DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II A LOS OBISPOS DE GAMBIA, LIBERIA Y SIERRA LEONA
EN VISITA "AD LIMINA"
Sábado 15 de febrero de 2003
Queridos hermanos en el episcopado:
1.
Con gran alegría y afecto en nuestro Señor Jesucristo os doy la bienvenida a vosotros,
obispos de Gambia, Liberia y Sierra Leona, con ocasión de vuestra visita ad limina.
A través de vosotros transmito mi afectuoso saludo al clero, a los religiosos y a
los laicos de vuestros países. Habéis venido a las tumbas de los apóstoles san
Pedro y san Pablo para dar testimonio de vuestra fe, y traéis también la devoción
de vuestros pueblos a la Iglesia una, santa, católica y apostólica, fundada por Cristo
y extendida hasta los confines de la tierra. En efecto, los fieles de vuestras comunidades,
con frecuencia, a pesar de grandes adversidades y pruebas, no han dejado de mostrar
el celo de un pueblo que ha llegado a ser verdaderamente "linaje elegido, sacerdocio
real, nación santa, pueblo adquirido" (1 P 2, 9).
2. Los miembros de la Iglesia
católica constituyen una parte muy pequeña de la población de vuestros países, y a
veces el clima social, político e incluso religioso hace difíciles la evangelización
y el diálogo interreligioso. Pero el Señor mismo pronunció palabras de aliento a este
respecto: "No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros
a vosotros el reino" (Lc 12, 32). Vuestras comunidades, recibiendo consuelo y fortaleza
de la promesa del Señor, proclaman eficazmente la fuerza del Evangelio de transformar
el corazón y la vida de los hombres. Contribuyen a mejorar la sociedad a través de
una presencia católica fuerte y constructiva en los campos de la educación, la salud
pública y la asistencia a los pobres. En efecto, tanto el pueblo como el Gobierno
elogian los programas de asistencia social de la Iglesia en vuestros países. Mediante
vuestros esfuerzos continuos en estas áreas dais una muestra elocuente de la vocación
misionera, que "pertenece a la naturaleza íntima de la vida cristiana" (Redemptoris
missio, 1).
A lo largo de la historia, las minorías cristianas se han encontrado
en una posición única para difundir el mensaje de Cristo a sus hermanos y hermanas
que aún no lo conocen. La obediencia a la palabra de Dios, tal como la proclama auténticamente
la Iglesia, debe constituir la base de vuestra relación con las demás comunidades
cristianas. Sois conscientes de que esta misma palabra de Dios puede actuar también
como punto de partida fundamental para un diálogo esencial con los seguidores de las
religiones tradicionales africanas y del islam. Vuestra tarea consiste en seguir fomentando
una actitud de respeto mutuo que evite la indiferencia religiosa y el fundamentalismo
militante. Debéis permanecer vigilantes para asegurar que la verdad no se silencie
jamás. Esta forma de liderazgo social requiere esfuerzos para proteger una libertad
religiosa fundamental, que nunca debe explotarse con fines políticos. A nadie se le
debería castigar o criticar por decir la verdad.
3. Subrayo la necesidad de
un compromiso renovado en favor de la formación de los jóvenes y de los laicos. La
seducción de las cosas materiales, y la peligrosa atracción de cultos y sociedades
secretas, que prometen riqueza y poder, pueden ejercer gran atractivo, especialmente
entre los jóvenes. Estas preocupantes tendencias sólo pueden modificarse ayudando
a los jóvenes a darse cuenta de que son verdaderamente "una nueva generación de constructores",
llamada a trabajar en favor de una "civilización del amor" marcada por la libertad
y la paz (cf. Homilía durante la vigilia de oración de la XVII Jornada mundial de
la juventud, en el parque Downside de Toronto, Canadá, 27 de julio de 2002, n. 4:
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de agosto de 2002, p. 6). Debéis
ayudar a los jóvenes a rechazar "la tentación de usar fáciles vías ilegales hacia
falsos espejismos de éxito o riqueza". En efecto, sólo con la justicia, a menudo
lograda mediante sacrificios, se puede alcanzar la auténtica paz (cf. Mensaje para
la Jornada mundial de la paz de 1998, n. 7).
