En su telegrama de pésame al arzobispo de Tokio, Benedicto XVI pide a Dios que recompense
al cardenal japonés Peter Siichi Shirayanagi por sus obras
Jueves, 31 dic (RV)- Ayer, al conocer la noticia de la muerte del cardenal Peter
Siichi Shirayanagi, quien falleció en Japón a los 81 años de edad, Benedicto XVI ha
enviado un telegrama de pésame a Mons. Peter Takeo Okada, arzobispo de Tokio y presidente
de la Conferencia episcopal japonesa, así como al clero, a los religiosos y a todos
los fieles laicos de esa arquidiócesis.
Recordando con gratitud el inquebrantable
compromiso del cardenal Shirayanagi en la proclamación del Evangelio en Japón durante
largos años, como sacerdote y obispo, el Papa evoca asimismo su importante trabajo
en la promoción de la justicia y de la paz y sus incansables esfuerzos en favor de
los refugiados.
Benedicto XVI se une en la oración, pidiendo a Dios, Padre
de Misericordia, que recompense al cardenal Shirayanagi por sus obras y acoja su noble
alma en la luz y paz del cielo. Asimismo, el Santo Padre bendice a cuantos participen
en la solemne Misa de exequias por el descanso eterno de este purpurado, que tendrán
lugar el próximo 5 de enero, en la catedral de Tokio. Con su fallecimiento, el Colegio
cardenalicio queda compuesto por 184 purpurados, de los cuales 112 son electores.
Recordamos
a nuestros oyentes que el cardenal Peter Siichi Shirayanagi, había obtenido el doctorado
en filosofía, teología y derecho canónico, y había recibido la ordenación sacerdotal
a los 26 años de edad. A los 42, fue arzobispo de Tokio y cardenal a los 66.
En
febrero de 1981, había acogido al Siervo de Dios Juan Pablo II con ocasión de la primera
visita papal a Japón. Conocido por su compromiso en favor de la paz y del desarme
internacional, impulsó la evangelización con una atención especial por los problemas
sociales, en particular por los refugiados.
El 24 de noviembre de 2008 había
participado en Nagasaki, en la beatificación de 188 mártires japoneses, en gran parte
laicos, mujeres, niños y minusválidos, bárbaramente torturados y asesinados por odio
a la fe, en el año 1600. El cardenal Peter Siichi Shirayanagi, hablando de estos testigos
de la fe, había destacado que se trataba de personas normales, que tenían fe. Y creyendo
verdaderamente en Jesús, prefirieron obedecer a Dios y no a los decretos anticristianos
de los generales japoneses; por lo que dieron su vida.