DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GHANA EN VISITA «AD
LIMINA»
Sábado 20 de febrero de 1999
Queridos hermanos en el episcopado:
1.
«Que el Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todos los órdenes» (2 Ts 3,
16). Es una gran alegría para mí saludaros a vosotros, miembros de la Conferencia
episcopal de Ghana, y acogeros en el Vaticano con ocasión de vuestra visita ad limina
Apostolorum. Para todos nosotros se trata de un momento de gracia en el que celebramos
y procuramos fortalecer los vínculos de comunión fraterna que nos unen en la tarea
de dar testimonio del Señor y difundir la buena nueva de la salvación. Saludo en especial
a los que están realizando su primera visita quinquenal. En efecto, desde la última
visita de vuestra Conferencia a Roma, se han erigido seis diócesis nuevas en Ghana,
signo positivo del trabajo que se ha hecho por Cristo y de la construcción de su Iglesia
en vuestro país. Éste es otro motivo más para alabar el santo nombre de Jesús, ante
el cual «toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda
lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 10-11).
El
año pasado, vuestra Iglesia particular celebró dos acontecimientos muy significativos:
el segundo Congreso eucarístico nacional y el Congreso pastoral nacional. Estos dos
importantes encuentros permitieron confirmar y aumentar el amor y la devoción al santísimo
Sacramento, fundamental para el culto y la oración católicos. La Iglesia recibe de
la Eucaristía la fuerza para el servicio y el compromiso, que caracterizan su solicitud
por el bienestar espiritual de sus hijos y de todo el pueblo. La vida divina que Cristo
derrama sobre su Iglesia en la Eucaristía es demasiado grande para ser contenida y
debe ofrecerse con amorosa urgencia al mundo entero.
2. Esta verdad, en gran
parte, inspira y sostiene la actividad misionera de la Iglesia, pues, como observaron
los padres del concilio Vaticano II con elocuente sencillez, la Iglesia es «misionera
por su propia naturaleza» (Ad gentes, 2). Se trata de una de sus cualidades esenciales,
que debe resplandecer en cada Iglesia particular, puesto que la Iglesia universal
está presente en cada Iglesia particular con todos sus elementos fundamentales (cf.
Congregación para la doctrina de la fe, carta Communionis notio a los obispos de la
Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión, nn.
7-9). La energía y el celo de la primera evangelización de Ghana deben seguir siendo
fuente de fuerza y entusiasmo al proclamar a Cristo y su evangelio de salvación, ayudando
a los demás a conocer y aceptar su amor misericordioso.
A este respecto, también
tenéis el deber de afrontar las cuestiones de particular importancia para la vida
social, económica, política y cultural de vuestro país. En la Asamblea especial para
África del Sínodo de los obispos, los padres sinodales reconocieron que es esencial
la correcta administración de los asuntos públicos en las áreas de la política y la
economía, relacionadas entre sí, si se quiere que florezcan la justicia y la paz en
vuestro continente (cf. Ecclesia in Africa, 110). Me ha alegrado mucho constatar que
en vuestra Carta pastoral de Adviento de 1997 tratasteis de estas mismas cuestiones.
Como bien sabéis, corresponde de manera especial a la Iglesia hablar en nombre de
los que no tienen voz, siendo así levadura de paz y solidaridad, sobre todo donde
son más frágiles y están más amenazados. A este propósito, son muy importantes vuestros
continuos esfuerzos por eliminar las tensiones étnicas, pues las rivalidades basadas
en motivos raciales o étnicos no tienen cabida en la Iglesia de Cristo, y son particularmente
escandalosas cuando interfieren en la vida parroquial o impiden el espíritu de fraternidad
y solidaridad entre los sacerdotes.
3. En todo esto, debéis invitar a la conversión
de forma delicada, pero insistente. La conversión es el resultado de la proclamación
eficaz del Evangelio que, por la acción del Espíritu Santo en el corazón de quienes
lo escuchan, lleva a la aceptación de la palabra salvífica de Dios. La primera predicación
de la buena nueva de salvación en Jesucristo encuentra su complemento necesario en
la catequesis. La fe llega a la madurez cuando los discípulos de Cristo son educados
y formados en un conocimiento profundo y sistemático de su persona y de su mensaje
(cf. Catechesi tradendae, 19). Por esta razón, la formación permanente de los laicos
debe seguir siendo una prioridad en vuestra misión de predicadores y maestros. Esta
formación espiritual y doctrinal debe encaminarse a ayudar a los laicos a desempeñar
su función profética en una sociedad que no siempre reconoce o acepta la verdad y
los valores del Evangelio. Para que puedan participar en la realización de la nueva
evangelización, deben ser capaces de ver y juzgar todas las cosas a la luz de Cristo
(cf. Christifideles laici, 34).
