DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
DE CHAD EN VISITA "AD LIMINA"
Sábado 23 de septiembre de 2006
Queridos hermanos en el episcopado:
Durante
estos días en que realizáis vuestra visita ad limina me alegra acogeros a vosotros,
a quienes el Señor ha elegido para guiar al pueblo de Dios en Chad. Vuestra peregrinación
a Roma os lleva a seguir las huellas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y os
permite encontraros con el Sucesor de Pedro y con sus colaboradores para fortalecer
vuestra comunión con la Iglesia universal. Deseo que estos días sean para vosotros
una ocasión para intensificar vuestro celo apostólico, a fin de que vuestras comunidades
reciban un nuevo impulso para ser luz que ilumina y conduce hacia Aquel que trae la
salvación.
Agradezco a vuestro presidente, monseñor Jean-Claude Bouchard,
obispo de Pala, su presentación de las realidades eclesiales en vuestro país. Al volver
a vuestras diócesis, llevad a los sacerdotes, a los consagrados, a los catequistas
y a todos los fieles mi saludo afectuoso y la seguridad de mi cercanía espiritual,
así como mi aliento para su vida cristiana.
Queridos hermanos en el episcopado,
a imagen de Cristo, buen Pastor, habéis sido enviados para ser misioneros de la buena
nueva. Seguid realizando esta misión con confianza y valentía. La santidad de vuestra
vida os convertirá en signos auténticos del amor de Dios. Mediante la proclamación
del Evangelio, guiad a vuestras comunidades al encuentro con el Señor y ayudadles
a testimoniar su esperanza, contribuyendo a la edificación de una sociedad más justa,
fundada en la reconciliación y en la unidad entre todos. La participación regular
de los fieles en los sacramentos, principalmente en la Eucaristía, les dará la fuerza
para seguir a Cristo; así sentirán la necesidad de compartir con sus hermanos la alegría
de su encuentro con el Señor. Como prolongación del primer Congreso eucarístico nacional,
que vuestras diócesis celebraron en Mundú a inicios de este año, todos deben esforzarse
por profundizar su conocimiento de este gran sacramento, para hacer que dé frutos
en su vida. Por otra parte, una sólida formación religiosa, fundada en fuertes convicciones
espirituales, permitirá a los fieles vivir una existencia conforme a los compromisos
de su bautismo y testimoniar los valores cristianos en la sociedad.
Deseo
saludar con particular afecto a vuestros sacerdotes y alentarlos en su misión, difícil
pero entusiasmante, de anunciar el Evangelio y servir al pueblo de Dios. Como ya he
subrayado, "ser sacerdote significa convertirse en amigo de Jesucristo, y esto cada
vez más con toda nuestra existencia" (Homilía en la misa Crismal, 13 de abril de 2006:
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de abril de 2006, p. 4). Por
tanto, ya desde su formación, es preciso impulsar a los sacerdotes a comprometerse
cada vez más íntimamente en la amistad que el Señor no cesa de proponerles.
Para
garantizar esta formación en las mejores condiciones, os invito a velar atentamente
sobre vuestros seminarios, estimulando a los formadores en su tarea de discernimiento
de las vocaciones. La amistad con Cristo exige una búsqueda constante y gozosa de
comunión de pensamiento, de voluntad y de acción con él, mediante una obediencia humilde
y fiel. Esta comunión podrá realizarse en la medida en que el sacerdote sea un auténtico
hombre de oración.
Queridos hermanos en el episcopado, cuidad la vida espiritual
de vuestros sacerdotes, alentándolos a permanecer fieles a una regla de vida sacerdotal
que les ayude a conformar su existencia a la llamada recibida del Señor. Manifestadles
vuestra cercanía fraterna en su ministerio; en los momentos de prueba y de incertidumbre,
confortadlos y corregidlos, si es necesario, invitándolos a permanecer con la mirada
fija en Jesús.
Uno de los desafíos que debéis afrontar es la urgencia de proclamar
la verdad integral sobre el matrimonio y la familia. En efecto, es fundamental mostrar
que la institución del matrimonio contribuye al verdadero desarrollo de las personas
y de la sociedad, y permite garantizar la dignidad, la igualdad y la verdadera libertad
del hombre y de la mujer, así como el crecimiento humano y espiritual de los niños.
"Creados el uno y el otro a imagen de Dios, el hombre y la mujer, aunque diferentes,
son esencialmente iguales desde el punto de vista de su humanidad" (Ecclesia in Africa,
82).
Una seria formación de los jóvenes favorecerá una renovación de la pastoral
familiar y contribuirá a superar las dificultades de orden social, cultural o económico
que, para numerosos fieles, son obstáculos al matrimonio cristiano. Ojalá que los
jóvenes de vuestro país, conservando los valores esenciales de la familia africana,
acojan en su vida la belleza y la grandeza del matrimonio cristiano que, en su unicidad,
supone un amor indisoluble y fiel de los esposos. La acción caritativa, manifestación
del amor al prójimo, arraigada en el amor a Dios, ocupa un lugar importante en la
pastoral de vuestras diócesis. "El amor es el servicio que presta la Iglesia para
salir constantemente al encuentro de los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales,
de los hombres" (Deus caritas est, 19).
Expreso mi agradecimiento a todas
las personas, especialmente a las religiosas, que, en vuestras diócesis, realizan
una actividad caritativa al servicio del desarrollo, de la educación y de la salud,
así como de la acogida de refugiados. Ojalá que, al fomentar una auténtica solidaridad
con las personas necesitadas, sin ninguna distinción de origen, no olviden la especificidad
eclesial de sus actividades y refuercen su conciencia de ser testigos creíbles de
Cristo en medio de sus hermanos y hermanas.
La consolidación de la fraternidad
entre las diferentes comunidades que componen la nación es un objetivo que exige el
compromiso de todos, a fin de que en el país se eviten enfrentamientos que sin duda
implicarían nuevas violencias. El reconocimiento de la dignidad de cada persona, de
la identidad de cada grupo humano y religioso, y de su libertad de practicar su religión,
forma parte de los valores comunes de paz y de justicia que todos deben promover y
en los que los responsables de la sociedad civil tienen un papel importante que
desempeñar.
Me alegra saber que en vuestro país las relaciones entre cristianos
y musulmanes por lo general son buenas, sobre todo gracias a la búsqueda de un mejor
conocimiento mutuo. Así pues, os animo a proseguir la colaboración con espíritu de
diálogo sincero y de respeto recíproco, para ayudar a cada uno a llevar una vida conforme
a la dignidad recibida de Dios, promoviendo una auténtica solidaridad y un desarrollo
armonioso de la sociedad.
Queridos hermanos en el episcopado, encomiendo vuestro
país a la protección maternal de Nuestra Señora, Reina de África. Que ella interceda
ante su Hijo para obtener la paz y la justicia en ese continente tan probado. A todos
os imparto de todo corazón la bendición apostólica, así como a los sacerdotes, a los
religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.