Intervención de la Sra. Barbara PANDOLFI, Presidente general del Institudo Secular
de las Missioneras de la Regalità de Cristo (ITALIA), Oyente
Sra. Barbara PANDOLFI, Presidente general del Institudo Secular de las Missioneras
de la Regalità de Cristo (ITALIA)
La presencia de los Institutos Seculares
es una presencia escondida, aceptando la precariedad de la vida cotidiana, conjuntamente
con los otros, sin protección ni privilegios, en la búsqueda de caminos y soluciones
frecuentemente probables, vivida con el deseo de una fraternidad universal. Por
esto, la vocación de los Institutos seculares evidencia la exigencia de la promoción
de un laicado maduro, que pueda contribuir a la construcción de una sociedad civil
basada en los valores humanos del cristianismo. En la búsqueda de la justicia y
de la paz, especialmente de la experiencia de los laicos consagrados, integrados en
los diferentes ámbitos de la vita social, se pueden favorecerse micro procesos de
reconciliación, contribuyendo a la conciencia crítica, identificando a la luz del
Evangelio, los caminos alternativos de la justicia y de la participación. Nuestra
vida y experiencia nos lleva a mirar al mundo y a la historia con juicio y sentido
crítico, pero también con una visión positiva que parte de la certeza que, dondequiera
se puedan encontrar los signos y el germen de la presencia de Dios que exigen ser
conocidos, promovidos y acompañados, se hace necesario el estilo del diálogo e del
testimonio. Si la mujer es un eje central de la sociedad africana, mucha veces
lo es de manera de modo “escondido”, ni oficial ni reconocido, entre dificultades
y prejuicios. Siendo Institutos femeninos la mayoría de los Institutos Seculares
en África, se presenta urgentemente la exigencia de favorecer y promover la valorización
de la mujer, no sólo porque esposa y madre, sino en cuanto persona capaz de responsabilidad
y de autonomía en los diferentes ámbitos de la vida social, y en la urgencia de su
presencia especial y no sólo subordinada en la Iglesia. Si la primera fractura
en el género humano causada por el pecado, ha sido entre un hombre y una mujer, uno
de los signos de la paz y de la reconciliación, quizás, pueda estar justamente dado
por la promoción de una real corresponsabilidad y de un efectivo reconocimiento de
igual dignidad entre hombres y mujeres, más allá de todo dominio y discriminación. Quizás
haya llegado el momento en el que la mujer, con frecuencia y tradicionalmente sujeta
al hombre, pueda ser realmente y en todos los campos de la vida social y eclesial,
frente al hombre y en diálogo con él. En este sentido el Evangelio puede volverse
una fuerza real de cambio.