DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LA REPÚBLICA
DEL CONGO EN VISITA "AD LIMINA"
Sábado 9 de junio de 2001
Queridos hermanos en el episcopado:
1. Con
alegría os doy la bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina. Los encuentros
con el Sucesor de Pedro y con sus colaboradores son una ocasión importante para manifestar
vuestra comunión y la de las diócesis del Congo con la Iglesia universal. Deseo que
halléis aquí los estímulos y la ayuda necesarios para desempeñar vuestro ministerio
episcopal en vuestro país. Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal,
monseñor Anatole Milandou, arzobispo de Brazzaville, la exposición que me ha hecho,
en vuestro nombre, de los grandes problemas que la Iglesia y el pueblo congoleño afrontan
hoy.
Al volver a vuestras diócesis, llevad a los sacerdotes, religiosos, religiosas,
catequistas y a todos los fieles, el saludo afectuoso del Papa, que permanece cerca
de cada uno de ellos con el pensamiento y la oración. Transmitid a todos vuestros
compatriotas mis mejores deseos de un futuro de paz y reconciliación, a fin de que
todos vivan con seguridad y fraternidad renovadas.
2. Vuestro país, después
de vivir un período trágico que causó numerosas víctimas, obligó a gran número de
vuestros compatriotas a experimentar el exilio y produjo destrucciones materiales
considerables, ha realizado esfuerzos importantes para permitir a todos los congoleños
vivir con seguridad y llegar definitivamente a la concordia nacional. Durante ese
período de sufrimientos, hicisteis oír vuestra voz para exhortar a la paz y a la reconciliación.
Recientemente también habéis dirigido a vuestros fieles y a todos los hombres de buena
voluntad un vigoroso mensaje sobre el diálogo, la verdad y la justicia, como camino
para la paz. Os agradezco vuestro compromiso y el de vuestras comunidades por estar
cercanos a vuestro pueblo afligido y turbado. A lo largo de esos dramáticos acontecimientos,
la actitud de la Iglesia y sus agentes apostólicos para ayudar a las poblaciones en
la prueba común fue admirable. Sin embargo, no podemos por menos de deplorar el gran
número de sacerdotes, religiosos y religiosas que abandonaron el país en ese período
de agitación. Deseo vivamente que puedan volver lo más pronto posible a sus puestos
en vuestras diócesis y acepten valientemente una misión pastoral entre sus compatriotas.
Ahora,
en una etapa decisiva para el futuro del país, os animo a tener cada vez más audacia
para abrir caminos de reconciliación entre todos los hijos de la nación y a impulsar
a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad a ser, hoy más que nunca,
constructores infatigables de paz. Proseguid con ardor el anuncio del Evangelio
que nos dejó el Señor. Invitad sin cesar a los fieles de vuestras diócesis a volver
a Cristo, y enseñadles a fijar la mirada en su rostro, que manifiesta el amor del
Padre a todos los hombres. La experiencia trágica que vivió el pueblo congoleño debe
estimular a los católicos a mirar adelante con decisión y lanzarse a iniciativas apostólicas
intrépidas, firmemente arraigadas en la contemplación y en la oración.
3. Para
manifestar la comunión profunda que os une en esta tarea apostólica, es indispensable
que se desarrolle cada vez más entre los pastores una auténtica unidad, sobre todo
atribuyendo la debida importancia a la Conferencia episcopal, lugar de intercambio
fraterno de ideas y de colaboración con vistas al bien común de vuestras Iglesias
particulares. Si estáis cada vez más cerca de vuestros sacerdotes y fieles, mediante
una presencia activa en vuestras diócesis, seréis capaces de reconstruir las comunidades
desmembradas por la guerra, curar los corazones heridos y ayudar a todos los que os
han sido encomendados a avanzar por los caminos del Evangelio.
Tal como lo
indicó con fuerza el concilio Vaticano II, "los obispos, como responsables de llevar
a la perfección, deben dedicarse a fomentar la santidad de sus sacerdotes, religiosos
y laicos, según la vocación particular de cada uno. Han de tener presente que están
obligados a dar un ejemplo de santidad, con amor, humildad y sencillez de vida" (Christus
Dominus, 15). En efecto, el oficio de santificación confiado a los obispos es de suma
importancia para la vida de la Iglesia y de todos sus miembros. Os invito a prestar
una atención particular en este campo a vuestros sacerdotes, que cooperan con vosotros
en la misión de ayudar al pueblo de Dios a progresar en santidad. Estad atentos a
las dificultades, tanto humanas como espirituales, que encuentran en su vida diaria.
