DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MALÍ
EN VISITA "AD LIMINA"
Viernes 18 de mayo de 2007
Queridos hermanos en el episcopado:
Os
acojo con alegría, pastores de la Iglesia en Malí, mientras realizáis vuestra visita
ad limina Apostolorum. Para vosotros y para la vida de vuestras comunidades diocesanas
es un momento importante, que manifiesta la comunión de vuestras Iglesias locales
con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal, y os ayudará a perseverar en el
dinamismo misionero. Vuestras Iglesias locales tienen un lugar en el corazón y en
la oración del Papa. Agradezco a monseñor Jean-Gabriel Diarra, presidente de vuestra
Conferencia episcopal, las amables palabras que ha pronunciado en vuestro nombre y
su presentación de las realidades de la Iglesia en vuestro país.
Feliz de
constatar la estima de que goza la comunidad católica maliense ante las autoridades
y la población, quisiera saludar afectuosamente a los sacerdotes, a los religiosos,
a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.
Los aliento a vivir con generosidad el Evangelio de Cristo, que han recibido de sus
padres en la fe. Mi saludo se dirige también a todos los habitantes de Malí, pidiendo
a Dios que bendiga a cada familia y conceda que todos vivan en paz y fraternidad.
Queridos hermanos en el episcopado, al buscar vuestra unidad interior y la
fuente de vuestras energías en la caridad pastoral, alma de vuestro apostolado, así
como en el afecto que manifestáis a la grey que se os ha encomendado, vuestro ministerio
tendrá su pleno desarrollo y una eficacia renovada. Sed pastores celosos, guiando
al pueblo de Dios como hombres de fe, con confianza y valentía, sabiendo estar cerca
de todos, para suscitar la esperanza, incluso en las situaciones más difíciles. En
efecto, "a imagen de Jesucristo y siguiendo sus huellas, el obispo sale también a
anunciarlo al mundo como Salvador del hombre, de todo hombre. Como misionero del Evangelio,
actúa en nombre de la Iglesia, experta en humanidad y cercana a los hombres de nuestro
tiempo" (Pastores gregis, 66).
Guiados por una caridad sincera y por una solicitud
particular, sois para cada uno de vuestros sacerdotes un padre, un hermano y un amigo.
Ellos cooperan generosamente en vuestra misión apostólica, viviendo a menudo en situaciones
humanas y espirituales difíciles. Hoy, que el clero diocesano está llamado a desempeñar
un papel más activo en la evangelización, en colaboración fraterna y confiada con
los misioneros, cuya obra valiente alabo, es necesario que los sacerdotes vivan su
identidad sacerdotal entregándose totalmente al Señor mediante el servicio desinteresado
a sus hermanos, sin desanimarse ante las dificultades que tienen que afrontar.
En
una comunión cada vez más íntima con Aquel que los ha llamado, encontrarán la unidad
de su vida así como la fuerza para su ministerio al servicio de los hombres y las
mujeres que se les han encomendado, a pesar de la dispersión de las ocupaciones diarias.
La vida de oración y la vida sacramental son para los sacerdotes una auténtica prioridad
pastoral, que les ayudará a responder con determinación a la llamada a la santidad
recibida del Señor y a la misión de guiar a los fieles por ese mismo camino. Como
escribí en la encíclica Deus caritas est, no deben olvidar jamás que "quien reza no
desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca
impulsar sólo a la acción" (n. 36).
Para que los sacerdotes puedan trabajar
eficazmente en la evangelización y contribuir al crecimiento espiritual de la comunidad
cristiana, debe cuidarse con gran esmero su formación. No ha de limitarse a la transmisión
de nociones abstractas. Debe preparar a los candidatos para el ministerio sacerdotal,
por eso ha de estar efectivamente unida a las realidades de la misión y de la vida
presbiteral. La formación humana es la base de la formación sacerdotal. Una atención
particular a su madurez afectiva les permitirá dar una respuesta libre a la vida en
el celibato y en la castidad, don valioso de Dios, y a tener una sólida conciencia
a lo largo de toda su existencia.
