Mensaje de Navidad: Benedicto XVI recuerda a los países del mundo que padecen dolorosas
heridas de guerra y conflictos y a toda familia humana, marcada por la crisis económica
y moral
Viernes, 25 dic (RV).- Benedicto XVI ha reafirmado hoy de nuevo, en la Solemnidad
de la Navidad, su preocupación, y la de toda la Iglesia, por Tierra Santa, invitando
a sus habitantes a abandonar la violencia y la venganza, por Honduras, donde es necesario
retomar el camino institucional, y por toda Latinoamérica con un llamamiento al respeto
de los derechos inalienables de cada persona y a su desarrollo integral.
En
el tradicional mensaje de Navidad, Benedicto XVI ha tenido recuerdos especiales para
muchos países del mundo que padecen dolorosas heridas de guerra y conflictos, y dirigiéndose
a la toda familia humana, profundamente marcada por una grave crisis económica, pero
también de carácter moral, ha ofrecido la sincera presencia de la Iglesia, cuya fuerza
es el Niño de belén que hoy ha nacido. Porque “donde quiera que haya un nosotros que
acoge el amor de Dios, allí resplandece la luz de Cristo, incluso en las situaciones
más difíciles”. Como María, ha dicho el Papa, la Iglesia ofrece al Niño a cuantos
lo buscan con corazón sincero, a los humildes de la tierra y a los afligidos, a las
víctimas de la violencia, a todos los que desean ardientemente el bien de la paz.
“El
«nosotros» de la Iglesia vive donde nació Jesús, en Tierra Santa, para invitar a sus
habitantes a que abandonen toda lógica de violencia y venganza, y se comprometan con
renovado vigor y generosidad en el camino hacia una convivencia pacífica. El «nosotros»
de la Iglesia está presente en los demás Países del Medio Oriente. ¿Cómo no pensar
en la borrascosa situación en Irak y en el aquel pequeño rebaño de cristianos que
vive en aquella Región. Sufre a veces violencias e injusticias, pero está siempre
dispuesto a dar su propia contribución a la edificación de la convivencia civil, opuesta
a la lógica del enfrentamiento y del rechazo de quien está al lado”.
Recuerdo
especial del Papa también para Sri Lanka, península coreana y Filipinas, y sobre todo
el apoyo para el continente africano, donde “la Iglesia no deja de elevar su voz a
Dios para implorar el fin de todo abuso en la República Democrática del Congo; invita
a los ciudadanos de Guinea y del Níger al respeto de los derechos de toda persona
y al diálogo; pide a los de Madagascar que superen las divisiones internas y se acojan
mutuamente; recuerda a todos que están llamados a la esperanza, a pesar de los dramas,
las pruebas y las dificultades que los siguen afligiendo
“En Europa y en América
septentrional, el «nosotros» de la Iglesia impulsa a superar la mentalidad egoísta
y tecnicista, a promover el bien común y a respetar a los más débiles, comenzando
por los que aún no han nacido. En Honduras, ayuda a retomar el camino institucional;
en toda Latinoamérica, el «nosotros» de la Iglesia es factor de identidad, plenitud
de verdad y caridad que no puede ser reemplazado por ninguna ideología, un llamamiento
al respeto de los derechos inalienables de cada persona y a su desarrollo integral,
anuncio de justicia y hermandad, fuente de unidad”.
El Papa ha asegurado la
solidaridad de la Iglesia con los afectados por las calamidades naturales y por la
pobreza, también en las sociedades opulentas. “Ante el éxodo de quienes emigran de
su tierra y a causa del hambre, la intolerancia o el deterioro ambiental se ven forzados
a marchar lejos, - ha subrayado el Santo padre- la Iglesia es una presencia que llama
a la acogida”.
“La Verdad, como el Amor, que ella contiene, se enciende allí
donde la luz es acogida, difundiéndose después en círculos concéntricos, casi por
contacto, en los corazones y en las mentes de los que, abriéndose libremente a su
resplandor, se convierten a su vez en fuentes de luz. Es la historia de la Iglesia
que comienza su camino en la gruta pobre de Belén, y a través de los siglos se convierte
en Pueblo y fuente de luz para la humanidad. También hoy, por medio de quienes van
al encuentro del Niño Jesús, Dios sigue encendiendo fuegos en la noche del mundo,
para llamar a los hombres a que reconozcan en Él el «signo» de su presencia salvadora
y liberadora, extendiendo el «nosotros» de los creyentes en Cristo a toda la humanidad”.
Tras el mensaje Benedicto XVI felicitó las navidades en 65 lenguas e impartió
la bendición Urbi et Orbi. Escuchemos la felicitación del Santo Padre en español.
MENSAJE
COMPLETO Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero, y
a todos vosotros, hombres y mujeres a quien Dios ama «Lux fulgebit
hodie super nos, quia natus est nobis Dominus. Hoy brillará
una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor» (Misal
Romano, Natividad del Señor, Misa de la aurora, Antífona de entrada). La
liturgia de la Misa de la aurora nos ha recordado que la noche ya pasó, el día está
avanzado; la luz que proviene de la gruta de Belén resplandece sobre nosotros. Pero
la Biblia y la Liturgia no nos hablan de la luz natural, sino de una luz diferente,
especial, de algún modo proyectada y orientada hacia un «nosotros», el mismo «nosotros»
por el que el Niño de Belén «ha nacido». Este «nosotros» es la Iglesia, la gran familia
universal de los creyentes en Cristo, que han aguardado con esperanza el nuevo nacimiento
del Salvador, y hoy celebran en el misterio la perenne actualidad de este acontecimiento.
