DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MOZAMBIQUE EN VISITA
"AD LIMINA"
Sábado 26 de mayo de 2007
Señor cardenal; amados hermanos en el episcopado:
Siguiendo una antigua tradición, habéis venido a Roma, acompañados espiritualmente
por vuestro pueblo cristiano, para venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y
san Pablo. Hoy, con vuestra presencia aquí, queréis testimoniar de modo colegial la
unidad de fe y la conformidad de propósitos existentes entre vuestras Iglesias particulares
y la Iglesia que está en Roma y "preside la caridad" (san Ignacio de Antioquía, Carta
a los Romanos), así como la unidad entre vosotros y el Sucesor de Pedro, compartiendo
su solicitud por todas las Iglesias (cf. 2 Co 11, 28).
Sé que siempre realizáis
vuestro ministerio en unión con el Papa, como muchas veces me lo habéis hecho saber
y ahora mismo acabáis de repetírmelo a través de las amables palabras de monseñor
Tomé Makhweliha, arzobispo de Nampula y presidente de la Conferencia episcopal, que
se ha hecho intérprete de los sentimientos y preocupaciones que tenéis en este momento
de vuestra visita ad limina. Por tanto, os abrazo y acojo con gran alegría y estima
en esta casa, aprovechando la ocasión para enviar, con vosotros y a través de vosotros,
un cordial saludo a todo el pueblo de Dios que está en Mozambique: a los sacerdotes,
a los religiosos y las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a los
animadores, a las familias cristianas y a todos los fieles laicos, porque todos están
llamados, en la diversidad de sus carismas, a testimoniar a Jesucristo, el Señor.
Amados pastores, a quienes de entre vosotros recibieron hace mucho tiempo
la plenitud del sacerdocio, les expreso mis mejores deseos de que prosigan incansablemente
el cuidado pastoral de cuantos les han sido encomendados; a los que han sido consagrados
obispos más recientemente les manifiesto mi vivo afecto y mi esperanza ante Dios de
que sus jóvenes energías den nuevo impulso a la obra de evangelización y formación
cristiana que ya estáis realizando. Asimismo, os aseguro a cada uno mis oraciones
para que el Espíritu del Señor, mediante vuestro ejemplo y vuestro ministerio, realice
un nuevo Pentecostés y "renueve la faz de la tierra" en vuestra querida nación.
Sí,
pido al Espíritu Santo que acompañe con la abundancia de su luz y de su fuerza el
ejercicio de vuestro ministerio pastoral. Como os dijeron el día de vuestra ordenación
episcopal, sois responsables del anuncio de la palabra de Dios en toda la región que
se os ha encomendado; responsables de la celebración de la liturgia, de la formación
en la oración y de la preparación para los sacramentos, a fin que se administren dignamente
al pueblo cristiano; y responsables también de la unidad orgánica de la diócesis,
de sus instituciones de asistencia, formación y apostolado. Para eso habéis sido revestidos
con la autoridad de pastores; esta, además, toma la forma del Siervo que da su vida
y su tiempo, sus fuerzas y su valentía por sus ovejas, y se refuerza con el ejemplo
que les dais para llevarlas a la santidad de vida, convirtiéndoos en "modelos de la
grey" (1 P 5, 3). Obviamente, este servicio pastoral pasa a través de vuestra
presencia, lo más constante posible, en todas las comunidades esparcidas por la diócesis
y a través de una atención paterna a sus condiciones de vida, humanas y religiosas.
En particular, vuestros sacerdotes necesitan ser visitados o recibidos, escuchados,
orientados y animados. Vosotros, juntamente con ellos, tenéis una tarea enorme que
realizar, naturalmente en comunión con el Espíritu Santo, que actúa en los corazones:
la primera evangelización de más de la mitad de la población de Mozambique.