Además, confirmados en la verdad revelada,
los fieles podrán responder a las objeciones planteadas por los seguidores de las
sectas y los nuevos movimientos religiosos. La catequesis es especialmente importante
para los jóvenes. Una fe bien formada es un faro que iluminará su camino futuro y
una fuente de fuerza para afrontar los desafíos y las incertidumbres de la vida. La
firme y humilde obediencia a la palabra de Cristo, proclamada auténticamente por la
Iglesia, también constituye la base de vuestra relación con las demás Iglesias y comunidades
eclesiales, y del diálogo que tratáis de entablar con los seguidores del islam y de
la religión tradicional africana. Gracias a vuestro estudio continuo de todo lo que
hay de bueno, verdadero y noble en las culturas de vuestro pueblo, comprenderéis con
mayor claridad cómo la evangelización puede arraigar cada vez más profundamente en
él.
4. Aquí afrontamos la importante cuestión de la inculturación. Los intentos
prácticos de promover la inculturación de la fe exigen una teología unida indisolublemente
al misterio de la Encarnación y a una auténtica antropología cristiana (cf. Pastores
dabo vobis, 55). Un discernimiento verdaderamente crítico y genuinamente evangélico
de las realidades culturales sólo puede realizarse a la luz de la muerte y resurrección
salvíficas de Jesucristo.
Una correcta inculturación no puede prescindir de
la inequívoca convicción de la Iglesia de que la cultura, por ser creación humana,
está marcada inevitablemente por el pecado y necesita ser sanada, ennoblecida y perfeccionada
por el Evangelio (cf. Lumen gentium, 17). Cuando las personas encuentran inspiración
y orientación en el contacto con la palabra salvífica de Dios, se sienten naturalmente
movidos a promover una profunda transformación de la sociedad en que viven. El mensaje
del Evangelio penetra en la vida misma de las culturas y llega a encarnarse en ellas,
precisamente «superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y con la
vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación, que proviene de
Cristo» (Pastores dabo vobis, 55). Los desafíos que plantea la inculturación son especialmente
evidentes en las áreas del matrimonio y la vida familiar: alabo y apoyo los esfuerzos
que hacéis por impulsar a los esposos cristianos a vivir la verdad y la belleza de
su unión matrimonial de acuerdo con las exigencias de su nueva vida en Cristo.
5.
El crecimiento de la Iglesia en Ghana y las numerosas vocaciones al sacerdocio y a
la vida religiosa son una notable prueba del poder de Dios que obra en medio de vosotros,
un poder que produce una admirable abundancia de frutos. Queridos hermanos, a vosotros
incumbe la tarea de velar para que estos abundantes frutos sigan madurando y multiplicándose
e influyan realmente en la vida de todas las personas encomendadas a vuestro cuidado
pastoral. Con respecto a vuestros más estrechos colaboradores en el ministerio pastoral,
os exhorto a velar siempre por vuestros sacerdotes con un amor especial y a considerarlos
como colaboradores valiosos y amigos (cf. Christus Dominus, 16). Por la ordenación,
participan en la consagración y misión de Jesucristo (cf. Pastores dabo vobis, 16).
El Espíritu Santo plasma su corazón de acuerdo con el modelo del corazón de Cristo,
el buen Pastor, y su formación debe disponerlos a renunciar a toda ambición terrena,
para llevar a los pobres, a los débiles y a los indefensos la verdad, el consuelo
y el apoyo del Evangelio, con la compasión de Cristo mismo. El sacerdote no es un
mero guardián de una institución; tampoco es un hombre de negocios o un empresario.
Más bien es un evangelizador y médico de almas; sus talentos, su educación y sus realizaciones
han de estar ordenados directamente a un solo fin: el incomparable privilegio de actuar
en la persona de Cristo. Con vuestra amistad y apoyo fraterno, así como con el de
sus hermanos sacerdotes, será más fácil para vuestros sacerdotes dedicarse completamente,
con castidad y sencillez, a su ministerio de servicio, en el que encontrarán alegría
y paz inmensas.
