Intervención de Mons. Menghisteab TESFAMARIAM, Eparca de Asmara (ERITREA)
S. E. R. Mons. Menghisteab TESFAMARIAM, M.C.C.J., Eparca de Asmara (ERITREA)
Las
congojas y tribulaciones que afligen a la mayor parte del continente africano, es
decir, los continuos conflictos, las injusticias, las violaciones de los Derechos
Humanos, la falta de libertad religiosa, las persecuciones, la explotación de los
recursos humanos y naturales, los diferentes tipos de enfermedades, la pobreza, el
desempleo, el hambre, los desplazamientos, la “fuga de cerebros” y el tráfico humano,
son suficientemente conocidas y difundidas. Esto, y hablo por experiencia, está causado
por fuerzas internas y externas de ansia de poder y desenfrenada codicia de bienes
materiales.
La familia, como primero y más pequeño núcleo de cualquier sociedad
y de la comunidad cristiana, es la primera e indispensable escuela de reconciliación,
justicia y paz. Porque es en familia donde uno aprende el sentido de pertenencia y
de identidad, y los valores de la solidaridad, el compartir, el respeto por los demás,
la hospitalidad, la unidad, etc...
Es cierto que el mayor número de refugiados
y desplazados procede de África. Es también cierto que muchos africanos están aún
intentando cruzar desiertos y mares para alcanzar las tierras en las que ellos piensan
que recibirán una mejor educación, más dinero, y sobre todo, una mayor libertad. Hay
una gran necesidad de cuidado pastoral para este vulnerable grupo de gente. Nuestro
Sínodo debe urgir a las Iglesias de origen y aquéllas que los acogen a establecer
una más estrecha colaboración.
De todos modos, la emigración en África no ha
empezado recientemente. Hay ahora muchos africanos que se han establecido con éxito
en el mundo desarrollado. Si son motivados por nosotros, estarán preparados para hacer
su contribución para la mejora de la vida en sus países de origen. No debemos excluirlos
de participar en el desarrollo de las potencialidades de África. En estrecha colaboración
con nuestras iglesias hermanas en Europa, América y Australia, tenemos que conducir
sus esfuerzos para sacar adelante a África, tanto humana como espiritualmente.
Si
la familia africana y los africanos en diáspora están ayudando a la Iglesia a ser
“sal de la tierra y luz del mundo”, entonces podemos estar seguros de que una formación
básica y continua muy efectiva se está dando a todos nuestros agentes pastorales.
Especialmente, en este año del sacerdocio, es vital que los miembros de presbiteriado
sean plenamente conscientes de su llamado a ser ministros de reconciliación, abogados
creíbles de justicia y fieles portadores de la paz de Cristo.