El Papa renueva su opción pastoral de acrecentar el sentido de pertenencia a la Iglesia
y favorecer la corresponsabilidad pastoral
Viernes, 01 ene (RV).- Al terminar el 2009, Benedicto XVI invitó a reflexionar sobre
los pequeños y grandes acontecimientos de nuestras vidas en la perspectiva de la salvación
y la llamada de Dios que nos conduce a la eternidad. Ayer por la tarde, el Papa presidió
en la basílica vaticana, las primeras Vísperas de la Solemnidad de María Santísima
Madre de Dios y la conclusión del año civil, a las que siguieron la exposición y adoración
del Santísimo Sacramento y el canto del Te deum, en agradecimiento al Señor por los
dones recibidos.
Inspirado en las palabras del apóstol Pablo contenidas en
la liturgia del día, el Santo Padre recordó que con la encarnación del Hijo de Dios,
la eternidad ha entrado en el tiempo. El tiempo –dijo el Papa- ha estado “tocado”
por Cristo, el Hijo de Dios y de María, y de él ha recibido significados nuevos y
sorprendentes: se ha convertido en tiempo de salvación y de gracia. Una perspectiva
que -según el Papa- debemos considerar.
Precisamente en esta perspectiva
debemos considerar el tiempo del año que se cierra y el del que comienza, para poner
los más diversos acontecimientos de nuestra vida – importantes o pequeños, sencillos
o indescifrables, alegres o tristes – bajo la señal de la salvación y acoger la llamada
que Dios nos dirige para conducirnos hacia una meta más allá del mismo tiempo: la
eternidad
Refiriéndose
específicamente a la cercanía de Dios a toda la humanidad, propia del misterio de
la Navidad, el Santo Padre explicó que por el hecho de Dios hacerse hombre y el hombre
tener la posibilidad de ser hijo de Dios, es un motivo de alegría para dar “con la
voz, el corazón y la vida, nuestro “gracias” a Dios, como en el canto del te deum
con el que se cierra esta celebración.
El canto del te Deum, que hoy resuena
en las Iglesias de todas las partes de la tierra, es un signo de alegre gratitud que
dirigimos a Dios por los dones que nos ha ofrecido en Cristo. Verdaderamente “de su
plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia” (Gv
1,16)
Benedicto
XVI siguiendo la tradición como Obispo de Roma, agradeció en su homilía los abundantes
dones derramados por el Señor en la comunidad diocesana de Roma en el curso del año
que ha concluido. Y en su saludo, el Papa renovó su opción pastoral de acrecentar
el sentido de pertenencia a la Iglesia y favorecer la corresponsabilidad pastoral.
El Santo Padre hizo largo recorrido por los acontecimientos eclesiales más
importantes vividos en la diócesis de Roma, desde el Convenio diocesano en San Juan
de Letrán, en el cual participó, pasando la programación de una serie de “encuentros
culturales en la Catedral”, que tendrán como tema su reciente encíclica Caritas in
veritate, además de poner de relieve la labor de tantas familias, numerosos educadores
y las comunidades parroquiales que se dedican a ayudar a los jóvenes a construir su
futuro sobre fundamentos sólidos, en particular sobre la roca que es Jesucristo.
Benedicto
XVI al recordar que la Palabra, creída, anunciada y vivida nos empuja a comportamientos
de solidaridad y a compartir, invitó a las comunidades cristianas a ofrecer con generosidad
a cuantos llaman a sus puertas.
La Navidad del Señor, que nos recuerda
la gratuidad con la que Dios ha venido a salvarnos, cargando con nuestra humanidad
y dándonos su vida divina, ayude a todo hombre de buena voluntad a comprender que
solamente abriéndose al amor de Dios, el actuar humano cambia, se transforma, convirtiéndose
en levadura de un futuro mejor para todos
Al concluir,
el Santo Padre reiteró que Roma necesita sacerdotes que sean anunciadores valientes
del Evangelio e invitó a los jóvenes a no tener miedo de responder con el don completo
de la propia existencia a la llamada del Señor para seguirle en la vida del sacerdocio
o de la vida consagrada. Y despidiendo el año que concluyó, el Papa invitó a los fieles
a elevar su oración a María, madre de Dios
La Virgen Santa es Madre de
la Iglesia y madre de cada uno de sus miembros, es decir Madre de cada uno de nosotros,
en Cristo. Pidámosle a Ella que nos acompañe con su presurosa protección hoy y siempre,
para que Cristo nos acoja un día en su gloria, en la asamblea de los Santos: Aeterna
fac cum santis tuis in gloria numerari. ¡Amen!