DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
DE KENIA EN VISITA «AD LIMINA»
Jueves 20 de mayo de 1999
Queridos hermanos en el episcopado:
1. Con
afecto en el Señor resucitado os saludo, miembros de la Conferencia episcopal de Kenia,
y al igual que me acogisteis amablemente en Kenia hace cuatro años, del mismo modo
os acojo hoy en el Vaticano. En efecto, es una gran alegría para mí reunirme de nuevo
con vosotros, y, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, doy gracias
de corazón a nuestro Dios y Padre «por la colaboración que habéis prestado al Evangelio»
(Flp 1, 5), que nos corresponde en el servicio al pueblo de Dios. Os pido que aseguréis
a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de vuestras diócesis que los llevo
siempre en mi corazón: no dejo de orar para que sigan creciendo en gracia y santidad.
Con
gratitud al Señor de la mies constato el vigor y la vitalidad de la Iglesia en Kenia,
que no deja de aumentar, «agregando cada día a la comunidad a los que se han de salvar»
(cf. Hch 2, 47). Desde vuestra última visita a las tumbas de los Apóstoles, se han
erigido dos nuevas diócesis y un vicariato apostólico. Me complace saludar al obispo
de Kericho, al obispo de Kitale y al vicario apostólico de Isiolo, con ocasión de
su primera visita ad limina. Saludo, asimismo, a quienes han recibido la ordenación
episcopal durante estos últimos cinco años: los obispos de Kissi, Kitui, Bungoma,
y al Ordinario militar. «El Dios de la paz esté con todos vosotros. Amén» (Rm 15,
33).
2. En las cartas pastorales que habéis publicado durante estos últimos
años, habéis mostrado una loable preocupación por el bienestar espiritual y religioso
de vuestro pueblo en el marco de la situación global, política, social y económica,
de vuestro país. Este marco tiene repercusiones inmediatas en la vida de los fieles
y, de hecho, en la de todos los kenianos, y las iniciativas parroquiales y diocesanas
para afrontar dichas situaciones no sólo responden a necesidades muy reales de la
nación, sino que también brindan oportunidades para presentar la doctrina social de
la Iglesia. De hecho, el justo orden social al que aspiran los ciudadanos de Kenia
exige una nueva cultura de la responsabilidad moral y política; el buen sistema democrático
que desean depende de una amplia respuesta positiva al llamamiento en favor de la
renovación ética. Como afirmé en la carta encíclica Centesimus annus, un requisito
fundamental es «la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la
formación en los verdaderos ideales, así como de la iasubjetividadl. de la sociedad
mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad» (n.
46). Sin una sólida formación moral ningún ciudadano podrá ejercer correctamente sus
funciones políticas. Sólo con prudencia, justicia, templanza y fortaleza (cf. Sb 8,
7) se pueden hacer opciones, tanto en la selección de líderes como en la elección
de políticas, que lleven realmente al bienestar de la nación.
Como muchos de
vosotros han subrayado en sus informes quinquenales, las transformaciones en el ámbito
económico y en otros sectores de la vida social exigen que los católicos vivan su
compromiso cristiano, especialmente en la esfera de la vida familiar. Las dificultades
económicas asociadas a la rápida e intensa urbanización de la sociedad crean situaciones
en las que la tentación de dar respuestas inmorales a las presiones producidas ejerce
una poderosa influencia. Por eso, es necesario que en vuestro servicio de pastores
y guías espirituales deis prioridad absoluta al cuidado pastoral de las familias.
Os animo a no cejar en vuestro empeño por exhortar y sostener a vuestros fieles en
su esfuerzo por abrazar con firmeza los ideales cristianos del matrimonio y de la
vida familiar. También en estas áreas es conveniente buscar un diálogo y una colaboración
mayores con otras Iglesias cristianas y comunidades eclesiales, puesto que se trata
de cuestiones que afectan a la vida de todos los kenianos, y los esfuerzos comunes
y la colaboración darán un testimonio más claro de Cristo y del Evangelio.
