DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS OBISPOS DE GABÓN EN VISITA "AD LIMINA"
Martes 5 de junio de 2001
Queridos hermanos en el episcopado:
1. Me
alegra acogeros, obispos de la Iglesia católica en Gabón, mientras realizáis vuestra
visita ad limina. Después de la celebración de la fiesta de Pentecostés, deseo que
el Espíritu Santo os colme de sus dones para que seáis cada vez más fieles en la realización
del ministerio que habéis recibido del Señor. Que vuestros encuentros con el Sucesor
de Pedro y con los dicasterios de la Curia romana sean para vosotros intensos momentos
de comunión eclesial y de consuelo apostólico.
Expreso mi agradecimiento cordial
a monseñor Basile Mvé Engone, arzobispo de Libreville y presidente de vuestra Conferencia
episcopal, por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Después
de su última visita ad limina, el episcopado de Gabón se ha renovado en gran medida.
Os animo vivamente a profundizar cada vez más entre vosotros los vínculos de comunión
que os unen, para desempeñar fructuosamente vuestro ministerio y desarrollar entre
vuestras diócesis una auténtica armonía pastoral. Transmitid a vuestros sacerdotes,
a los religiosos y a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras
diócesis mi saludo afectuoso y la seguridad de mi cercanía espiritual.
Por
medio de vosotros, saludo a todo el pueblo de Gabón, pidiendo a Dios que le conceda
vivir en paz y lo asista en sus esfuerzos por construir una sociedad solidaria en
la que cada uno se realice plenamente.
2. El Año jubilar recién concluido ha
sido para toda la Iglesia la ocasión de una renovación espiritual y misionera. Por
tanto, ahora es necesario que en cada país se dé nuevo impulso a la evangelización.
Para eso, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, "la perspectiva
en la que debe situarse el camino pastoral es la santidad" (n. 30), puesto que, si
nuestro bautismo nos hace entrar verdaderamente en la santidad de Dios, "sería un
contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista
y una religiosidad superficial" (ib., 31). Los cristianos, para ser testigos creíbles
del Evangelio que anuncian entre sus hermanos, deben dirigir decididamente su mirada
a Cristo, Señor y Salvador de toda la humanidad.
Así pues, os exhorto a avanzar
con entusiasmo por los arduos caminos de la misión. Ciertamente, conozco los límites
de vuestros medios humanos y materiales. Pero el Señor nos ha asegurado su presencia
en medio de nosotros. No tengáis miedo de seguir el impulso misionero que animaba
al apóstol san Pablo, yendo al encuentro de los hombres y las mujeres que aún no han
recibido la buena nueva. En efecto, todos tienen derecho a conocer la riqueza del
misterio de Cristo.
Por otra parte, desde hace algunos años en vuestro país
la actividad de la Iglesia, que quiere estar al servicio de todos los gaboneses sin
distinción, puede llevarse a cabo en un marco jurídico nuevo. Me alegra que se haya
firmado el acuerdo entre la Santa Sede y la República de Gabón para promover el bien
común, garantía del bienestar espiritual y material de las personas. Es de desear
que, respetando la independencia y la autonomía de las dos partes, este espíritu de
colaboración se desarrolle más, sobre todo para que las escuelas católicas puedan
contribuir con mayor eficacia a la educación humana y espiritual de la juventud de
vuestro país.
3. La formación de los agentes de la evangelización es muy importante
para asegurar el futuro de la Iglesia en el continente africano. La Asamblea especial
para África del Sínodo de los obispos puso de relieve la necesidad de formar a los
laicos, a fin de que puedan desempeñar su papel insustituible en la Iglesia y en la
sociedad. Por tanto, quisiera saludar de modo particular a los catequistas de vuestras
diócesis, cuya función sigue siendo decisiva para el desarrollo de las comunidades
cristianas. Os animo vivamente a proporcionar a estos valiosos colaboradores en la
misión un atento apoyo material, moral y espiritual, y a hacer que se beneficien de
una sólida formación doctrinal inicial y permanente.
