DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II A LOS OBISPOS DE MALAWI EN VISITA "AD LIMINA"
Queridos hermanos en el episcopado:
1. Doy gracias al Padre de todas las misericordias
por el don de este encuentro con vosotros, obispos de Malawi, con ocasión de vuestra
peregrinación a Roma para la visita ad limina Apostolorum. Con gran alegría os doy
la bienvenida y abrazo a todos los fieles de Malawi, a los que recuerdo con afecto
en el Señor y que están siempre presentes en mis oraciones. De modo especial, ahora
que vuestra nación se está preparando para celebrar el centenario de la fundación
de la primera misión católica en vuestra tierra, ruego por vosotros, pastores del
pueblo santo de Dios, y por los sacerdotes, los religiosos y los laicos, con las palabras
de san Pablo: "Que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término con
su poder todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe, para que así
el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en él" (2
Ts 1, 11-12).
2. Con la fundación de la misión en Nzama, en 1901, la fe
cristiana arraigó en Malawi y ha seguido creciendo desde entonces. El número de los
seguidores del Señor aumenta día tras día (cf. Hch 2, 47), y la Iglesia participa
cada vez más en la vida de la nación, insistiendo en la necesidad de solidaridad y
responsabilidad civil, y exhortando al diálogo y a la reconciliación como camino para
aliviar las tensiones. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado son buenas, y la
Iglesia puede seguir cumpliendo con libertad su misión espiritual en los campos del
ministerio pastoral, la educación, la asistencia sanitaria y el desarrollo humano
y social. En general se reconoce que la Iglesia ha desempeñado un papel importante
en la transición de Malawi hacia un régimen democrático. Pero el proceso de transición
aún no se ha completado, y la Iglesia debe seguir colaborando con todos los sectores
de la sociedad, para asegurar que la nación no desfallezca en su esfuerzo por construir
una democracia justa, estable y duradera. Esto dependerá de la calidad de los cimientos;
y la única base segura para una sociedad democrática es una correcta concepción de
la persona humana y del bien común. Si una sociedad no construye sobre esta verdad,
será como una casa edificada sobre arena: se derrumbará (cf. Mt 7, 26-27). La Iglesia
tiene el solemne deber de proclamar esta verdad, identificar los valores humanos que
surgen de ella y recordar a todos el deber de obrar en consecuencia.
3.
Los desafíos planteados a la vida y al servicio cristianos son muchos y exigentes
en una situación de pobreza extendida, a menudo extrema, y de debilitamiento de las
convicciones morales y éticas, que provocan un gran número de males sociales, entre
ellos la corrupción y los ataques contra la santidad de la vida humana. Teniendo esto
en cuenta, es necesario ofrecer a los fieles sólidos programas de evangelización y
catequesis, ordenados a profundizar su fe y su visión cristiana, para que puedan ocupar
su lugar en la Iglesia y en la sociedad. Como nos recuerda el concilio Vaticano II:
los laicos "están llamados por Dios a realizar su función propia, dejándose guiar
por el espíritu evangélico, para que, desde dentro, como el fermento, contribuyan
a la santificación del mundo" (Lumen gentium, 31). Los padres conciliares prosiguen
diciendo que "todos los cristianos (...) están llamados a la plenitud de la vida cristiana
y a la perfección del amor. (...) Todos los cristianos, por tanto, están llamados
y obligados a tender a la santidad y a la perfección de su propio estado de vida"
(ib., 40 y 42). Para que esto suceda, es preciso tener siempre presentes las palabras
que el Concilio dirigió a los obispos: "han de ser (...) buenos pastores, que conocen
a sus ovejas y a quienes estas los conocen también; y verdaderos padres, que se distinguen
por el espíritu de amor y de solicitud por todos. (...) Deben reunir y formar a toda
la familia de su grey, de tal manera que todos, conscientes de sus deberes, vivan
y actúen en comunión de amor" (Christus Dominus, 16). Desde esta perspectiva, apoyo
de buen grado las iniciativas que habéis tomado con vistas a la preparación para el
gran jubileo del año 2000 y la celebración, en el 2001, del centenario de la Iglesia
católica en Malawi; ambos aniversarios implican una llamada a fortalecer la fe y el
compromiso cristiano. En vuestra carta pastoral de 1996, "Caminar juntos en la fe",
hicisteis un oportuno llamamiento a la conversión y a la renovación de la vida cristiana.