Dado
que los valores de los que hablamos primero se transmiten en la familia y después
se consolidan en la escuela, tanto la familia como la educación deberían ser objeto
de vuestra constante preocupación pastoral. Hay que salvaguardar y promover la familia,
ya que es «la célula básica de la sociedad» (Familiaris consortio, 46; cf. n. 42);
y «en el ámbito de la educación la Iglesia tiene un papel específico que desempeñar.
(...) No se trata sólo de confiar a la Iglesia la educación religiosa y moral de la
persona, sino de promover todo el proceso educativo de la persona iajunto conln la
Iglesia» (Carta a las familias, 16). Por esta razón, hay que defender e intensificar
el papel de la Iglesia en la educación, especialmente mediante las escuelas católicas
y los programas de educación religiosa.
3. En este mismo marco, una imagen
significativa, que se puso de relieve en la Asamblea especial para África del Sínodo
de los obispos, cobra cada vez mayor importancia: la Iglesia como familia de Dios.
Esta expresión de la naturaleza de la Iglesia es particularmente apropiada para vuestro
continente, pues «pone el acento en la solicitud por el otro, la solidaridad, el calor
de las relaciones, la acogida, el diálogo y la confianza» (Ecclesia in Africa, 63).
Así, la nueva evangelización, que es parte integrante de la misión de la Iglesia en
la preparación para el tercer milenio cristiano, procurará «edificar la Iglesia como
familia, excluyendo todo etnocentrismo y todo particularismo excesivo, tratando de
promover, por el contrario, la reconciliación y la verdadera comunión entre las diversas
etnias, favoreciendo la solidaridad y el compartir tanto el personal como los recursos
de las Iglesias particulares, sin consideraciones indebidas de orden étnico» (ib.).
Este
concepto debe ser parte integrante de toda formación en la Iglesia, especialmente
de la de los fieles laicos: debéis ayudar a los laicos a considerarse miembros activos
de la familia que es la Iglesia, y a comprender que verdaderamente pertenecen a la
Iglesia y que la Iglesia les pertenece a ellos; ¡comparten su responsabilidad! Esta
comprensión y este compromiso ayudarán a los católicos a evitar que otras tradiciones
religiosas y las sectas, cuyo número en Kenia aumenta continuamente, los alejen de
la práctica de su fe. También serán muy útiles en los programas destinados a la formación
de la juventud, porque es quizá el componente de la sociedad keniana más inclinado
a actitudes materialistas, consumistas y entorpecedoras del espíritu, que hoy prevalecen
y que a menudo promueven los medios de comunicación social.
4. También debéis
considerar la formación que se imparte en vuestros seminarios e institutos de vida
consagrada como una de vuestras principales preocupaciones pastorales. El aumento
del número de candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa es un gran don y requiere
un esmerado discernimiento en la selección y formación de quienes se preparan para
una vida de servicio en la Iglesia. Además, a la luz de la necesidad de formar un
laicado cada vez más activo, es preciso estar atentos a que no se presenten modelos
de sacerdotes demasiado clericales o autoritarios, pues de esa forma los futuros sacerdotes
tendrían dificultades para trabajar en estrecha colaboración con los fieles laicos
y reconocer su papel y sus talentos. Por el contrario, tenéis que estimular a vuestros
sacerdotes a que impliquen al mayor número posible de fieles laicos en las responsabilidades
comunes de la vida parroquial: el párroco sigue siendo el responsable principal, pero
no puede, y no debe, hacerlo todo él solo. Como puse de relieve en la exhortación
apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, «es especialmente importante preparar
a los futuros sacerdotes para la colaboración con los laicos. Oigan de buen grado
(...) a los laicos, considerando fraternalmente sus deseos y reconociendo su experiencia
y competencia» (n. 59).
