El Papa recuerda los derechos fundamentales de emigrantes y refugiados y pide más
protección de los niños, los que menos pueden hacer oír su voz
Viernes, 27 nov (RV).- Esta mañana ha sido presentado en la oficina de prensa de la
Santa Sede el mensaje de Benedicto XVI para la 96 Jornada Mundial del Migrante y del
Refugiado que tendrá lugar el próximo 17 de enero de 2010. Han intervenido en la conferencia
de prensa Mons. Antonio Maria Vegliò, presidente del Pontificio Consejo de la Pastoral
para los Migrantes e Itinerantes; Mons. Agostino Marchetto, secretario del dicasterio
y Mons. Novatus Rugambwa, subsecretario del mismo Pontificio Consejo.
En su
mensaje, el Santo Padre aprovecha la ocasión de esta celebración para manifestar nuevamente
la solicitud constante de la Iglesia por los que viven, de distintas maneras, la experiencia
de la emigración. “Se trata de un fenómeno que impresiona por el número de personas
implicadas, por las problemáticas sociales, económicas, políticas, culturales y religiosas
que plantea, y por los desafíos dramáticos que supone para las comunidades nacionales
y para la internacional.
“El emigrante es un ser humano con derechos fundamentales
inalienables que todos deben respetar siempre”, afirma el Papa que recuerda el tema
de este año "Los emigrantes y los refugiados menores de edad". La Convención de Naciones
Unidas sobre los Derechos del Niño afirma con claridad que hay que salvaguardar siempre
el interés del menor, pero lamentablemente en la realidad, observa el Pontífice, esto
no siempre sucede. Los menores de edad, a menudo son abandonados y, de varias maneras,
corren el riesgo de ser explotados.
De la dramática condición en la que se
encuentran se hizo intérprete ya en 1990 Juan Pablo II en el mensaje enviado al secretario
general de las Naciones Unidas con ocasión de la Cumbre Mundial para los Niños. "Los
más vulnerables -decía el papa Wojtyla- porque son los que menos pueden hacer oír
su voz". Por ello Benedicto XVI desea “de corazón que se dedique la debida atención
a los emigrantes menores de edad, que necesitan un ambiente social que permita y favorezca
su desarrollo físico, cultural, espiritual y moral. Vivir en un país extranjero sin
puntos de referencia reales les genera innumerables trastornos y dificultades”, a
veces graves, especialmente si viven sin familia.
A los adolescentes que forman
parte de dos culturas, el Papa cree “que es importante que se les dé la posibilidad
de acudir con regularidad a la escuela y de acceder al mundo del trabajo y que se
facilite su integración social gracias a estructuras formativas y sociales oportunas”.
Respecto a los refugiados menores de edad que piden asilo, huyendo por varias razones
de sus países, el Santo Padre invita “a estudiar con atención y medidas de prevención,
protección y acogida adecuadas estos casos, de acuerdo con lo previsto en la Convención
de los Derechos del Niño”.
Benedicto XVI exhorta a todos los cristianos a
tomar conciencia del desafío social y pastoral que plantea la condición de los menores
emigrantes y refugiados. “Resuenan en nuestro corazón -escribe- las palabras de Jesús:
"Era forastero y me acogisteis", así como el mandamiento central que Cristo nos dejó:
“amar a Dios con todo el corazón, pero unido al amor al prójimo”. De este modo, también
la acogida y la solidaridad con el extranjero, especialmente si se trata de niños,
se convierte en anuncio del Evangelio de la solidaridad.