Su ejemplo de vida espiritual y moral debe ser para todos un signo claro del Evangelio
y de sus exigencias. Dadles la ayuda y el apoyo de vuestra amistad, sobre todo en
los períodos más difíciles de su ministerio. El que caiga debe encontrar en vosotros
un padre que afronta las dificultades con caridad, pero que también sabe mostrar rigor
en el momento oportuno.
4. En la carta apostólica Novo millennio ineunte, que
dirigí a toda la Iglesia al final del gran jubileo del año 2000, expresé mi deseo
de que las comunidades católicas actúen con el mismo entusiasmo que tuvieron los cristianos
de la primera hora al anunciar el Evangelio de Cristo y al testimoniarlo con su vida.
En efecto, urge dar a la evangelización un nuevo impulso. En el período particular
que vive vuestro país, es necesario promover una vigorosa pastoral familiar para que
"las familias cristianas den un ejemplo convincente de la posibilidad de un matrimonio
vivido de manera plenamente conforme al proyecto de Dios y a las verdaderas exigencias
de la persona humana: tanto de la de los cónyuges como, sobre todo, de la de los
más frágiles, que son los hijos" (n. 47). La violencia y la dispersión de las familias
durante estos últimos años han tenido graves consecuencias para la unidad de la célula
familiar y para el respeto de la dignidad humana. Por eso, es preciso que los cristianos
sean cada vez más conscientes de su responsabilidad de conservar y desarrollar los
valores esenciales de la familia y del matrimonio cristiano. Hay que prestar atención
particular a la formación de las conciencias, a fin de que la sociedad entera respete,
defienda y promueva la dignidad de toda persona humana, en todos los momentos y en
todas las etapas de su vida (cf. Evangelium vitae, 81). En efecto, hoy más que nunca,
los católicos deben testimoniar con fuerza que toda vida humana desde su origen posee
un carácter sagrado e inviolable. Para impulsar a esta toma de conciencia, es esencial
llevar a cabo una amplia acción educativa y emprender iniciativas concretas, principalmente
entre las generaciones jóvenes, a fin de que todos comprendan y acojan las exigencias
evangélicas concernientes al respeto de la vida humana y a su dignidad. A cada uno
le servirán de guía y medio valioso para realizarse plenamente en la vida.
5.
Las dificultades que experimentan los jóvenes, fundamentalmente debidas a las condiciones
de gran pobreza o a las consecuencias de la violencia que a menudo los marca aún profundamente,
deben impulsar a los pastores a desarrollar una pastoral juvenil adaptada a sus situaciones
y a los problemas que se les plantean. Deseo que la Iglesia les ayude a vencer cualquier
tentación de violencia, a fin de que el anhelo que tienen de cambiar la vida se convierta
en un compromiso auténtico para construir una sociedad nueva, sin divisiones, sin
enfrentamientos y sin discriminaciones, es decir, un compromiso fundado en la fraternidad
y la solidaridad. Es preciso que manifiesten con audacia que todos los hombres son
hermanos, puesto que tienen un mismo Padre que los ama apasionadamente. Decid a los
jóvenes del Congo que el Papa, con el corazón y la oración, está cerca de ellos, comparte
sus preocupaciones diarias y los invita a no desesperar jamás de la vida.
La
Iglesia, con su compromiso en las escuelas y en general en la educación, contribuye
en gran medida a la formación humana, moral y espiritual de los jóvenes. Para cooperar
cada vez con mayor eficacia en la búsqueda del bien común de toda la sociedad y en
la reducción de las fracturas que muy a menudo la dividen aún, es necesario educar
a la juventud en el respeto mutuo entre las personas, entre los grupos humanos y entre
las comunidades religiosas, favoreciendo el espíritu de acogida y de diálogo. Deseo
que, con su testimonio ardiente de vida cristiana, los educadores transmitan a los
jóvenes convicciones muy sólidas, para ayudarles a afrontar con valentía las pruebas
y a desempeñar el papel que les corresponde en la vida de la nación y de la Iglesia.
6.
Por medio de vosotros, queridos hermanos en el episcopado, quisiera expresar a vuestros
sacerdotes toda mi estima y mi cordial apoyo en su compromiso sacerdotal, que realizan
con frecuencia en condiciones muy difíciles. Los invito a cultivar un espíritu apostólico
que los impulse a responder con generosidad a las necesidades de la misión, particularmente
en los lugares más humildes, que exigen de ellos desprendimiento de sí y fidelidad
diaria al Señor que los ha llamado para que lo sigan. Deseo vivamente que todos, sin
olvidar a los que viven fuera de su país, tengan presentes en su corazón las inmensas
necesidades pastorales de sus hermanos y hermanas que, en sus diócesis, esperan que
se les anuncie el Evangelio y se les administren los sacramentos de la Iglesia.