Al principio, en torno al pesebre de Belén, ese «nosotros»
era casi invisible a los ojos de los hombres. Como nos dice el Evangelio de san Lucas,
incluía, además de a María y José, a unos pocos sencillos pastores, que llegaron a
la gruta avisados por los Ángeles. La luz de la primera Navidad fue como un fuego
encendido en la noche. Todo alrededor estaba oscuro, mientras en la gruta resplandecía
la luz verdadera «que alumbra a todo hombre» (Jn 1,9). Y, no obstante, todo sucede
con sencillez y en lo escondido, según el estilo con el que Dios actúa en toda la
historia de la salvación. Dios quiere ir poniendo focos de luz concretos, para dar
luego claridad hasta el horizonte. La Verdad, como el Amor, que ella contiene, se
enciende allí donde la luz es acogida, difundiéndose después en círculos concéntricos,
casi por contacto, en los corazones y en las mentes de los que, abriéndose libremente
a su resplandor, se convierten a su vez en fuentes de luz. Es la historia de la Iglesia
que comienza su camino en la gruta pobre de Belén, y a través de los siglos se convierte
en Pueblo y fuente de luz para la humanidad. También hoy, por medio de quienes van
al encuentro del Niño Jesús, Dios sigue encendiendo fuegos en la noche del mundo,
para llamar a los hombres a que reconozcan en Él el «signo» de su presencia salvadora
y liberadora, extendiendo el «nosotros» de los creyentes en Cristo a toda la humanidad.
Dondequiera que haya un «nosotros» que acoge el amor de Dios,
allí resplandece la luz de Cristo, incluso en las situaciones más difíciles. La Iglesia,
como la Virgen María, ofrece al mundo a Jesús, el Hijo que ella misma ha recibido
como un don, y que ha venido para liberar al hombre de la esclavitud del pecado. Como
María, la Iglesia no tiene miedo, porque aquel Niño es su fuerza. Pero no se lo guarda
para sí: lo ofrece a cuantos lo buscan con corazón sincero, a los humildes de la tierra
y a los afligidos, a las víctimas de la violencia, a todos los que desean ardientemente
el bien de la paz. También hoy, dirigiéndose a la familia humana profundamente marcada
por una grave crisis económica, pero antes de nada de carácter moral, y por las dolorosas
heridas de guerras y conflictos, la Iglesia repite con los pastores, queriendo compartir
y ser fiel al hombre: «Vamos derechos a Belén» (Lc 2,15), allí encontraremos nuestra
esperanza. El «nosotros» de la Iglesia vive donde nació Jesús,
en Tierra Santa, para invitar a sus habitantes a que abandonen toda lógica de violencia
y venganza, y se comprometan con renovado vigor y generosidad en el camino hacia una
convivencia pacífica. El «nosotros» de la Iglesia está presente en los demás Países
del Medio Oriente. ¿Cómo no pensar en la borrascosa situación en Irak y en el aquel
pequeño rebaño de cristianos que vive en aquella Región. Sufre a veces violencias
e injusticias, pero está siempre dispuesto a dar su propia contribución a la edificación
de la convivencia civil, opuesta a la lógica del enfrentamiento y del rechazo de quien
está al lado. El «nosotros» de la Iglesia está activo en Sri Lanka, en la Península
coreana y en Filipinas, como también en otras tierras asiáticas, como fermento de
reconciliación y de paz. En el continente africano, no cesa de elevar su voz a Dios
para implorar el fin de todo abuso en la República Democrática del Congo; invita a
los ciudadanos de Guinea y del Níger al respeto de los derechos de toda persona y
al diálogo; pide a los de Madagascar que superen las divisiones internas y se acojan
mutuamente; recuerda a todos que están llamados a la esperanza, a pesar de los dramas,
las pruebas y las dificultades que los siguen afligiendo. En Europa y en América septentrional,
el «nosotros» de la Iglesia impulsa a superar la mentalidad egoísta y tecnicista,
a promover el bien común y a respetar a los más débiles, comenzando por los que aún
no han nacido. En Honduras, ayuda a retomar el camino institucional; en toda Latinoamérica,
el «nosotros» de la Iglesia es factor de identidad, plenitud de verdad y caridad que
no puede ser reemplazado por ninguna ideología, un llamamiento al respeto de los derechos
inalienables de cada persona y a su desarrollo integral, anuncio de justicia y hermandad,
fuente de unidad. Fiel al mandato de su Fundador, la Iglesia
es solidaria con los afectados por las calamidades naturales y por la pobreza, también
en las sociedades opulentas. Ante el éxodo de quienes emigran de su tierra y a causa
del hambre, la intolerancia o el deterioro ambiental se ven forzados a marchar lejos,
la Iglesia es una presencia que llama a la acogida. En una palabra, la Iglesia anuncia
por doquier el Evangelio de Cristo, no obstante las persecuciones, las discriminaciones,
los ataques y la indiferencia, a veces hostil, que más bien le permiten compartir
la suerte de su Maestro y Señor. Queridos hermanos y hermanas,
qué gran don es formar parte de una comunión que es para todos. Es la comunión de
la Santísima Trinidad, de cuyo corazón ha descendido al mundo el Enmanuel, Jesús,
Dios-con-nosotros. Como los pastores de Belén, contemplemos embargados de maravilla
y gratitud este misterio de amor y luz. Feliz Navidad a todos.