Con vosotros, doy gracias al Padre
celestial por el don de tantos hombres y mujeres comprometidos en la labor de catequesis
y en la formación fundamental de los laicos, tanto jóvenes como adultos. Son verdaderamente
la sal de la tierra y una luz que guía a los demás. Estos "evangelizadores insustituibles"
han sido y seguirán siendo la columna dorsal de vuestras comunidades cristianas, difundiendo
la buena nueva en circunstancias difíciles e incluso peligrosas. Como obispos, debéis
sostener a vuestros catequistas en sus esfuerzos por mejorar su capacidad de asistiros
en la labor de evangelización. En consecuencia, se requiere una formación adecuada,
tanto espiritual como intelectual, así como un apoyo moral y material, si se pretende
que estos comprometidos servidores de la Palabra sean eficaces (cf. Ecclesia in Africa,
91).
4. Un elemento fundamental de la cultura y la civilización africanas ha
sido siempre la familia. "La unión fiel y fecunda del hombre y de la mujer, bendecida
por la gracia de Cristo, constituye un auténtico evangelio de vida y de esperanza
para la humanidad" (Ángelus, 26 de enero de 2003, n. 1: L'Osservatore Romano, edición
en lengua española, 31 de enero de 2003, p. 1). Desgraciadamente, sobre este evangelio
de la vida, fuente de esperanza y de estabilidad, se ciernen en vuestros países las
amenazas de la poligamia, el divorcio, el aborto, la prostitución, el tráfico de seres
humanos y una mentalidad anticonceptiva. Estos mismos factores contribuyen a una actividad
sexual irresponsable e inmoral, que conduce a la propagación del sida, pandemia que
no se puede ignorar. Esta enfermedad no sólo destruye innumerables vidas, sino que
también amenaza la estabilidad social y económica del continente africano.
Aunque
la Iglesia en África hace todo lo que puede por defender la santidad de la familia
y su lugar preeminente en la sociedad africana, está llamada sobre todo a proclamar
con fuerza y claridad el mensaje liberador del auténtico amor cristiano. Todo programa
educativo, sea cristiano o secular, debe poner de relieve que el verdadero amor es
un amor casto, y que la castidad nos da una esperanza fundada de superar las fuerzas
que amenazan la institución familiar y, al mismo tiempo, de liberar a la humanidad
de la devastación causada por azotes como el del VIH y el sida. "La alegría, la felicidad
y la paz que proporcionan el matrimonio cristiano y la fidelidad, así como la seguridad
que da la castidad, deben ser siempre presentados a los fieles, sobre todo a los jóvenes"
(Ecclesia in Africa, 116). Esta labor no sólo incluye la animación y la educación
de los jóvenes, sino que también requiere que la Iglesia impulse los esfuerzos para
promover programas que favorezcan el auténtico respeto de la dignidad y de los derechos
de la mujer.
5. Aunque vuestros países siguen afrontando desafíos humanitarios,
me uno a vosotros para dar gracias a Dios por los grandes progresos logrados con el
fin de restablecer la paz en Liberia y en Sierra Leona. Pero, al mismo tiempo, me
preocupan los recientes sucesos en las inmediaciones, que podrían amenazar los esfuerzos
constantes por restablecer la estabilidad. El camino hacia la paz es siempre arduo.
Sin embargo, estoy seguro de que el compromiso y la buena voluntad de los implicados
en el proceso pueden ayudar a construir una vez más una cultura del respeto y de la
dignidad. La Iglesia, que ha sufrido mucho por esos conflictos, debe mantener su firme
actitud para proteger a los que no tienen voz. Os invito, queridos hermanos en el
episcopado, a trabajar incansablemente por la reconciliación y a dar un auténtico
testimonio de unidad con gestos de solidaridad y apoyo a las víctimas de décadas de
violencia.
En esta misma línea, no podemos menos de observar con preocupación
la trágica situación de millones de refugiados y desplazados. Algunos son víctimas
de desastres nacionales, como la grave sequía en Gambia, mientras que otros han sido
marginados por las luchas de poder o por un inadecuado desarrollo social y económico.
De modo especial, os felicito a vosotros y a vuestras Iglesias locales porque, a pesar
de vuestros recursos tan limitados, ayudáis a las personas que se han visto obligadas
a huir de sus propios países y a dirigirse a tierras extranjeras. Debemos recordar
siempre que también nuestro Señor y su familia fueron refugiados. Os exhorto a vosotros
y a vuestro pueblo a seguir amando y asistiendo a esos hermanos y hermanas precisamente
como lo haríais con la Sagrada Familia, recordando siempre que su condición no los
hace menos importantes a los ojos de Dios.