Sabemos
que los obstáculos son numerosos y complejos, que la acogida y el crecimiento no dependen
de nosotros, sino de la libertad de las personas y de la gracia. Pero, al menos, procurad
que el anuncio misionero siga siendo vuestra principal prioridad, y comunicad a cuantos
tienen la gracia de ser cristianos que deben contribuir a su realización. Un medio
providencial para un renovado impulso misionero son los movimientos eclesiales y las
nuevas comunidades: acogedlos y promovedlos en vuestras diócesis, porque el Espíritu
Santo se sirve de ellos para despertar y profundizar la fe en los corazones y proclamar
la alegría de creer en Jesucristo.
En verdad, es importante profundizar la
fe con todos los medios que tenéis a vuestra disposición: catequesis de jóvenes y
adultos, reuniones, liturgia, con la inculturación necesaria. Sin esta formación profunda,
la fe y la práctica religiosa serían superficiales y frágiles, las costumbres ancestrales
no se podrían impregnar de espíritu cristiano, los corazones serían agitados por cualquier
tipo de doctrina, las sectas atraerían a los fieles, alejándolos de la Iglesia, y
el diálogo respetuoso con las demás religiones se frenaría por las insidias y los
riesgos. Y, sobre todo, los bautizados no podrían resistir a la indiferencia religiosa,
al materialismo y al neopaganismo, fenómenos generalizados hoy en las sociedades de
consumo.
Al contrario, una fe profunda y comprometida renovará el comportamiento
de las personas en su vida socio-profesional y, en consecuencia, el entramado de la
sociedad. Así, los cristianos dan su contribución para combatir las injusticias y
elevar el nivel de vida de las personas y los grupos menos favorecidos, para educar
en la rectitud de costumbres, en la tolerancia, en el perdón y en la reconciliación.
Se trata de una obra ética de gran importancia, que contribuye al bien de la patria;
como pastores, os corresponde inspirarla y sustentarla, conservando siempre vuestra
libertad, que es la de la Iglesia en su misión profética, manteniendo bien nítida
la distinción entre la misión pastoral y la que promueven los programas y los poderes
políticos.
Toda la obra de la que os he hablado depende del número y de la
calidad de los obreros apostólicos que colaboran con vosotros: sacerdotes, religiosos
y religiosas, catequistas y animadores de movimientos y comunidades. Por lo que se
refiere a los sacerdotes, me complace señalar su primer Encuentro de formación permanente,
en julio de 2001, iniciativa que os dio ocasión de estimularlos a una revisión de
vida a propósito de su acción apostólica y a su renovación espiritual. Os animo a
favorecer esta formación permanente con vistas a una actualización teológica y pastoral
del clero, así como a una vida espiritual regular. Se trata de su dinamismo apostólico
al servicio de la evangelización, de su capacidad de afrontar los problemas y de la
santidad de su ministerio.
Igualmente importante y decisivo es preparar bien
a los futuros sacerdotes. Sé que os preocupáis por mejorar la formación teológica
y espiritual en los seminarios; es un tema frecuente de los trabajos de vuestra Conferencia
episcopal y de la Conferencia de superiores religiosos y superioras religiosas, dispuestos
a daros su colaboración. Dada la importancia de lo que está en juego, os exhorto a
dedicar a esta formación a vuestros mejores sacerdotes y a velar para que los directores
espirituales de los seminarios se preparen debidamente.
La grave escasez de
sacerdotes muestra cuán necesario es invertir en la pastoral de las vocaciones sacerdotales
y religiosas, dándole nuevo impulso y coordinación a nivel diocesano y nacional. Eso
pasa a través de una reflexión de todos los miembros de la Iglesia sobre el papel
del sacerdocio, principalmente en las llamadas "pequeñas comunidades cristianas".
Una idéntica toma de conciencia merecería ser profundizada y ampliada a propósito
de la vida consagrada. ¿Cómo es posible que sus candidatos y el pueblo cristiano admiren
los institutos de vida consagrada más por la ayuda que dan al apostolado y a la promoción
humana que por el valor intrínseco y la belleza incomparable de una consagración total
a Dios, en el seguimiento de Cristo, a quien la persona consagrada se une como a su
Esposo divino? Con todo, esta última perspectiva es tan beneficiosa para toda la Iglesia,
que en ella encontraría una llamada muy especial a la santidad mediante la vivencia
de las bienaventuranzas. Aquí tampoco se puede descuidar una formación básica para
los aspirantes a la vida consagrada, según la espiritualidad específica de cada familia
religiosa. No dudo de que los organismos de coordinación de religiosos y religiosas
han de colaborar, con vosotros, para afrontar esta exigencia.
