Audiencia general: Benedicto XVI sitúa el origen del mal en el hombre y en el uso
equivocado que hace de la libertad humana
Miércoles, 9 dic (RV).- En su catequesis ante unos 8 mil fieles y peregrinos el Papa
ha hablado de “la paciencia y la benevolencia de Dios ante el hombre pecador”, a través
de las páginas escritas por el monje benedictino, Ruperto de Deutz.
Benedicto
XVI ha dedicado de nuevo su catequesis de la audiencia general de los miércoles a
un monje del siglo XII, el benedictino Ruperto de Deutz, que vivió toda su vida en
el monasterio de san Lorenzo de Lieja, localidad cercana a Colonia. En su catequesis
ante unos 8 mil peregrinos, el Papa ha hablado de “la paciencia y la benevolencia
de Dios ante el hombre pecador” a través de las páginas escritas por este monje, que
en 1120 fue nombrado Abad de Deutz. Ruperto fue un teólogo de gran profundidad, que
se distinguió por su rectitud moral y por su apego a la Sede de Pedro. En diversas
ocasiones, ante las controversias que surgían en la Iglesia, mostró como la referencia
al ministerio petrino garantiza la fidelidad a la sana doctrina y da serenidad y libertad
interior.
San Ruperto afirma con fuerza la continuidad entre el Cuerpo del
Verbo y Aquel que está presente en las Especies de la Eucaristía. “Para conciliar
la bondad y el máximo poder de Dios con la existencia del mal, señala que Dios, bueno
como es, no puede querer sino el bien”; “el origen del mal está en el hombre y en
el uso equivocado que hace de la libertad humana”. Sostuvo asimismo que la Encarnación
estaba prevista desde la eternidad para que la creación pueda rendir alabanza a Dios
y amarlo como una única familia reunida en torno a Cristo. En su interpretación del
Cantar de los Cantares, Ruperto de Deutz nos ha dejado una bonita presentación de
los privilegios y las virtudes de la Virgen María, viendo en Ella la parte más santa
de toda la Iglesia.
Este ha sido el resumen que de su catequesis ha hecho el
Santo Padre en español para los peregrinos de nuestra lengua, presentes en el Aula
Pablo VI, que han participado en la audiencia:
Queridos
hermanos y hermanas: Como en las últimas catequesis, hoy quisiera
presentar la figura de otro monje del siglo doce. Se llama Ruperto di Deutz. Según
una costumbre de la época, siendo aún niño fue acogido en el monasterio benedictino
de San Lorenzo, donde recibió una esmerada educación. Desde muy temprana edad, manifestó
su amor por la vida monástica y su adhesión total a la Sede de Pedro. En el año mil
ciento veinte lo nombraron Abad de Deutz, donde vivió hasta su muerte. Ruperto
nos ha dejado una gran cantidad de obras que todavía hoy suscitan un enorme interés.
Fue muy activo en diversas discusiones teológicas, como por ejemplo en la defensa
de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, o en su convicción de que el origen
del mal se encuentra en un uso erróneo de la libertad humana, defendiendo así la absoluta
bondad de Dios. En el centro de su reflexión teológica y bíblica nos encontramos siempre
con Jesucristo, como punto de unidad de toda la historia de la salvación, desde la
Creación hasta el final de los tiempos. Queridos amigos, Ruperto
de Deutz es una figura ejemplar de un teólogo fervoroso que, como todos los representantes
de la teología monástica, supo conjugar el estudio racional de los misterios de la
fe con la oración y la contemplación, considerada ésta como el culmen de todo conocimiento
de Dios. Saludo a los fieles de lengua española, en particular
a los miembros de la Hermandad del Santo Entierro y de Nuestra Señora de la Soledad,
de Dos Hermanas, a los jóvenes de Cancún-Chetumal y a los estudiantes de Monterrey,
así como a los demás grupos venidos de España y otros países latinoamericanos. A todos
os invito a reconocer con agradecimiento la presencia de Cristo en el Pan eucarístico
y en su Palabra. Muchas gracias.
Antes de finalizar la audiencia general,
como siempre, el Santo Padre se ha dirigido a los jóvenes a los enfermos y a los recién
casados. La solemnidad de la Inmaculada que ayer celebramos, nos recuerda la adhesión
singular de María al proyecto salvífico de Dios. Queridos jóvenes, esforzaos en imitarla
con un corazón puro y límpido, dejándoos plasmar por Dios que en vosotros quiere “hacer
grandes cosas” (cfr Lc 1,49). Queridos enfermos, con la ayuda de María fiaros siempre
del Señor, que conoce vuestros sufrimientos y, uniéndolos a los suyos, las ofrece
por la salvación del mundo. Y vosotros, queridos recién casados, haced que vuestra
casa, imitando la casa de Nazaret, sea acogedora y abierta a la vida.