DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
DE NAMIBIA EN VISITA «AD LIMINA»
Sábado 14 de junio de 1997
Queridos hermanos en Cristo:
En el amor
del Salvador, saludo cordialmente a toda la Iglesia de Dios que está en Namibia, y
os doy la bienvenida a vosotros, pastores de la archidiócesis de Windhoek, de la diócesis
de Keetmanshoop y del vicariato apostólico de Rundu. Como Conferencia episcopal, esta
es la primera vez que venís a Roma en visita ad limina Apostolorum, para venerar la
tumbas de los santos mártires Pedro y Pablo, cuya sangre selló el único servicio a
ésta que es «la Iglesia más importante y más antigua» (san Ireneo, Adv. haer. III,
3, 2); para «ver a Pedro» (cf. Ga 1, 18) en la persona de su Sucesor; y para dar razón
de vuestra administración (cf. Lc 16, 2). Juntos podemos alegrarnos porque la buena
semilla del Evangelio está produciendo una abundante cosecha en vuestro país, tan
prometedora en su vigor juvenil. La constitución de la jerarquía en 1994, el establecimiento
de relaciones diplomáticas entre Namibia y la Santa Sede en 1996, y la reciente formación
de la Conferencia episcopal de Namibia son signos positivos de que el Señor, que inició
en vosotros la buena obra, la irá consumando (cf. Flp 1, 6).
Como pastores
de la Iglesia, sois los guardianes y constructores de la comunión eclesial, cuya fuente
más profunda es la participación de los creyentes en la vida íntima de la Trinidad.
Un fuerte sentido de la comunión eclesial os permitirá realizar vuestro ministerio
pastoral con un espíritu de cooperación amorosa con los sacerdotes, los religiosos
y los laicos. Como pastores sabios, tenéis el deber de promover los diferentes dones
y carismas, vocaciones y responsabilidades que el Espíritu confía a los miembros del
Cuerpo de Cristo. Al mismo tiempo, con la oración y con prudencia, debéis discernir
la autenticidad de la acción del Espíritu (cf. Christifideles laici, 24), y trabajar
en favor de la comunión y la cooperación afectiva y efectiva de todos. Vuestro ministerio
está llamado a reunir al pueblo de Dios como una comunidad inspirada por la caridad
y enraizada sólidamente en su único fundamento: la presencia viva de Jesucristo, el
mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8).
2. A este respecto, es particularmente
importante fomentar en todos los católicos de Namibia un vivo sentido de la responsabilidad
común por la misión y el apostolado de la Iglesia. Estad dispuestos siempre a escuchar
a vuestros sacerdotes y a vuestro pueblo, a dar consejos prudentes y, con respecto
a los laicos, a apoyarlos en su vocación para que «busquen el reino de Dios ocupándose
de las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (Lumen gentium, 31). Confío
en que, por el bien de la Iglesia, hagáis todo lo posible para formar un laicado maduro
y responsable en «adecuados centros o escuelas de formación bíblica y pastoral», donde
se preste la debida atención a «una sólida formación en la doctrina social de la Iglesia»
(Ecclesia in Africa, 90). Animad a los laicos en el testimonio que desean dar de honradez
en la administración pública, de respeto a la función de la ley, de solidaridad con
los pobres, de fomento de la igual dignidad de la mujer y de defensa de la vida humana
desde su concepción hasta su muerte natural.
3. Construís la comunión de vuestras
Iglesias particulares sobre todo con la ayuda de aquellos a quienes el apóstol san
Pablo llama «colaboradores de Dios» (1 Co 3, 9; cf. 1 Ts 3, 2), es decir, los sacerdotes,
con los cuales tenéis vínculos de hermandad y de fraternidad apostólica fundados en
la gracia de las órdenes sagradas. Aunque son pocos para afrontar todas vuestras necesidades,
están realizando la obra de Dios con entrega generosa, esforzándose con esmero por
ofrecer una imagen transparente de Cristo, sumo Sacerdote (cf. Pastores dabo vobis,
12). Los sacerdotes fidei donum siguen poniendo de relieve «el vínculo de comunión
entre las Iglesias » (Redemptoris missio, 68), y por eso pido a Dios que se refuerce
su compromiso en Namibia. Más numerosos son los sacerdotes religiosos, cuya presencia
es una gran fuente de enriquecimiento. Las tradiciones espirituales y apostólicas
de sus institutos dan una contribución inestimable a vuestra vida eclesial. Siempre
fieles al carisma de sus fundadores, los hombres y mujeres consagrados muestran su
amor genuino a la Iglesia trabajando «en plena comunión con el obispo en el ámbito
de la evangelización, de la catequesis y de la vida de las parroquias» (Vita consecrata,
49).
La falta de un número suficiente de sacerdotes y religiosos, lo cual
supone que muchas comunidades no puedan celebrar regularmente la misa dominical y
otros sacramentos, debería impulsar a las familias, las parroquias y los institutos
de vida consagrada a elevar una ferviente oración al Dueño de la mies (cf. Mt 9, 38)
para que aumenten las vocaciones. Un signo seguro de creciente madurez eclesial es
el hecho de que la archidiócesis de Windhoek esté preparando la apertura de un seminario.
Encomiendo en mis oraciones a la Iglesia que está en Namibia, para que podáis contar
con un número mayor de sacerdotes que imiten fielmente a Cristo, Cabeza, Pastor y
Esposo de la Iglesia, a fin de que sean agentes de evangelización cada vez más eficaces.
Asimismo, me uno a vosotros para pedir al Dueño de la mies que envíe muchos más religiosos
y religiosas, a fin de responder a todas las necesidades de sus hermanos.
4.
Sé que procuráis promover una fructífera cooperación ecuménica y, en esta nueva etapa
de la vida nacional, os invito a escuchar atentamente la voz del Espíritu (cf. Ap
2, 7), que está suscitando nuevas iniciativas ecuménicas. La acción conjunta de los
cristianos de Namibia para promover la reconciliación, los sólidos valores familiares
y los sanos principios éticos, es una forma eficaz de proclamación que revela el rostro
de Cristo en vuestra nación (cf. Mt 25, 40). Tiene «el valor transparente de un testimonio
dado en común al nombre del Señor» (Ut unum sint, 75).
Os invito a uniros
a toda la Iglesia, que se prepara para cruzar el umbral del tercer milenio cristiano.
Y os exhorto «a elevar al Señor insistentes oraciones para obtener las luces y las
ayudas necesarias para la preparación y celebración del jubileo ya próximo (...).
[El Espíritu] no dejará de mover los corazones para que se dispongan a celebrar con
renovada fe y generosa participación el gran acontecimiento jubilar» (Tertio millennio
adveniente, 59).
Os agradezco vuestros incansables esfuerzos en favor del
Evangelio, y ruego a Dios que os confirme en la fe, en la esperanza y en el amor (cf.
Lc 22, 32), a vosotros y a todos los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los
catequistas, las familias y los jóvenes, y a todos los fieles laicos de vuestras Iglesias
particulares. Encomendándoos a María, Madre del Redentor, pido para que, por su intercesión,
el Espíritu Santo «reavive el carisma de Dios que está en vosotros» (cf. 2 Tm 1, 6)
y os colme de alegría y paz. Con mi bendición apostólica.