Los fieles de vuestro
país también deben ser capaces de asumir sus responsabilidades cívicas y "ejercer
en el tejido social un influjo dirigido a transformar no solamente las mentalidades,
sino las mismas estructuras de la sociedad, de modo que se reflejen mejor los designios
de Dios sobre la familia humana" (Ecclesia in Africa, 54). Así pues, conviene ayudar
a los laicos a llevar una vida en armonía con su fe, para que sus actividades y sus
responsabilidades sean un testimonio cada vez más auténtico del Evangelio en todos
los sectores de la vida social.
Por otra parte, es indispensable que las familias
cristianas tomen viva conciencia de su misión en la Iglesia y en la sociedad. Una
pastoral familiar adaptada a los grandes problemas que se plantean hoy, principalmente
por lo que concierne al respeto de la vida humana, contribuirá a promover el testimonio
de fe de los matrimonios mediante una existencia vivida en conformidad con la ley
divina en todos sus aspectos, así como mediante su compromiso de proporcionar a sus
hijos una formación auténticamente cristiana. Ojalá que la Iglesia, ofreciéndoles
su ayuda desinteresada, se muestre cercana a las familias que se encuentran en situaciones
difíciles, siendo siempre para ellas el rostro de verdad, de bondad y de comprensión
del Señor.
A los jóvenes de vuestras diócesis les deseo que hallen en su encuentro
con Cristo el secreto de la verdadera libertad y de la alegría profunda del corazón.
Que en medio de las dificultades que atraviesan no pierdan jamás la confianza en el
futuro, sino que acepten trabajar valientemente con sus hermanos para que llegue un
mundo nuevo fundado en la fraternidad y en la justicia.
4. Para reunir a la
familia de Dios en una fraternidad animada por la caridad y llevarla al Padre por
Cristo en el Espíritu Santo (cf. Presbyterorum ordinis, 6), los sacerdotes son vuestros
colaboradores necesarios e irreemplazables, y los debéis considerar como hermanos
y amigos, preocupándoos por su situación material y espiritual, e impulsándolos a
una colaboración fraterna con vosotros y entre sí.
Saludo de corazón a todos
vuestros sacerdotes, y los exhorto a perseverar generosamente, a pesar de los obstáculos,
en los compromisos que han asumido el día de su ordenación. Que recuerden siempre
que han recibido una llamada específica a la santidad y deben tender a la perfección
en todos los campos de su existencia, de modo especial con una vida moral recta, ya
que toda su persona, consciente, libre y responsable, está profundamente comprometida
en el ejercicio de su ministerio. Por eso, debe existir un nexo estrecho entre el
ejercicio del ministerio y una vida espiritual intensa. En consecuencia, es fundamental
que cada sacerdote "renueve continuamente y profundice cada vez más la conciencia
de ser ministro de Jesucristo, en virtud de la consagración sacramental y de la configuración
con él, cabeza y pastor de la Iglesia" (Pastores dabo vobis, 25). Sólo una intimidad
habitual con Cristo, manifestada de manera especial en la oración y en la recepción
de los sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación, les dará la fuerza y la
valentía para perseverar en las pruebas y aceptar volver fielmente al Señor después
de la caída. Exhorto también al presbiterio de cada una de vuestras diócesis, sacerdotes
autóctonos y misioneros originarios de otros países, a manifestar su unidad y su profunda
comunión en torno al obispo, con la convicción de que todos están al servicio de una
única misión que les ha confiado la Iglesia en nombre de Cristo.
La pastoral
de las vocaciones sacerdotales y religiosas exige la mayor atención para que la Iglesia
local prosiga su edificación y su crecimiento. Para los jóvenes el ejemplo de vida
irreprochable de los sacerdotes y de las personas consagradas es un fuerte estímulo,
a fin de ayudarles a responder con generosidad a la llamada del Señor. En la promoción
de las vocaciones, como en su discernimiento y su acompañamiento, la primera responsabilidad
corresponde al obispo; y esa responsabilidad la debe asumir personalmente, asegurándose
la colaboración indispensable de su presbiterio y recordando a las familias cristianas,
a los catequistas y a todos los fieles su responsabilidad particular en este campo.