Considerando estos dos momentos de gracia especial, habéis seguido las indicaciones
de la carta apostólica Tertio millennio adveniente, y habéis abierto vuestro corazón
a las inspiraciones del Espíritu, que seguramente moverá los corazones para que se
dispongan a celebrar con fe renovada y generosa participación el gran acontecimiento
jubilar (cf. n. 59). Siguiendo las recomendaciones de la Asamblea especial para África
del Sínodo de los obispos y las contenidas en la Tertio millennio adveniente, habéis
elaborado un programa de preparación, a fin de ayudar a los sacerdotes, a los religiosos
y a los fieles de vuestras diócesis a "obtener luces y ayudas necesarias para la preparación
y celebración del jubileo ya próximo" (ib.). Esta iniciativa ha sido corroborada por
vuestra carta pastoral "Volved a mí y viviréis", en la que acertadamente habéis subrayado
lanecesidad de recuperar el sentido del pecado para recuperar el sentido de la misericordia
de Dios, que es el corazón del gran jubileo. En efecto, esta visión de la vida constituye
el núcleo del Evangelio y la Iglesia está llamada a predicarla en todo tiempo y lugar.
4.
Cuando el anuncio de la buena nueva se completa con la catequesis, la fe alcanza su
madurez y los discípulos de Cristo se forman en un conocimiento profundo y sistemático
de la persona y del mensaje del Señor (cf. Catechesi tradendae, 19). El estudio de
la Biblia, es decir, el contacto directo con el texto sagrado de la palabra de Dios,
acompañado por la oración ferviente (cf. Dei Verbum, 25) y sostenido por una clara
exposición de la doctrina, como se halla en el Catecismo de la Iglesia católica, afianzará
la fe de los laicos y los preparará para responder a sus exigencias en todas las circunstancias,
particularmente en los importantes ámbitos del matrimonio y la vida familiar cristiana.
Indudablemente, uno de los signos más claros de la "novedad" de vida en Cristo es
el vínculo del matrimonio y la familia vivido de acuerdo con la invitación del Salvador
a restablecer el plan originario de Dios (cf. Mc 10, 6-9). Una buena catequesis es
especialmente importante para los jóvenes, para quienes una fe formada constituye
la luz que guiará su camino hacia el futuro. Será su fuente de fuerza cuando afronten
las incertidumbres de una situación económica y social difícil. Los católicos,
fortalecidos en la verdad revelada, podrán responder también a las objeciones que
cada vez con mayor frecuencia plantean los seguidores de las sectas y los nuevos movimientos
religiosos. Además, la obediencia firme y humilde a la palabra de Cristo, tal como
la proclama auténticamente la Iglesia, constituye la base para el diálogo con los
seguidores de la religión tradicional africana y del islam, y para vuestras relaciones
con las demás Iglesias y comunidades eclesiales, que es tan importante para evitar
que la misión cristiana se vea perjudicada en el futuro por las divisiones, como sucedió
en el pasado (cf. Tertio millennio adveniente, 34).
5. Teniendo en cuenta la
importancia vital de que la Iglesia cuente con buenos guías, especialmente en un tiempo
como éste, deseo estimularos en vuestro esfuerzo por garantizar una formación más
eficaz a vuestros seminaristas y sacerdotes. Esta cuestión sigue siendo fundamental
para vuestras Iglesias particulares, y requiere vuestra orientación, ya que sin una
sólida formación los sacerdotes no estarán preparados para vivir su vocación y desempeñar
su ministerio, entregándose diariamente "por el crecimiento de la fe, de la esperanza
y de la caridad en el corazón y en la historia de los hombres y mujeres de nuestro
tiempo" (Pastores dabo vobis, 82). Habéis puesto gran empeño por mejorar los programas
de formación y proporcionar una sólida preparación espiritual, intelectual y pastoral
a vuestros seminaristas; y sus frutos ya comienzan a verse. La Ratio institutionis
sacerdotalis, la Ratio studiorum y las normas para la vida en el seminario han sido
aprobadas para los seminarios mayores de Kachebere, Zomba y Mangochi. Además, la introducción
de un programa de espiritualidad y de un año propedéutico para los seminaristas antes
de comenzar los estudios de filosofía, así como la creación de un consejo de supervisores
para la formación y los problemas relacionados con la vida y la disciplina en el seminario,
son iniciativas muy positivas. Tan importante como la formación de los futuros
sacerdotes es la formación permanente de los que ya han recibido las órdenes sagradas.