6. Otra prioridad de vuestro ministerio
es la atención pastoral a la vida espiritual de los hombres y las mujeres consagrados
en vuestras diócesis. Esto es verdad especialmente con respecto a las fundaciones
más recientes, que necesitan vuestra guía para comprometerse cada vez más en sus apostolados
y en la búsqueda de la santidad. Muchos religiosos en vuestros países han seguido
a la letra la invitación a "dejarlo todo y, por consiguiente, a arriesgarlo todo por
Cristo" (Vita consecrata, 40), compartiendo plenamente el destino de vuestro pueblo
durante la guerra y la violencia que ha devastado la región. Algunos fueron asesinados,
otros han sido hechos prisioneros o se han convertido en refugiados. Esta presencia
constante entre sus hermanos y hermanas que afrontan el mismo destino da testimonio
de un Dios que no abandona a su pueblo.
7. Es edificante constatar que incluso
en medio del desorden y de la guerra muchos hombres y mujeres han seguido respondiendo
a la llamada de Dios con generosidad. La ya ardua tarea de una formación adecuada
se hace más difícil cuando no se cumplen los requisitos fundamentales para esa labor.
Os felicito por vuestros esfuerzos por establecer programas de formación sólida. Los
obispos, como principales responsables de la vida de la Iglesia, deben asegurar que
todos los candidatos al sacerdocio sean cuidadosamente seleccionados y formados de
un modo que los prepare para entregarse totalmente a su misión en la Iglesia. Todos
los consagrados de este modo especial a Cristo, Cabeza de la Iglesia, deben tratar
de vivir la auténtica pobreza evangélica. En un mundo lleno de tentaciones, los sacerdotes
están llamados a desprenderse de las cosas materiales y a consagrarse al servicio
de los demás a través del don total de sí en el celibato. Se debe afrontar, investigar
y corregir siempre el comportamiento escandaloso.
Dada la grave carencia de
sacerdotes en vuestras diócesis, podríais sentiros obligados a encomendar a sacerdotes
recién ordenados puestos donde deben asumir inmediatamente graves responsabilidades
pastorales. Aunque algunas veces esto sea inevitable, se debe poner siempre mucho
cuidado en dar también a los sacerdotes jóvenes el tiempo necesario para alimentar
y desarrollar su vida espiritual. Todos los sacerdotes deben tener a su disposición
estructuras de apoyo sacerdotal. Estas estructuras incluyen la formación espiritual
e intelectual permanente, retiros y días de recogimiento, que congregan en fraternidad
a los sacerdotes en la palabra y en los sacramentos.
"Los presbíteros, por
la sagrada ordenación y misión que reciben de los obispos, son promovidos para servir
a Cristo maestro, sacerdote y rey" (Presbyterorum ordinis, 1). Vuestros presbíteros
son vuestros colaboradores más íntimos, pues su ministerio es un reflejo del amor
de Cristo, el buen Pastor, a su grey. Comprometidos en todo momento en las actividades
pastorales, necesitan vuestra guía para mantener un correcto equilibrio entre sus
tareas y su vida espiritual. La vida sacerdotal debe centrarse en la renovación constante
de la gracia recibida con las órdenes sagradas. Vuestro ejemplo y vuestro liderazgo
pueden hacer mucho para estimular el crecimiento de esta gracia, especialmente a través
de la consulta y colaboración en materias de administración y actividad pastoral.
En efecto, esto es esencial para un ministerio verdaderamente eficaz.
8. Queridos
hermanos, deseo que sepáis que oro constantemente por vosotros y por vuestro pueblo.
Al celebrar un año especial dedicado al Rosario, espero sinceramente que ayudéis a
vuestra grey a redescubrir esta rica pero sencilla oración. Es una oración por la
paz, una oración por la familia, una oración por los hijos y una oración por la esperanza
(cf. Rosarium Virginis Mariae, 40-43). María, Reina del Rosario, os asista para guiar
hacia la salvación al pueblo de Dios en Gambia, Liberia y Sierra Leona. A cada uno
de vosotros, y a todos los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de vuestras diócesis
imparto de corazón mi bendición apostólica.