Denuncia y autocrítica en el mensaje final de la II Asamblea Especial del Sínodo para
África que llama a la reconciliación y a la paz
Viernes, 23 oct (RV).- La sala de prensa de la Santa Sede ha acogido esta mañana la
presentación del mensaje de la II Asamblea Especial para África, en la que intervinieron
el presidente de la Comisión y arzobispo de Abuja en Nigeria, Mons. John Olorunfemi
Onaiyekan; el obispo del Cairo de los caldeos de Egipto y vicepresidente de la Comisión,
Mons. Youssef Ibrahim Sarraf; y el obispo de Chimoio en Mozambique y segundo vicepresidente
del simposio de las conferencias episcopales de África y Madagascar y miembro de la
Comisión para el mensaje, Mons. Francisco João Silota.
Precisamente, durante
esta mañana ha tenido lugar la décimo octava congregación general, con la presentación
y votación del mensaje final. Sobre los trabajos realizados esta mañana en el Aula
nueva del sínodo tenemos con nosotros a nuestra enviada especial Alina Tufani Diáz:
“África no
está a abandonada al fracaso. Nuestro destino esta todavía en nuestras manos. África
levántate…”. Así concluye, el Mensaje Final del II Sínodo para África que fue aclamado,
esta mañana, en presencia del Santo Padre Benedicto XVI, a quien describen como “un
verdadero amigo de África y de los africanos”, por acompañar al continente “en sus
luchas y por defender su causa con todo el peso de su autoridad moral”.
Esta
vez no hubo necesidad de oprimir botones para acordar por unanimidad el documento
que fue leído en los cuatro idiomas oficiales del sínodo y que fue largamente aplaudido
por los padres sinodales. Una radiografía del continente, a veces dolorosa, aunque
no lastimera, precisa en sus denuncias y firme en su autocrítica, pero sobre todo
compacta en su propósito de ser una guía eficaz en esa reconciliación, justicia y
paz que se propone la Iglesia en África.
Dividido en siete capítulos el mensaje
comienza describiendo las contradicciones y profundas crisis que vive África: la trágica
situación de los refugiados, una pobreza escandalosa, el hambre, la guerra y los conflictos.
Una situación causada por personas que no se interesan por el bien común, y unidas
en una criminal complicidad con los dirigentes locales y extranjeros. “Cualquiera
sea el nivel de la responsabilidad imputable a los intereses extranjeros no es menos
vergonzosa y trágica que la connivencia con los gobernantes locales: políticos que
venden a sus naciones, hombres de negocios que se unen a voraces multinacionales,
africanos que venden y trafican armas, sobre todo ligeras, que provocan la destrucción
de vidas humanas, agencias locales de organizaciones internacionales que son pagados
para difundir ideologías nocivas en las que ni ellos mismos creen”.
A las grandes
potencias de este mundo, los obispos piden que “traten a África con respeto y dignidad”.
Es necesario un cambio en el orden mundial pero no sobre la base de los intereses
de los ricos sobre los pobres. Retomando los principios de la Caritas in veritate,
de Benedicto XVI, el mensaje reclama “un cambio en relación con el peso de la deuda
de las naciones pobres que literalmente está matando a los niños. Las multinacionales
deben parar la devastación criminal del ambiente y la explotación insaciable de los
recursos naturales. Es una táctica de corto visión fomentar guerras para lucrarse
rápidamente gracias al desorden provocado, que cuesta vidas y sangre humano”.
¿No
existirá nadie que quiera o sea capaz de detener tales crímenes contra la humanidad?,
se preguntan los padres sinodales en este mensaje, en el que también, sin dejar de
reconocer la labor de la ONU en su territorio, le pide que sea coherente y transparente,
que verifiquen que sus programas sean realmente buenos, y "que cesen en sus intentos
de destruir y minar los valores africanos de la familia y de la vida humana", esto
refiriéndose al artículo 14 del Protocolo de Maputo sobre del derecho de las mujeres
al aborto.
Sin duda, la iglesia en África fue llamada en causa desde los primeros
capítulos. Conciente de su “deber de ser instrumento de paz y reconciliación según
el corazón de Cristo” exhorta a sus miembros a una autentica conversión “pues sólo
así se romperá el circulo vicioso de la ofensa, la venganza y la retaliación, para
lo cual, el perdón y el reconocimiento de las culpas, es crucial”. En particular,
llama a los sacerdotes a ser ejemplos de reconciliación, “sobrepasando las fronteras
tribales y raciales”, y cumpliendo sus votos de castidad y desapego a las cosas materiales.
El
mensaje pide un impulso y reconocimiento al rol de la mujer católica dentro de la
iglesia, exige la formación de los laicos, en especial de los políticos en la Doctrina
Social de la Iglesia, reconoce la vasta labor de los misioneros y la vida consagrada
en África, llama a un mayor diálogo ecuménico e interreligioso, pero es enfático en
reclamar a los países de mayoría musulmana el derecho a la libertad religiosa. “Dado
que el mundo musulmán acoge con placer a los cristianos que deciden cambiar de religión,
también deberían respetar la reciprocidad en este campo”.
En fin, un mensaje
que en su amplitud y densidad llama ante todo a la esperanza y a la unidad. Como está
escrito en sus páginas con este proverbio africano: “Un ejército de hormigas bien
organizadas es capaz de abatir a un elefante”.