2009-10-16 14:32:47

Relacione presentada por Mons. Louis PORTELLA MBUYU, Obispo de Kinkala (REPÚBLICA DEL CONGO)


S. E. R. Mons. Louis PORTELLA MBUYU, Obispo de Kinkala, Presidente de la Conferencia Episcopal (REPÚBLICA DEL CONGO)

El Círculo ha insistido mucho en la dimensión universal del Sínodo, que implica la participación activa de la Iglesia de todos los continentes en todas las fases de Sínodo, en concreto a través de la presencia de los responsables de los dicasterios de la Curia Romana y de los representantes de la Iglesia de los demás continentes. La movilización ha sido grande también en África: sínodo diocesano, reflexión - respuesta a los cuestionarios, encuentros de teólogos, utilización de los medios de comunicación y la oración.
Además, se ha intentado que la comunión eclesial fuera efectiva a todos los niveles (nacional, regional y continental).
África ha conocido heridas profundas, que han marcado duramente su historia. Se impone, sin embargo, la necesidad de un camino de cura de la memoria. Conviene, pues, comprometerse firmemente en una dinámica de esperanza y de resurrección, como había recomendado el primer Sínodo para África.
El Círculo ha subrayado también la importancia de una espiritualidad que debe integrar la dimensión religiosa o mística con los programas de acción. Es necesario, pues, desarrollar una espiritualidad de la vida.
Nuestras culturas son ricas en elementos positivos, que pueden contribuir a la reconciliación y a la paz, como las discusiones, la fiabana en Madagascar, el parentesco como forma de un sólido vínculo familiar, la mediación, el simbolismo del agua, que las personas beben después haber reconocido y confesado las propias divergencias. Otros elementos son, al contrario, obstáculos (odio, acusas de brujería, sistema de castas, etc.). Una obra de evangelización profunda permitirá, así mismo, superar la contradicción que a veces existe entre el vínculo étnico y el vínculo eclesial.
El problema de la injusticia se refiere a los gobernantes y a las sociedades que explotan nuestros recursos, más que a la Iglesia en su funcionamiento interno.
Las urgencias son, pues, numerosas: formar a los que tienen poder de decidir ahora y en el futuro (una formación espiritual y doctrinal, pero también técnica, que realizarán capellanes formados adecuadamente); ofrecer a las mujeres el puesto que les corresponde; educar a las personas, desde la infancia, en la paz y ayudarlas a cambiar su modo de ver a los demás; lo mismo se ha de decir de la educación sobre un estado de derecho y sobre los demás valores cristianos que se refieren a la sociedad.
La familia, célula fundamental de la sociedad, merece una movilización pastoral importante. La pastoral familiar comprende todas las categorías: los niños y los jóvenes deben recibir una educación esmerada, los esposos deben progresar en el amor conyugal; los padres deben asumir la responsabilidad de ser los primeros educadores. Los valores cristianos del matrimonio y de la familia han de colocarse en el centro de iniciativas adecuadas.
La relación entre nuestra cultura y los Sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación nos orienta hacia una catequesis inculturada de dichos Sacramentos. En este sentido, ¿por qué no pensar en un congreso eucarístico continental, inspirado en una dinámica de búsqueda teológica, de catequesis y de celebración inculturada?
La misión profética de la Iglesia exige un programa de acción pastoral, que pone en el centro el análisis de las causas de los conflictos y de las violencias a la luz de la Palabra de Dios y de la doctrina social de la Iglesia, y exige también interpelar a los responsables.
Los ministros ordenados han de ser, pues, verdaderos testigos de la reconciliación, de la justicia y de la paz, y también maestros, como afirma Pablo VI en la Evangelii nuntiandi.







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