En Mozambique,
como en muchos países africanos, los catequistas desempeñan un papel determinante
tanto en la formación de los catecúmenos como en la animación de muchas comunidades
desprovistas de un sacerdote permanente. Es grande y meritoria su entrega generosa
y desinteresada, pero necesitan una formación esmerada y un apoyo particular para
afrontar su responsabilidad de testigos de la fe ante la evolución cultural de sus
hermanos y hermanas, y para poder guiarlos con el ejemplo de una vida santa.
El
futuro dependerá en gran parte del modo como los jóvenes —que en vuestro país constituyen
la mayoría de la población— puedan adquirir convicciones de fe, vivirlas en un ambiente
que ya no les ofrece las orientaciones éticas y el apoyo de las instituciones como
en el pasado, e integrarse con confianza en las comunidades eclesiales. Es un campo
inmenso, al que se agrega el mundo de los niños, de los adolescentes y sobre todo
de los estudiantes, expuestos a todo tipo de corrientes y cuestiones en ebullición.
Os aliento especialmente en vuestros esfuerzos por obtener para todos los jóvenes
cristianos la posibilidad de recibir una sólida enseñanza religiosa, para una acción
cristiana a su medida.
La evangelización de la vida cristiana y el despertar
de las vocaciones dependen de la formación de familias auténticamente cristianas que
acepten el modelo, las exigencias y la gracia del matrimonio cristiano. Sé que no
faltan dificultades, debido a los límites de ciertas costumbres antiguas y también
a la inestabilidad de los hogares, puestos a dura prueba por una sociedad llamada
moderna, contaminada de sensualismo e individualismo. La crisis sólo se atenuará mediante
una pastoral familiar dinámica y bien fundamentada, que se apoye en asociaciones familiares
coordinadas a nivel diocesano y nacional.
Amados hermanos en el episcopado,
hay otros campos donde se requiere vuestra solicitud pastoral: la asistencia a los
pobres, a los enfermos y a los marginados, la actitud que es preciso adoptar ante
la invasión de las sectas, el desarrollo de los medios de comunicación social, etc.
Pero los puntos señalados representan ya un peso que requiere arduos esfuerzos, si
consideramos las limitadas fuerzas apostólicas de que disponéis, incluso recurriendo
a los sacerdotes y a los religiosos de otros países que espero se muestren generosos.
Estoy seguro de que podréis superar todos estos desafíos gracias a la fe y a la determinación
que os animan, y gracias al Espíritu Santo, que nunca niega su ayuda a cuantos se
la piden y cumplen la voluntad de Dios.
Esta es, ante todo, la unión afectiva
y efectiva en el seno de vuestra Conferencia episcopal. Como bien sabéis, en la última
Cena el Señor Jesús rogó por la unidad de los Apóstoles, para que imitaran su unidad
con el Padre (cf. Jn 17, 21). En el firme vínculo que os une al Sucesor de Pedro,
conservad y aumentad la unidad y la actividad colegial entre vosotros. Reunid vuestras
experiencias, interpretad de manera concorde los signos de los tiempos relativos a
las necesidades de vuestro pueblo, animados siempre por un espíritu de fidelidad a
la Iglesia. Esta unidad entre vosotros, pastores, será el centro y la raíz de la perfecta
comunión eclesial, que abraza a todos en Cristo: obispos, sacerdotes, religiosos
y religiosas, y fieles laicos.
Que sobre todos vele con amor materno la Virgen
María, a la que os encomiendo al impartiros mi bendición apostólica a vosotros, a
vuestros colaboradores y a toda la Iglesia en Mozambique, que Dios ha puesto como
fermento y luz en el seno de vuestra amada nación.