2009-12-11 14:58:33

Segunda predicación de Adviento: “Sacerdotes en el corazón de Cristo”


Viernes, 11 dic (RV).- Cada sacerdote debería manifestar “el buen perfume de Dios en el mudo”. Con esta imagen, el Padre Cantalamessa ha expresado uno de los pasajes centrales de su segunda meditación de Adviento, que ha tenido lugar esta mañana en presencia del Papa y de los miembros de la Curia Romana en la Capilla Redemptoris Mater.

Hablando de la sacralidad conferida al sacerdote por la unción sacerdotal, el predicador de la Casa Pontificia ha censurado, en cambio, la infidelidad de aquellos presbíteros que, dando escándalo, provocan el rechazo de Cristo por parte de las personas. Como Cristo, el sacerdote está “ungido” por Dios y esta “unción” conlleva efectos concretos, experimentados durante la jornada de un sacerdote.

“Tener unción –ha dicho- significa por lo tanto tener el Espíritu Santo como compañero inseparable en la vida, hacerlo todo ‘en el Espíritu’, en su presencia, con su guía. Todo esto se traduce, externamente, a veces en dulzura, calma, paz, y a veces en autoridad. Es una condición que se caracteriza con una cierta luminosidad interior que da facilidad y dominio al hacer las cosas. Como ‘estar en forma’ para el atleta o la inspiración para el poeta”.

La unción, por lo tanto “confiere un poder real interior”, gracias al Espíritu Santo. Sin embargo, ha observado el padre Cantalamessa existe un riesgo, común a todos los sacramentos: “El de detenerse en el aspecto ritual y canónico de la ordenación, en su validez y licitud, y no dar la suficiente importancia al efecto espiritual, a la gracia propia del Sacramento, en este caso al fruto de la unción en la vida del sacerdote. La unción sacramental nos habilita para cumplir ciertas acciones sagradas, como gobernar, predicar, instruir; nos da, por decirlo de alguna manera, la autorización a hacer ciertas cosas, no necesariamente la autoridad en hacerlas; asegura la sucesión apostólica, no necesariamente el éxito apostólico”.

Y aludiendo un pasaje de san Pablo a los Corintios, el predicador franciscano ha confirmado: “Éste debería ser el sacerdote: el buen perfume de Cristo en el mundo”. Pero el Apóstol nos pone en guardia añadiendo inmediatamente después: “llevamos este tesoro en vasijas de barro”. Sabemos demasiado bien, la dolorosa y humillante experiencia reciente que significa todo esto. Jesús decía a los apóstoles: “vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se vuelve insípida ¿con que se salará? No es buena ya para nada, sino para ser echada y pisoteada por los hombres”. “La verdad de estas palabras de Cristo están dolorosamente ante nuestros ojos. También si el ungüento se pierde y el olor se estropea se transforma en lo contrario, en hedor, y en lugar de atraer a Cristo, lo aleja de Él”.

El padre predicador ha finalizado su reflexión citando el perfil ideal del sacerdote descrito por el padre Lacordaire, religioso francés del S. XIX: “vivir en medio del mundo sin deseo alguno por su placer; ser miembro de toda familia sin pertenecer a ninguna de ellas; compartir todo sufrimiento, estar al margen de los secretos, cuidar todas las heridas; ir cada día de los hombres a Dios, para ofrecerle sus devociones y sus oraciones y volver de Dios a los hombre para llevarles su perdón y su esperanza; tener un corazón de acero para la castidad y un corazón de carne para la caridad”.








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