Por supuesto, las actitudes y disposiciones de un verdadero
pastor deben alimentarse en el corazón de los candidatos al sacerdocio mucho antes
de su ordenación. Éste es el objetivo de la formación humana, espiritual, intelectual
y pastoral que se proporciona en el seminario. La solicitud que mostráis por vuestros
seminarios no puede por menos de redundar en bien de vuestras comunidades locales
y contribuir a la difusión del reino de Dios. Las directrices contenidas en mi exhortación
apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, junto con las sugerencias incluidas en
el reciente documento publicado por la Congregación para la evangelización de los
pueblos después de la visita apostólica a los seminarios mayores de Ghana, serán medios
de valor inestimable para certificar la idoneidad de los candidatos y mejorar su formación.
También os exhorto a dotar vuestros seminarios de sacerdotes ejemplares, aunque esto
signifique sacrificios en otras áreas, pues en la tarea de formar candidatos al sacerdocio
nada es más elocuente que el ejemplo de una vida sacerdotal santa y comprometida.
Al mismo tiempo, es preciso adoptar algunas medidas para asegurar que una adecuada
formación sacerdotal prosiga después de la ordenación, especialmente durante los primeros
años del ministerio sacerdotal.
6. En la vida de la Iglesia en Ghana, como
en todo el mundo, los institutos religiosos y misioneros han desempeñado un papel
decisivo en la difusión de la fe y en la formación de nuevas Iglesias particulares
(cf. Redemptoris missio, 69-70). El obispo, respetando la legítima autonomía interna
establecida para las comunidades religiosas, ha de ayudarles a cumplir, en el ámbito
de la Iglesia particular, su deber de dar testimonio de la realidad del amor de Dios
a su pueblo. Como pastores de la grey de Cristo, debéis exhortar a los superiores
a discernir cuidadosamente la idoneidad de los candidatos a la vida religiosa, y ayudarles
a proporcionarles una sólida formación espiritual e intelectual, tanto antes como
después de su profesión. Cuanto más fiel y fervorosamente los religiosos de vuestras
diócesis vivan su entrega a Cristo en castidad, pobreza y obediencia, tanto más claramente
los hombres y mujeres de Ghana comprenderán que «el reino de Dios está cerca» (Mc
1, 15).
7. En el cumplimiento de vuestros numerosos deberes, tanto vosotros
como vuestros sacerdotes debéis estar siempre atentos a las necesidades humanas y
espirituales de vuestro pueblo. Nunca se han de gastar a expensas del pueblo tiempo
y recursos en las estructuras diocesanas o parroquiales, o en la realización de proyectos;
y esas estructuras o proyectos tampoco deben impedir un contacto personal con aquellos
a quienes Dios nos ha llamado a servir. De igual modo, los encuentros entre los obispos
y los sacerdotes no deben limitarse a discutir aspectos administrativos; también han
de ser ocasión para hablar de las alegrías y dificultades personales, espirituales
y pastorales del ministerio sacerdotal. En cuanto a los asuntos económicos, se requiere
gran equidad y solidaridad, y hay que esforzarse por compartir las contribuciones
recibidas. A la vez, hay que emprender iniciativas para ayudar a las comunidades locales
a alcanzar una mayor autosuficiencia económica, de modo que la Iglesia en Ghana dependa
menos de las ayudas externas. La misión pastoral de la Iglesia y el deber de sus ministros
de no «ser servidos, sino servir» (cf. Mt 20, 28), debe considerarse la preocupación
principal en todos los campos.
Queridos hermanos en el episcopado, las palabras
que os he dirigido hoy quieren animaros en el Señor. Soy plenamente consciente de
las dificultades diarias de vuestro ministerio y de la generosa entrega con que desempeñáis
vuestro servicio. Os encomiendo a vosotros y vuestras diócesis al cuidado amoroso
de María, Reina de los Apóstoles. Pido a Dios que vuestros esfuerzos para guiar a
la Iglesia en Ghana hacia la celebración gozosa y fecunda del ya próximo jubileo,
un «año de gracia del Señor» (Tertio millennio adveniente, 11), se vean coronados
por un gran éxito. Que con este importante acontecimiento, vosotros y vuestro pueblo,
experimentéis las gracias ilimitadas del «nuevo adviento» que el Espíritu está preparando
para toda la Iglesia de Dios (cf. ib., 23). Con esta esperanza, os imparto de buen
grado a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de vuestras comunidades
locales, mi bendición apostólica.