La
entrega generosa e incondicional de los sacerdotes a la persona de Cristo se manifiesta
de manera especial en el celibato que han aceptado libremente. Respetando la obligación
canónica, han de vivirlo de manera gozosa y transparente, transformándolo en un testimonio
profético del amor sin límites que los une a Cristo. Una vida espiritual intensa,
acompañada por una rigurosa formación permanente, les permitirá responder con serenidad
y sin reticencia a este requisito evangélico que les exige la Iglesia.
Queridos
hermanos en el episcopado, conocéis la importancia de la formación de los futuros
sacerdotes para el porvenir de la Iglesia. Os exhorto a atribuir a vuestros seminarios
un lugar privilegiado en vuestras prioridades pastorales, para que los jóvenes verifiquen
serenamente su vocación y reciban en su país una sólida formación humana, espiritual,
moral, intelectual y pastoral. La eficacia de la formación depende, en gran parte,
de la calidad del equipo de formadores, que deben distinguirse por su competencia
y la ejemplaridad de su vida sacerdotal. Por eso, os invito a hacer los sacrificios
necesarios para elegir con esmero a los sacerdotes más aptos para esta tarea.
7.
Agradezco a las congregaciones y a los institutos de vida consagrada su compromiso
constante y valiente al servicio de la Iglesia en el Congo, particularmente el trabajo
generoso de sus miembros en favor de la educación, la formación, la salud u otras
ayudas sociales. Invito a los responsables religiosos a dar nuevo impulso a sus estructuras
de concertación, tanto diocesanas como nacionales. En efecto, es importante que, en
estrecha relación con los obispos y respetando los propios carismas, todos colaboren
fraternalmente en la única misión de la Iglesia y contribuyan así a la comunión eclesial.
En
una sociedad que ha conocido tantas divisiones e incomprensiones, las personas consagradas
tienen la vocación particular de anunciar "con el testimonio de su vida el valor de
la fraternidad cristiana y la fuerza transformadora de la buena nueva, que hace reconocer
a todos como hijos de Dios e incita al amor oblativo hacia todos, y especialmente
hacia los últimos" (Vita consecrata, 51). Ojalá que todas las comunidades de consagrados,
animadas por un ardiente espíritu de oración y apertura a todos, sean verdaderamente
lugares de acogida, de comunión y de esperanza.
8. Conozco la presencia activa
de la Iglesia, sobre todo con sus organismos caritativos nacionales e internacionales,
entre las personas afectadas por graves enfermedades como el sida, entre los refugiados
procedentes de países vecinos y, de un modo más general, entre todos los que sufren
las consecuencias de la pobreza. Doy las gracias y aliento vivamente a todos los que,
con tanta generosidad y desinterés, se ponen al servicio de sus hermanos. Así, en
nombre de toda la Iglesia, son testigos de la caridad de Cristo entre los más necesitados
y débiles de la sociedad.
A todos los fieles de vuestras diócesis y a todos
los congoleños quisiera dirigirles un mensaje particular de paz y esperanza. El único
camino para superar las consecuencias de los conflictos, de la violencia y del odio,
y llegar a una verdadera reconciliación, es el de la fraternidad y la solidaridad.
Quiera Dios que todos sean hombres y mujeres capaces de vivir en la unidad la rica
diversidad de sus orígenes, culturas, lenguas, tradiciones y mentalidades. ¡Que nunca
más se enfrenten hermanos contra hermanos! Rebosantes de confianza, avanzad con esperanza.
Dios es fiel, y nunca abandona a sus hijos.
9. Queridos hermanos en el episcopado,
al final de este encuentro, encomiendo a cada una de vuestras diócesis a la protección
materna de la Virgen María, Reina de África. Que ella os acompañe en vuestra labor
de evangelización y os guíe en vuestro camino hacia su Hijo divino. Os exhorto encarecidamente
a avanzar sin miedo, con renovado impulso misionero, para que, fortalecidos por la
gracia de Cristo y encaminados hacia la meta a la que él nos invita, abráis al pueblo
que se os ha confiado un futuro de esperanza y de paz. A cada uno de vosotros y a
todos vuestros diocesanos imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica.