Audiencia general: el Papa indica el amor como energía principal del alma humana y
fuente de verdadera alegría “pero aprender a amar requiere un largo y comprometido
camino”
Miércoles, 2 dic (RV).- Benedicto XVI ha centrado hoy su catequesis de la Audiencia
General, que ha celebrado en la plaza de san Pedro, a la insigne figura de Guillermo
de Saint-Thierry, amigo y biógrafo de San Bernardo de Claraval. Guillermo entró a
formar parte de la vida benedictina, en Reims, en el año 1113. Tras convertirse en
abad del monasterio de Saint-Thierry pasó a la abadía cisterciense de Signy.
Allí
consagró su vida a la contemplación del misterio divino y a la redacción de textos
espirituales convirtiéndose en “cantor del amor”. El amor es la energía principal
del alma humana”, constata en el libro De natura et dignitate amoris. La tarea fundamental
de todo ser humano es aprender a amar. El objeto de este amor es Dios, Dios-Amor.
“La elección de fondo que da sentido y valor a nuestra vida es: amar a Dios y, por
amor suyo, amar a nuestro prójimo; sólo así encontraremos la verdadera alegría, anticipo
de la bienaventuranza eterna.
Siguiendo la teología de los padres griegos,
“el hombre -dice el santo medieval-, está llamado a convertirse, por gracia, en lo
que Dios es por Naturaleza, y este aprendizaje no puede hacerse sino en la escuela
de nios”. Guillermo de Saint-Thierry desarrolla así una pedagogía del amor en la que
la ascesis y el esfuerzo humano tienen su puesto de importancia, pero donde el Espíritu
Santo juega el papel principal transformando en caridad el ímpetu de amor presente
en el hombre.
“Digamos también nosotros al Señor que queremos vivir de amor”,
ha exhortado el Pontífice al final de su catequesis, citando una oración de santa
Teresa del Niño Jesús. “Aprender a amar -ha proseguido el Papa- requiere un largo
y comprometido camino que Guillermo de Saint-Thierry articula en cuatro etapas, correspondientes
a las edades del hombre: infancia, juventud, madurez y vejez”.
En este itinerario
ha explicado el Papa “la persona debe imponerse una ascesis, es decir, una serie de
reglas y prácticas encaminadas a la liberación del espíritu y al logro de la virtud,
que sea eficaz”. Tiene que tener un gran control de sí mismo para eliminar cualquier
afecto desordenado, cualquier concesión al egoísmo, y unificar la propia vida en Dios,
manantial, meta y fuerza del amor, hasta llegar a la cúspide de la vida espiritual,
que Guillermo define “sabiduría”.
“Al final de este itinerario ascético -ha
asegurado el Santo Padre- se experimenta una gran serenidad y dulzura”, porque “todas
las facultades del hombre -inteligencia, voluntad, afectos- reposan en Dios, conocido
y amado en Cristo”. Según Guillermo de Saint-Thierry, “esta radical vocación al amor
por Dios constituye “el secreto de una vida lograda y feliz” que él describe como
“un deseo incesante y creciente, inspirado por Dios mismo en el corazón del hombre”.
En una de sus meditaciones, ha recordad el Papa, Guillermo dice que el objeto
de este amor es el Amor con mayúscula, es decir, Dios. Es Él quien se derrama en el
corazón de quien ama y lo convierte apto para recibirlo. Este impulso de amor es el
cumplimiento del hombre”.
Este ha sido el resumen que de su catequesis ha hecho
el Santo Padre en español para los peregrinos de nuestra lengua, presentes en la Plaza
de San Pedro, que han participado en la audiencia:
Queridos
hermanos y hermanas: Hoy me detengo en Guillermo de San Thierry,
nacido en Lieja en torno al año mil ochenta. De familia noble, y dotado de gran inteligencia
y un amor innato por el estudio, fue a las escuelas más famosas de su tiempo, como
la de su ciudad natal y la de Reims, en Francia. Ingresó en los benedictinos de Saint-Nicaise
de Reims y, poco después, fue abad del monasterio de Saint Thierry, comunidad que,
no obstante sus grandes deseos, no pudo reformar, por lo cual la abandonó para pasar
a la abadía cisterciense de Signy, en la que se dedicó a la contemplación de los misterios
de Dios y a escribir obras de espiritualidad. Llamó la atención sobre los errores
teológicos de Abelardo, solicitando a su amigo San Bernardo de Claraval que tomara
posiciones ante ellos. De la doctrina de Guillermo, que se centró particularmente
en la ciencia del amor, podemos encontrar una síntesis en una larga carta que escribió
a los cartujos de Mont-Dieu, a quienes visitó para animarlos y consolarlos. En este
escrito, que lleva el significativo nombre de Epístola áurea, enseña que, por el amor,
el ser humano llega a ser por gracia lo que Dios es por naturaleza. Saludo
a los peregrinos de lengua española, en particular a las religiosas dominicas de la
Presentación de la Santísima Virgen, al grupo de artistas del estado de Yucatán, a
los fieles de la diócesis de Zacatecoluca, acompañados por el señor obispo, así como
a los demás grupos procedentes de España, Bolivia y otros países latinoamericanos.
Que siguiendo las enseñanzas de Guillermo de Saint-Thierry, al que podemos definir
como cantor de la caridad, aprendamos a conocer a Dios amándolo. Muchas gracias.
Antes
de finalizar la audiencia general, como siempre, el Santo Padre se ha dirigido a los
jóvenes a los enfermos y a los recién casados. Precisamente hoy se cumple el 25 aniversario
de la promulgación de la Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia, que
subrayó la atención sobre la importancia del sacramento de la penitencia en la vida
de la Iglesia. En este significativo aniversario, quiero evocar algunas figuras extraordinarias
de “apóstoles del confesionario”, incansables dispensadores de la misericordia divina:
san Juan María Vianney, san Giuseppe Cafasso, san Leopoldo Mandic, san Pío de Pietrelcina.
“Que su testimonio de fe y de caridad os anime a vosotros, queridos jóvenes
a huir del pecado y a proyectar vuestro futuro como un generoso servicio a Dios y
al prójimo. Que os ayude a vosotros, queridos enfermos, a experimentar en el sufrimiento
la misericordia de Cristo crucificado. Y que solicite en vosotros, queridos recién
casados, a crear en familia un clima constante de fe y de recíproca comprensión. Que
el ejemplo de estos Santos, asiduos y fieles ministros del perdón divino, sea para
vosotros los sacerdotes – especialmente en este Año sacerdotal – y para todos los
cristianos una invitación a confiar siempre en la bondad de Dios, acercándose y celebrando
con confianza el sacramento de la reconciliación.