2009-11-27 16:23:20

El Papa recuerda los derechos fundamentales de emigrantes y refugiados y pide más protección de los niños, los que menos pueden hacer oír su voz


Viernes, 27 nov (RV).- Esta mañana ha sido presentado en la oficina de prensa de la Santa Sede el mensaje de Benedicto XVI para la 96 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que tendrá lugar el próximo 17 de enero de 2010. Han intervenido en la conferencia de prensa Mons. Antonio Maria Vegliò, presidente del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Migrantes e Itinerantes; Mons. Agostino Marchetto, secretario del dicasterio y Mons. Novatus Rugambwa, subsecretario del mismo Pontificio Consejo.

En su mensaje, el Santo Padre aprovecha la ocasión de esta celebración para manifestar nuevamente la solicitud constante de la Iglesia por los que viven, de distintas maneras, la experiencia de la emigración. “Se trata de un fenómeno que impresiona por el número de personas implicadas, por las problemáticas sociales, económicas, políticas, culturales y religiosas que plantea, y por los desafíos dramáticos que supone para las comunidades nacionales y para la internacional.

“El emigrante es un ser humano con derechos fundamentales inalienables que todos deben respetar siempre”, afirma el Papa que recuerda el tema de este año "Los emigrantes y los refugiados menores de edad". La Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño afirma con claridad que hay que salvaguardar siempre el interés del menor, pero lamentablemente en la realidad, observa el Pontífice, esto no siempre sucede. Los menores de edad, a menudo son abandonados y, de varias maneras, corren el riesgo de ser explotados.

De la dramática condición en la que se encuentran se hizo intérprete ya en 1990 Juan Pablo II en el mensaje enviado al secretario general de las Naciones Unidas con ocasión de la Cumbre Mundial para los Niños. "Los más vulnerables -decía el papa Wojtyla- porque son los que menos pueden hacer oír su voz". Por ello Benedicto XVI desea “de corazón que se dedique la debida atención a los emigrantes menores de edad, que necesitan un ambiente social que permita y favorezca su desarrollo físico, cultural, espiritual y moral. Vivir en un país extranjero sin puntos de referencia reales les genera innumerables trastornos y dificultades”, a veces graves, especialmente si viven sin familia.

A los adolescentes que forman parte de dos culturas, el Papa cree “que es importante que se les dé la posibilidad de acudir con regularidad a la escuela y de acceder al mundo del trabajo y que se facilite su integración social gracias a estructuras formativas y sociales oportunas”. Respecto a los refugiados menores de edad que piden asilo, huyendo por varias razones de sus países, el Santo Padre invita “a estudiar con atención y medidas de prevención, protección y acogida adecuadas estos casos, de acuerdo con lo previsto en la Convención de los Derechos del Niño”.

Benedicto XVI exhorta a todos los cristianos a tomar conciencia del desafío social y pastoral que plantea la condición de los menores emigrantes y refugiados. “Resuenan en nuestro corazón -escribe- las palabras de Jesús: "Era forastero y me acogisteis", así como el mandamiento central que Cristo nos dejó: “amar a Dios con todo el corazón, pero unido al amor al prójimo”. De este modo, también la acogida y la solidaridad con el extranjero, especialmente si se trata de niños, se convierte en anuncio del Evangelio de la solidaridad.

MENSAJE COMPLETO
Queridos hermanos y hermanas:
 
La celebración de la Jornada Mundial del emigrante y del refugiado me ofrece nuevamente
la ocasión para manifestar la solicitud constante de la Iglesia por los que viven, de distintas
maneras, la experiencia de la emigración. Se trata de un fenómeno que, como escribí en la
encíclica Caritas in veritate, impresiona por el número de personas implicadas, por las
problemáticas sociales, económicas, políticas, culturales y religiosas que plantea, y por los
desafíos dramáticos que supone para las comunidades nacionales y para la internacional. El
emigrante es una persona humana con derechos fundamentales inalienables que todos deben
respetar siempre (cf. n. 62). El tema de este año -"Los emigrantes y los refugiados menores de
edad"- toca un aspecto al que los cristianos prestan gran atención, recordando la advertencia de
Cristo, que en el juicio final considerará referido a Él mismo todo lo que se ha hecho o dejado
de hacer "con uno sólo de estos más pequeños" (cf. Mt 25, 40-45). Y ¿cómo no considerar entre
"los más pequeños" también a los emigrantes y los refugiados menores de edad? El propio Jesús
de pequeño vivió la experiencia del emigrante porque, como narra el Evangelio, para huir de la
amenaza de Herodes tuvo que refugiarse en Egipto junto con José y María (cf. Mt 2, 14).
 