La dedicación pastoral y el celo por el ministerio, la disciplina moral y el comportamiento
irreprochable, el desapego de los bienes y las actitudes mundanas, y la disponibilidad
a entregarse completamente al servicio de los demás, son los rasgos que deben cultivar
vuestros sacerdotes y se han de convertir en el sello distintivo de su vida. De este
modo, llegarán a ser, como afirma san Juan Crisóstomo: "Dignos, pero modestos, solemnes
pero amables, autoritarios pero accesibles, imparciales pero afables, humildes pero
no serviles, enérgicos pero cordiales" (De sacerdotio 3, 15), teniendo en cuenta "una
sola cosa: la edificación de la Iglesia, sin actuar nunca por hostilidad o parcialidad"
(ib.). Para ello es necesario disponer de programas eficaces de formación permanente
para el clero. Deben constituir una prioridad para la Iglesia en Malawi, mientras
se prepara para entrar en el tercer milenio, pues los obispos tienen la gran responsabilidad
de brindar oportunidades de renovación espiritual y crecimiento a sus sacerdotes (cf.
Optatam totius, 22).
6.Los religiosos y las religiosas también necesitan
una formación permanente. Su consagración especial requiere una profundización constante
para poder permanecer firmemente arraigados en Cristo y para que los nobles ideales
de su vocación sigan resplandeciendo en su corazón y a los ojos de los hombres, para
quienes son un signo especial de la solicitud amorosa de Dios. A través de la profesión
de los consejos evangélicos, dan testimonio del Reino y construyen el Cuerpo de Cristo,
impulsando a los demás a la conversión y a una vida de santidad. Tenéis que ayudarles
a permanecer fieles al carisma de sus institutos y a trabajar en estrecha colaboración
y armonía con vosotros, los pastores de la Iglesia, en la realización de su apostolado
(cf. Mutuae relationes, 8). Una vida de castidad, pobreza y obediencia, abrazada
voluntariamente y vivida fielmente confuta la sabiduría convencional del mundo, pues
es una proclamación de la cruz de Cristo (cf. 1 Co 1, 20-30). El testimonio que dan
los consagrados puede transformar la sociedad y su modo de pensar y actuar, precisamente
con el amor que muestran a todos los hombres, especialmente a los que no tienen voz,
concentrando su atención en las cosas espirituales más que en las materiales, y con
su oración, su entrega y su ejemplo. No podemos por menos de expresar aquí nuestro
aprecio por la magnífica obra realizada por los religiosos y religiosas en Malawi
en las áreas del desarrollo humano, la educación y la asistencia sanitaria. Se trata
de una contribución única, de la que ni la Iglesia ni la nación podrían prescindir.
7.
Queridos hermanos en el episcopado, como pastores del pueblo santo de Dios tenéis
la triple misión de guiar, impulsar y unir a todos los que trabajan en el "campo de
Dios" (1 Co 3, 9). Esta misión es más urgente que nunca ahora que comienza a vislumbrarse
el alba del tercer milenio y os preparáis para la celebración del centenario de la
Iglesia católica en Malawi, recordando las palabras del Señor acerca de la abundancia
de la mies que debemos cosechar con nuestro servicio al Evangelio (cf. Mt 9, 37).
En vísperas del gran jubileo, estamos llamados a dedicarnos con nuevo vigor a la misión
de compartir la luz de la verdad de Cristo con todos los hombres. Pido al Señor que,
mediante vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, el Espíritu
Santo os fortalezca para la tarea de la nueva evangelización. En el amor de la santísima
Trinidad, os encomiendo a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a los
fieles laicos a la gloriosa intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, y
os imparto mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en su Hijo divino.