El Papa pide respeto por los enfermos terminales, que no son un peso, porque a través
de ellos se manifiesta la cruz de Cristo
Domingo, 13 dic (RV).- El Santo Padre en este tercer domingo de Adviento, denominado
también “domingo gaudete” ha querido llevar la alegría y el regocijo de la
Navidad, ya cercana, a las personas que sufren. Por eso a las diez de la mañana ha
visitado pastoralmente la Casa de Caridad del Sagrado Corazón de Jesús de Roma que
se encuentra en el parque del Gianicolo, no muy lejos de San Pedro. Se trata de un
centro privado de asistencia médica en el que se cura gratuitamente a los enfermos
terminales además de ser también un centro de formación y de investigación.
La
Casa de acogida del Sagrado Corazón se mantiene gracias a las aportaciones del Círculo
de San Pedro y de la Fundación Roma y con la ayuda médico-científica del Polo oncológico
Reina Elena. En la estructura hospitalaria trabajan también los voluntarios del Círculo
de San Pedro, que desempeñan actividades de asistencia al equipo medico y al personal
sanitario con el objetivo de aliviar el dolor físico y espiritual y acompañar en su
soledad, a los enfermos terminales de cualquier credo religioso, etnia o clase social.
Benedicto XVI ha destacado precisamente en las palabras que ha dirigido a
los enfermos y al personal médico y asistencial esta “compañía amorosa” que médicos,
personal auxiliar y voluntarios, dan a los pacientes para aliviar el proceso de su
enfermedad. Los enfermos ingresados en esta ejemplar Casa-Asilo, en once años, han
pasado de tres a más de treinta. A los que se deben añadir noventa enfermos que vienen
asistidos a domicilio.
“Todo ello -ha dicho el Papa- contribuye a hacer de
la Casa de Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, que en los últimos tiempos se ha
enriquecido con una Unidad de Alzheimer y un proyecto de Asistencia a personas afectadas
por Esclerosis Lateral, una realidad particularmente significativa en el panorama
de la sanidad de Roma”.
Sabemos que algunas graves patologías producen inevitablemente
en los enfermos momentos de crisis, de desfallecimiento y un serio enfrentamiento
con la propia situación personal, ha añadido el Pontífice. “Los progresos de la ciencia
médica a menudo ayudan a afrontar estos desafíos especialmente en lo que se refiere
a los aspectos físicos. Pero no siempre es posible encontrar curaciones para todas
las enfermedades. Los hospitales y clínicas de todo el mundo están llenos de sufrimiento
de hermanos y hermas incurables, a menudo en fase terminal.
“Hoy la prevaleciente
mentalidad de eficiencia tiende a menudo a marginar estas personas, considerándolas
un peso y un problema para la sociedad. Quien tiene el sentido de la dignidad humana
sabe, en cambio, que estas personas van respetadas y apoyadas mientras afrontan las
dificultades y el sufrimiento que les conlleva sus condiciones de salud. Pero, además
de las indispensables curas clínicas, es necesario ofrecer a los enfermos gestos concretos
de amor, de cercanía y de cristiana solidaridad para estar a su lado en la necesidad
de comprensión, de consuelo y de constante estímulo”.
La Iglesia a través
de los siglos, ha indicado el Papa, “se ha mostrado siempre como madre amorosa con
los que sufren en el cuerpo y en el espíritu”. Por ellos el Papa una vez más ha animado
la benemérita obra de todos aquellos que “haciéndose imagen del buen samaritano cuidan
al prójimo ofreciéndole cotidianamente una asistencia atenta y compasiva”. A los enfermos
Benedicto XVI les ha ofrecido su testimonio de cercanía y afecto: “Os aseguro mi oración
y os invito a encontrar en Jesús apoyo y alivio, para que no perdáis nunca la confianza
y la esperanza. Vuestra enfermedad es una prueba muy dolorosa y singular, pero ante
el misterio de Dios, que asumió nuestra carne mortal, esta enfermedad asume un sentido
y se convierte en don y en ocasión de santificación”.
“Cuando el sufrimiento
y el desaliento sean más fuertes -les ha exhortado el Santo Padre- pensad que Cristo
os está asociando a su cruz, porque quiere decir a través de vosotros una palabra
de amor a cuantos han perdido el camino de la vida y, encerrados en su propio vacío
egoísmo, viven en el pecado y alejados de Dios. De hecho, vuestras condiciones de
salud testimonian que la verdadera vida no está aquí, sino al lado de Dios”.
“El tiempo de Adviento
en el cual estamos sumergidos, nos habla de la visita de Dios y nos invita a prepararle
el camino. A la luz de la fe podemos leer en la enfermedad y en el sufrimiento una
particular experiencia del Adviento, una vista de Dios que, de un modo misterioso,
nos sale al encuentro para liberarnos de la soledad y del no sentido y transformando
el dolor en tiempo de encuentro, de esperanza y de salvación con Él”.