Podéis estar seguros de que si vuestros seminarios
cumplen los requisitos fundamentales del programa de la Iglesia para la formación
sacerdotal, especialmente como los establece el decreto conciliar Optatam totius y
la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, darán mucho fruto para
las generaciones futuras. Entre las actitudes y disposiciones más importantes que
se han de cultivar en los seminaristas, los documentos destacan la aceptación amorosa
del celibato, el espíritu de pobreza y sencillez, y una solicitud y un celo inquebrantables
por la «salus animarum», particularmente por la salvación de quienes se han extraviado
o han caído en las redes del pecado. En el camino de los candidatos hacia las órdenes
sagradas, el obispo tiene una responsabilidad que debe ejercer personalmente. Por
el bien de la Iglesia, no debería admitir candidatos a la ordenación si no tiene certeza
moral de la madurez de su compromiso con el ideal sacerdotal. La labor de los misioneros
y los catequistas
Vuestra solicitud por la formación sacerdotal no termina
el día en que ordenáis a vuestros hijos espirituales. Más bien, debéis seguir buscando
los medios para fomentar su formación permanente, de modo que tengáis la seguridad
de que vuestros sacerdotes «sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido,
como el pueblo de Dios los quiere y tiene el ilderechole de tenerlos» (ib., 79). Debéis
estar particularmente cercanos a los sacerdotes que vacilan en la fidelidad a su vocación,
y no os canséis nunca de insistir en que el sacerdocio ministerial no es una profesión
o un medio de progreso social. Es, más bien, un ministerio sagrado. El Evangelio exige
que los obispos afronten con prontitud, sinceridad y decisión cualquier situación
que escandalice a la grey o debilite la credibilidad del testimonio de la Iglesia.
Siguiendo el ejemplo de Cristo, el buen Pastor, tenéis que identificar a quienes atraviesan
dificultades, y amonestarlos cordialmente como a hijos queridos (cf. 1 Co 4, 14).
Sobre todo, debéis orar sin cesar por vuestros sacerdotes, para que se renueve constantemente
el don de Dios que han recibido con la imposición de las manos.
5. De igual
modo, respetando la legítima autonomía de los institutos de vida religiosa y apostólica,
el obispo tiene precisas responsabilidades pastorales en el cuidado de quienes pertenecen
a esas comunidades. Debéis estar siempre dispuestos a apoyar a los jóvenes kenianos
que aspiran a consagrar toda su vida al servicio de sus hermanos y hermanas mediante
la observancia de los consejos evangélicos. Particular valor tiene el apoyo que prestáis
a los superiores en la delicada tarea de discernir con prudencia la idoneidad de los
candidatos a la vida religiosa. Comparto el aprecio que manifestáis a los generosos
misioneros sacerdotes, religiosos y laicos que, acogiendo las inspiraciones del Espíritu,
han ido a Kenia para testimoniar el intercambio de dones espirituales entre las Iglesias
particulares, que es un fruto natural de la comunión eclesial. Por otra parte, también
constato con satisfacción que muchos sacerdotes y religiosos kenianos han escuchado
la voz del Espíritu y ahora están sirviendo como misioneros fuera de sus diócesis
de origen e, incluso, fuera de su país.
No podemos dejar de reconocer con profunda
gratitud el papel indispensable que desempeñan los catequistas para transmitir las
verdades de la fe y guiar a los demás hacia el Señor. Me consta el importante testimonio
que dan y la generosidad con que se entregan a Cristo y a su Iglesia para que el Evangelio
sea cada vez más conocido y aceptado. No hay que escatimar esfuerzos a fin de que
reciban una preparación y una formación adecuadas, necesarias para el cumplimiento
de sus deberes. Que nunca les falten tampoco el apoyo y el aliento, tanto materiales
como espirituales.
6. Queridos hermanos en el episcopado, me consuelan la sabiduría
y el celo con que gobernáis al pueblo de Dios en Kenia. Ruego al Señor que vuestra
peregrinación a la ciudad donde los apóstoles Pedro y Pablo derramaron su sangre como
testimonio del Evangelio os infunda nueva fuerza con vistas al ministerio apostólico
que se os ha encomendado, para que no os canséis jamás de predicar la palabra de Dios,
de celebrar los sacramentos y de guiar la grey que está a vuestro cuidado pastoral.
Me alegra particularmente la noticia de la construcción de un santuario nacional dedicado
a María, Madre de Dios, en Subukia, así como la del programa de peregrinaciones marianas
que se realizarán durante el año jubilar en cada diócesis. Encomendándoos a vosotros
y a vuestros sacerdotes, así como a los religiosos y los laicos de vuestras Iglesias
particulares, a la protección amorosa de la santísima Virgen María, Madre de Cristo
y Madre nuestra, os imparto mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en
su Hijo, nuestro Salvador resucitado.