Ahora que la Iglesia que está en vuestro
continente se prepara para celebrar la II Asamblea especial para África del Sínodo
de los obispos, el compromiso de los fieles al servicio de la reconciliación, de la
justicia y de la paz es un imperativo urgente. Por tanto, los laicos deben tomar nueva
conciencia de su misión particular en el seno de la única misión de la Iglesia y de
las exigencias espirituales que implica para su existencia. Si se comprometen resueltamente
en la edificación de una sociedad justa, solidaria y fraterna, serán también mensajeros
auténticos de la buena nueva de Jesús y contribuirán a la venida del reino de Dios,
santificando el mundo e infundiéndole el espíritu del Evangelio.
Para que
esta participación en la transformación de la sociedad sea eficaz, es indispensable
formar laicos competentes para servir al bien común. Esta formación, en la que el
conocimiento de la doctrina social de la Iglesia es un elemento esencial, debe tener
en cuenta su compromiso en la vida civil, para que sean capaces de afrontar las tareas
diarias en los campos político, económico, social y cultural, mostrando que la honradez
en la vida pública abre el camino a la confianza por parte de todos y a una sana gestión
de los asuntos.
Mediante la acción de las comunidades religiosas y de laicos
comprometidos, la Iglesia aporta también una contribución apreciable a la vida de
la sociedad, particularmente mediante su obra educativa en favor de las generaciones
jóvenes, mediante su atención a las personas que sufren y, de manera general, mediante
sus obras caritativas. Sin embargo, estas obras deben ser efectivamente expresión
de la presencia amorosa de Dios en medio de las personas necesitadas.
Como
señalé en mi encíclica Deus caritas est, la actividad caritativa de la Iglesia tiene
un perfil específico; por eso, es importante que "mantenga todo su esplendor y no
se diluya en una organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en
una de sus variantes" (n. 31). El apoyo efectivo de los responsables de la nación
a estas obras educativas, sociales y sanitarias, que están al servicio de toda la
población, sin excepción, no puede menos de ser una ayuda valiosa para el desarrollo
de la sociedad misma.
Queridos hermanos en el episcopado, vuestras relaciones
quinquenales muestran que la pastoral del matrimonio es una preocupación notable en
la vida de vuestras diócesis. En efecto, ahora que el número de matrimonios cristianos
sigue siendo relativamente escaso, la Iglesia tiene el deber de ayudar a los bautizados,
especialmente a los jóvenes, a comprender la belleza y la dignidad de este sacramento
en la existencia cristiana.
Para responder al temor expresado a menudo ante
el carácter definitivo del matrimonio, una sólida preparación, con la colaboración
de laicos y expertos, permitirá también a las parejas cristianas permanecer fieles
a las promesas del matrimonio. Tomarán conciencia de que la fidelidad de los esposos
y la indisolubilidad de su alianza, cuyo modelo es la fidelidad manifestada por Dios
en la alianza indestructible que él mismo estableció con el hombre, son una fuente
de felicidad para quienes se unen. Y esta felicidad será también la de sus hijos,
reflejos del amor que se tienen sus padres.
Una educación humana y cristiana
impartida desde la infancia y fundada en el ejemplo de los padres permitirá a los
hijos acoger los gérmenes de la fe y después hacer que se desarrollen en ellos. Con
este espíritu, doy gracias por los jóvenes que aceptan escuchar la llamada de Dios
a servirlo en el sacerdocio y en la vida consagrada.
Por último, quiero expresar
mi satisfacción de saber que los fieles católicos de Malí mantienen relaciones cordiales
con sus compatriotas musulmanes. Es fundamental que se preste una justa atención a
su profundización, para favorecer la amistad y una colaboración fructuosa entre cristianos
y musulmanes. Por ello es legítimo que la identidad propia de cada comunidad pueda
expresarse visiblemente, en el respeto mutuo, reconociendo la diversidad religiosa
de la comunidad nacional y favoreciendo una coexistencia pacífica, en todos los niveles
de la sociedad. Entonces será posible que todos caminen juntos, con un compromiso
común en favor de la justicia, la concordia y la paz.
Para terminar, queridos
hermanos en el episcopado, os expreso mi aliento afectuoso en vuestra misión al servicio
del Evangelio de Cristo. La esperanza cristiana que debe animaros es un apoyo para
la fe y un estímulo para la caridad. Que Nuestra Señora de Malí proteja a todas las
familias de vuestra nación. A cada uno de vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos,
a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos los laicos de vuestras
diócesis, imparto de todo corazón una afectuosa bendición apostólica.