Santina” Euch eine glückliche Heimreise gewähren.
Danke schön für alles. Friede und Heil.
Y a los que venís desde Italia: Cari
amici pervenuti da Roma, vi ringrazio vivamente per questo gesto veramente fraterno
ed amichevole. Grazie della vostra preziosa compagnia verso la fedeltà al Signore
nella sua Chiesa. Prego affinché il Signore e la nostra “Santina” vi permettano tornare
bene a casa. Grazie di tutto. Pace e Bene.
Gracias, finalmente, a mi nuevo
pueblo asturiano, a cuantos estáis aquí y a cuantos estarán siguiendo en toda España
esta celebración a través de los medios de comunicación social. Un abrazo lleno de
afecto al Obispo Auxiliar, al Colegio de Consultores y a todo el presbiterio diocesano,
especialmente a nuestros misioneros. El Señor nos ilumine para encontrar los caminos
adecuados para seguir remando mar adentro en esta travesía eclesial de nuestro espacio
y nuestro tiempo, finalizando el Sínodo que tuvo ya su comienzo. A los seminaristas
también mi gratitud por la fidelidad al Señor, pues en vuestro sí está la esperanza
de nuestro pueblo. Igual a las comunidades de vida consagrada con todos vuestros carismas
y encomiendas, poniendo el alma del Espíritu en el cuerpo de nuestra tierra. A los
muchos laicos cristianos, comprometidos con el Evangelio que anuncia la Iglesia, también
gracias. Especialmente a cuantos colaboráis en el campo de la catequesis, la acción
social caritativa desde Cáritas, Manos Unidas, Conferencias de San Vicente de Paúl,
Mensajeros de la Paz, mi gratitud en este tiempo de inclemencia económica y moral.
A los ancianos, a los enfermos, gracias por vuestro Testimonio y vuestra sabiduría.
A los jóvenes y a los niños, para no que cesen de escucharse vuestras preguntas y
para que os abráis a las respuestas que Dios os brinda en su Iglesia, gracias. El
esfuerzo inmenso para preparar esta celebración merece mi reconocimiento más rendido
de una gratitud más inmensa aún: al Cabildo de la Catedral, los organizadores, los
voluntarios, la “Schola Cantorum”, y los que cubren esta celebración como periodistas:
a todos gracias.
Santina de Cuadonga, ayúdamos n’el camín pa’llegar al to Fíu
Presurosos
salgamos al encuentro. El Señor os bendiga y os guarde.