Si la Convención de los Derechos del Niño afirma con claridad que hay que salvaguardar
siempre el interés del menor (cf. art. 3), al cual hay que reconocer los derechos fundamentales
de la persona de la misma manera que se reconocen al adulto, lamentablemente en la realidad
esto no siempre sucede. Aunque en la opinión pública crece la conciencia de la necesidad de una
acción concreta e incisiva para la protección de los menores de edad, de hecho, muchos de ellos
son abandonados y, de varias maneras, corren el riesgo de ser explotados. De la dramática
condición en la que se encuentran se hizo intérprete mi venerado predecesor Juan Pablo II en el
mensaje enviado el 22 de septiembre de 1990 al Secretario General de las Naciones Unidas con
ocasión de la Cumbre Mundial para los Niños. "He sido testigo -escribió- de la desgarradora
tragedia de millones de niños en los distintos continentes. Ellos son los más vulnerables porque
son los que menos pueden hacer oír su voz" (L'Osservatore Romano, edición española, 14 de
octubre de 1990, p. 11). Deseo de corazón que se dedique la debida atención a los emigrantes
menores de edad, que necesitan un ambiente social que permita y favorezca su desarrollo físico,
cultural, espiritual y moral. Vivir en un país extranjero sin puntos de referencia reales les genera
innumerables trastornos y dificultades, a veces graves, especialmente a los que se ven privados
del apoyo de su familia.
 
Un aspecto típico de la emigración infantil es la situación de los chicos nacidos en los países
de acogida o la de los hijos que no viven con sus padres, que emigraron después de su
nacimiento, sino que se reúnen con ellos más tarde. Estos adolescentes forman parte de dos
culturas, con las ventajas y las problemáticas ligadas a su doble pertenencia, una condición que
sin embargo puede ofrecer la oportunidad de experimentar la riqueza del encuentro entre
diferentes tradiciones culturales. Es importante que se les dé la posibilidad de acudir con
regularidad a la escuela y de acceder posteriormente al mundo del trabajo, y que se facilite su
integración social gracias a estructuras formativas y sociales oportunas. Nunca hay que olvidar
que la adolescencia representa una etapa fundamental para la formación del ser humano.
 
Una categoría especial de menores es la de los refugiados que piden asilo, huyendo por
varias razones de su país, donde no reciben una protección adecuada. Las estadísticas revelan
que su número está aumentando. Se trata, por tanto, de un fenómeno que hay que estudiar con
atención y afrontar con acciones coordinadas, con medidas de prevención, protección y acogida
adecuadas, de acuerdo con lo previsto en la Convención de los Derechos del Niño (cf. art. 22).
 
Me dirijo ahora especialmente a las parroquias y a las numerosas asociaciones católicas que,
animadas por espíritu de fe y de caridad, realizan grandes esfuerzos para salir al encuentro de
las necesidades de estos hermanos y hermanas nuestros. A la vez que expreso mi gratitud por
todo lo que se está haciendo con gran generosidad, quiero invitar a todos los cristianos a tomar
conciencia del desafío social y pastoral que plantea la condición de los menores emigrantes y
refugiados. Resuenan en nuestro corazón las palabras de Jesús: "Era forastero y me acogisteis"
(Mt 25, 35); como también el mandamiento central que Él nos dejó: amar a Dios con todo el
corazón, con toda el alma y con toda la mente, pero unido al amor al prójimo (cf. Mt 22, 37-39).
 
Esto nos lleva a considerar que cada intervención concreta nuestra tiene que alimentarse ante
todo de fe en la acción de la gracia y de la divina Providencia. De este modo, también la acogida
y la solidaridad con el extranjero, especialmente si se trata de niños, se convierte en anuncio del
Evangelio de la solidaridad. La Iglesia lo proclama cuando abre sus brazos y actúa para que se
respeten los derechos de los emigrantes y los refugiados, estimulando a los responsables de las
naciones, de los organismos y de las instituciones internacionales para que promuevan iniciativas
oportunas en su apoyo. Que la Santísima Virgen María vele maternalmente sobre todos y nos
ayude a comprender las dificultades de quienes están lejos de su patria. A cuantos tienen relación con el vasto mundo de los emigrantes y refugiados les aseguro mi oración e imparto de corazón la Bendición Apostólica.
 
Vaticano, 16 de octubre de 2009
 
BENEDICTUS PP. XVI







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