La
constitución de equipos de formadores y directores espirituales para el seminario
mayor debe ser una prioridad para los obispos. Por eso, os exhorto a unir vuestras
fuerzas y a buscar colaboraciones, a fin de que el seminario mayor nacional pueda
acoger a los jóvenes de vuestras diócesis que han recibido la llamada del Señor al
sacerdocio e impartirles una formación sólida que los prepare para llevar a cabo su
ministerio presbiteral con las cualidades que se exigen a los representantes de Cristo,
verdaderos servidores y animadores de las comunidades cristianas. Es indispensable
que esta formación humana, intelectual, pastoral y espiritual les permita también
probar y desarrollar su madurez afectiva, y adquirir fuertes convicciones sobre el
carácter inseparable del celibato y de la castidad del sacerdote (cf. Ecclesia in
Africa, 95).
5. Quisiera testimoniar una vez más el reconocimiento de la Iglesia
por la obra de los institutos misioneros en la vida eclesial de Gabón. Con su trabajo
apostólico desinteresado y a veces heroico, sus miembros, y también laicos cristianos,
han transmitido la antorcha de la fe a vuestro pueblo y han permitido a la Iglesia
arraigarse y crecer en vuestro país.
Hoy los religiosos, originarios de Gabón
o llegados de otros países, con espíritu de comunión y colaboración con vosotros y
con el clero diocesano, desempeñan un papel importante en la vida pastoral de vuestras
diócesis. Las religiosas, con sus actividades en las parroquias, en los centros educativos
y en los hospitales, realizan un trabajo generoso al servicio de la población, sin
distinción de origen o religión, granjeándose así la estima de todos.
Deseo
vivamente que la vida consagrada se desarrolle en vuestras diócesis para contribuir
a la edificación de la Iglesia local en la caridad, según el carisma propio de cada
instituto. Acogedla como un don de Dios "precioso y necesario también para el presente
y el futuro del pueblo de Dios, porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad
y a su misión" (Vita consecrata, 3). Con vuestro apoyo, impulsaréis a los diferentes
institutos a dar a todos sus miembros una sólida formación, que les permita responder
a las exigencias espirituales y humanas de su vocación.
6. Entre las urgencias
que afronta la Iglesia católica al comienzo del nuevo milenio se encuentra la búsqueda
de la unidad entre los cristianos. Ciertamente, queda por recorrer un largo camino.
No debemos desanimarnos, sino desarrollar con confianza relaciones cada vez más serenas
y fraternas con los miembros de las otras Iglesias y comunidades eclesiales. Del mismo
modo, el encuentro con los creyentes del islam y de la religión tradicional africana,
con espíritu de apertura y de diálogo, es muy importante. Por tanto, os aliento a
mantener vínculos cordiales con las comunidades religiosas que constituyen la sociedad,
para asegurar entre todos los gaboneses las condiciones de una existencia armoniosa
en el respeto mutuo.
Sin embargo, como escribí en la carta apostólica Novo
millennio ineunte, "el diálogo no puede basarse en el indiferentismo religioso, y
nosotros como cristianos tenemos el deber de desarrollarlo dando el testimonio pleno
de la esperanza que está en nosotros" (n. 56).
7. Queridos hermanos en el episcopado,
con estos sentimientos, al final de nuestro encuentro os invito a proseguir con valentía
y audacia el anuncio gozoso del don que el Señor ofrece a todos los hombres: "Tanto
amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3, 16). La tarea prioritaria de la
misión es anunciar a todos que en Cristo los hombres encuentran la salvación. La Iglesia,
fortalecida por su presencia eficaz, no puede substraerse a la urgencia del mandato
misionero que la envía a todas las naciones y a todos los pueblos. Quiera Dios que
la experiencia del Año jubilar que acabamos de celebrar os infunda un entusiasmo renovado
para proseguir con esperanza.
Encomiendo a la intercesión materna de la Virgen
María, Reina de África, a vuestras diócesis, y os imparto de todo corazón una afectuosa
bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestros sacerdotes, a los religiosos
y a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de Gabón.