MENSAJE
COMPLETO Queridos hermanos y hermanas: La
celebración de la Jornada Mundial del emigrante y del refugiado me ofrece nuevamente la
ocasión para manifestar la solicitud constante de la Iglesia por los que viven, de
distintas maneras, la experiencia de la emigración. Se trata de un fenómeno
que, como escribí en la encíclica Caritas in veritate, impresiona por el
número de personas implicadas, por las problemáticas sociales, económicas,
políticas, culturales y religiosas que plantea, y por los desafíos dramáticos
que supone para las comunidades nacionales y para la internacional. El emigrante
es una persona humana con derechos fundamentales inalienables que todos deben respetar
siempre (cf. n. 62). El tema de este año -"Los emigrantes y los refugiados menores
de edad"- toca un aspecto al que los cristianos prestan gran atención, recordando
la advertencia de Cristo, que en el juicio final considerará referido a
Él mismo todo lo que se ha hecho o dejado de hacer "con uno sólo de estos
más pequeños" (cf. Mt 25, 40-45). Y ¿cómo no considerar entre "los más pequeños"
también a los emigrantes y los refugiados menores de edad? El propio Jesús de
pequeño vivió la experiencia del emigrante porque, como narra el Evangelio, para huir
de la amenaza de Herodes tuvo que refugiarse en Egipto junto con José y
María (cf. Mt 2, 14). Si la Convención de los Derechos del Niño
afirma con claridad que hay que salvaguardar siempre el interés del menor
(cf. art. 3), al cual hay que reconocer los derechos fundamentales de la
persona de la misma manera que se reconocen al adulto, lamentablemente en la realidad esto
no siempre sucede. Aunque en la opinión pública crece la conciencia de la necesidad
de una acción concreta e incisiva para la protección de los menores de edad,
de hecho, muchos de ellos son abandonados y, de varias maneras, corren el
riesgo de ser explotados. De la dramática condición en la que se encuentran
se hizo intérprete mi venerado predecesor Juan Pablo II en el mensaje enviado
el 22 de septiembre de 1990 al Secretario General de las Naciones Unidas con ocasión
de la Cumbre Mundial para los Niños. "He sido testigo -escribió- de la desgarradora tragedia
de millones de niños en los distintos continentes. Ellos son los más vulnerables porque son
los que menos pueden hacer oír su voz" (L'Osservatore Romano, edición española, 14
de octubre de 1990, p. 11). Deseo de corazón que se dedique la debida atención
a los emigrantes menores de edad, que necesitan un ambiente social que permita
y favorezca su desarrollo físico, cultural, espiritual y moral. Vivir en
un país extranjero sin puntos de referencia reales les genera innumerables
trastornos y dificultades, a veces graves, especialmente a los que se ven privados del
apoyo de su familia. Un aspecto típico de la emigración infantil
es la situación de los chicos nacidos en los países de acogida o la de los
hijos que no viven con sus padres, que emigraron después de su nacimiento,
sino que se reúnen con ellos más tarde. Estos adolescentes forman parte de dos culturas,
con las ventajas y las problemáticas ligadas a su doble pertenencia, una condición
que sin embargo puede ofrecer la oportunidad de experimentar la riqueza
del encuentro entre diferentes tradiciones culturales. Es importante que
se les dé la posibilidad de acudir con regularidad a la escuela y de acceder
posteriormente al mundo del trabajo, y que se facilite su integración social
gracias a estructuras formativas y sociales oportunas. Nunca hay que olvidar que
la adolescencia representa una etapa fundamental para la formación del ser humano. Una
categoría especial de menores es la de los refugiados que piden asilo, huyendo por varias
razones de su país, donde no reciben una protección adecuada. Las estadísticas revelan que
su número está aumentando. Se trata, por tanto, de un fenómeno que hay que estudiar
con atención y afrontar con acciones coordinadas, con medidas de prevención,
protección y acogida adecuadas, de acuerdo con lo previsto en la Convención
de los Derechos del Niño (cf. art. 22). Me dirijo ahora especialmente
a las parroquias y a las numerosas asociaciones católicas que, animadas
por espíritu de fe y de caridad, realizan grandes esfuerzos para salir al encuentro
de las necesidades de estos hermanos y hermanas nuestros. A la vez que expreso
mi gratitud por todo lo que se está haciendo con gran generosidad, quiero
invitar a todos los cristianos a tomar conciencia del desafío social y pastoral
que plantea la condición de los menores emigrantes y refugiados. Resuenan
en nuestro corazón las palabras de Jesús: "Era forastero y me acogisteis" (Mt
25, 35); como también el mandamiento central que Él nos dejó: amar a Dios con todo
el corazón, con toda el alma y con toda la mente, pero unido al amor al
prójimo (cf. Mt 22, 37-39). Esto nos lleva a considerar que
cada intervención concreta nuestra tiene que alimentarse ante todo de fe
en la acción de la gracia y de la divina Providencia. De este modo, también la acogida y
la solidaridad con el extranjero, especialmente si se trata de niños, se convierte
en anuncio del Evangelio de la solidaridad. La Iglesia lo proclama cuando
abre sus brazos y actúa para que se respeten los derechos de los emigrantes
y los refugiados, estimulando a los responsables de las naciones, de los
organismos y de las instituciones internacionales para que promuevan iniciativas oportunas
en su apoyo. Que la Santísima Virgen María vele maternalmente sobre todos y nos ayude
a comprender las dificultades de quienes están lejos de su patria. A cuantos tienen
relación con el vasto mundo de los emigrantes y refugiados les aseguro mi oración
e imparto de corazón la Bendición Apostólica. Vaticano, 16 de
octubre de 2009 BENEDICTUS PP. XVI