2009-10-13 12:34:00

Intervención de JACQUES DIOUF (SENEGAL), Director-General de la FAO, Invitado Especial en el Sínodo


Jacques Diouf, Director-General de la FAO: RealAudioMP3

Querría ante todo saludaros con gran respeto y afecto.
Es para mí un gran honor haber sido invitado a intervenir ante esta augusta a Asamblea y siento una gran emoción. Deseo expresar mi profunda gratitud por vuestra invitación, pues reconozco que es un hecho excepcional. Es una distinción especial que me invitéis a participar en vuestras reflexiones sobre algunos de los problemas cruciales del mundo, sobre todo la inseguridad alimenticia, que me habéis pedido que afronte junto con vosotros.
Nuestro diálogo no podía concebirse sin la intermediación de la palabra, que simboliza lo humano, a la vez que es el vector del mensaje universal de paz, de solidaridad y de fraternidad.
Vuestro solemne encuentro está bajo el signo de la trilogía: “Sínodo”, “Obispo”, “Africano”.
Como tengo el gran privilegio de tomar la palabra ante el Santo Padre, debo beber de las fuentes de la sabiduría de los antiguos para evitar aventurarme en el laberinto intelectual de los dos sustantivos “Sínodo” y “Obispo”. Osaría, pues, aventurarme sólo por el camino menos escarpado del sustantivo “Africano”.
África significa, primeramente, valores comunes de civilización basados en una conciencia histórica de pertenencia a un mismo pueblo. Este pueblo, que partió de la zona de los grandes lagos durante la prehistoria para huir de la desertización, fundó durante la protohistoria las civilizaciones sudano nilótica y egipcia. La ocupación extranjera de Egipto en el siglo VI provocó las migraciones hacia el sur y el oeste, desde el valle del Nilo. Desde comienzos del primer siglo hasta las invasiones ultramarinas se sucedieron los grandes imperios y reinos florecientes: Ghana, Nok, Ifé, Malí después Songhai, Haoussa y Kanem Bornou, Zimbabue y Monomotapa, Congo. Estos valores se apoyan en una conciencia geográfica, un territorio que es un triángulo delimitado por el Océano Atlántico, el Océano Índico y el Mar Mediterráneo.
África, martirizada, explotada, expoliada por la esclavitud y la colonización, pero ahora políticamente soberana, no debe replegarse en el rechazo y la negación, aunque tenga el deber de recordar. Debe tener la grandeza del perdón y seguir desarrollando una conciencia cultural basada en una identidad propia que rechaza la asimilación alienante. Debe profundizar en los conceptos operativos de negritud y de africanidad, incluyendo la diáspora, que se basan en el arraigamiento, pero también en la apertura.
Estos valores se reflejan en una expresión artística (pintura, escultura) que acentúa las formas y las dimensiones para transmitir sobre todo un mensaje de amor o manifestar una emoción que sobrepasa las oposiciones dicotómicas. Se expresan también mediante una música y unas danzas más festoneadas de ritmo y de improvisación que de lirismo y de solfeo. Estos valores también han producido un tipo de arquitectura caracterizada por el paralelismo asimétrico en el que dominan puntas, triángulos y cilindros, que contrastan con los ángulos rectos, los cuadrados y los cubos en equilibrio en relación a los ejes centrales, tan característicos de los edificios de otros continentes.
Este terreno cultural es el zócalo duro sobre el cual África debe construir su futuro en armonía con los demás pueblos del planeta Tierra.
Siempre se presenta a África desde el punto de vista de sus dificultades. Pero es una tierra de futuro que en los próximos cuarenta años experimentará un fuerte crecimiento demográfico. En 2050 contará con dos mil millones de habitantes el doble de los que tiene hoy, superando así a la India (1.600 millones de habitantes) y a China (1.400 millones de habitantes) y representará el mayor mercado del mundo.

Con el 80% de los recursos mundiales de platino, el 80% de magnesio, el 57% de los diamantes, el 34% del oro, el 23% de la bauxita, el 18% del uranio, el 9% del petróleo y el 8% del gas, África es ineludible en el desarrollo económico del planeta. No obstante, este potencial minero y energético no será una realidad hasta que no se ponga al servicio de la emancipación económica de sus pueblos, y África se libere del yugo del hambre y de la malnutrición. Para ello, tiene que vivir en paz y unidad. La gestión de la ciudad en los Estados se debe llevar a cabo en democracia, con transparencia, primacía del derecho y aplicación de la ley por parte de una justicia independiente, ante la cual todos los ciudadanos son responsables de sus actos. La economía debe crear riqueza y prosperidad en beneficio del pueblo, especialmente de las personas desheredadas y más vulnerables.
La seguridad alimentaria es indispensable para la reducción de la pobreza, la educación de los niños y la salud de la población, pero también para un crecimiento económico duradero. Condiciona la estabilidad y la seguridad del mundo. Cuando en 2007 y 2008 tuvieron lugar los “motines del hambre” en 22 países de todos los continentes, la estabilidad de los gobiernos se tambaleó. Todos se han podido dar cuenta de que la alimentación también es una cuestión social de primer orden y un factor esencial de seguridad global.
En 1996, la Cumbre mundial de la alimentación, organizada por la FAO, se comprometió solemnemente a reducir a la mitad el hambre y la desnutrición en el mundo. Para ello, había adoptado un programa dirigido a la seguridad alimentaria duradera. Este compromiso fue ratificado por la Cumbre del Milenio del año 2000, por la Cumbre mundial de la alimentación cinco años más tarde, en 2002, y por la Conferencia de alto nivel de la FAO sobre la Seguridad alimentaria mundial que se celebró en junio de 2008.
Por desgracia, los datos más recientes recogidos por la FAO sobre el hambre y la malnutrición en el mundo revelan que la situación actual es aún más inquietante que en 1996. La inseguridad ha aumentado en todas partes en el mundo a lo largo de los últimos tres años a causa de la crisis mundial de 2007 2008 provocada por la subida repentina de los precios de los productos alimenticios y exacerbada por la crisis financiera y económica que afecta al mundo desde hace más de un año. Todas las regiones del planeta se han visto afectadas. Por primera vez en la historia de la humanidad, el número de personas que pasan hambre ha alcanzado los mil millones, es decir, el 15% de la población mundial.
En África, a pesar de los importantes avances que han realizado muchos países, el estado de la inseguridad alimentaria es muy preocupante. El continente cuenta actualmente con 271 millones de personas malnutridas, es decir, el 24% de la población, lo cual representa un aumento del 12% respecto al año anterior. Además, de los treinta países en el mundo en estado de crisis alimenticia que actualmente necesitan una ayuda urgente, veinte se encuentran en África.
Los resultados de la agricultura africana a lo largo de las últimas décadas han sido insuficientes. El crecimiento de la producción agrícola (2,6% por año entre 1970 y 2007) se ha compensado con el de la población (2,7% para el mismo período), por lo que no han aumentado las disponibilidades alimentarias medias por persona. Sin embargo, la agricultura representa el 11% de las exportaciones, el 17% del PIB del continente, y sobre todo el 57% de los empleos. Sigue siendo un sector económico esencial y un factor de equilibrio social sin igual.
A este propósito, la contribución de la mujer africana en la producción y en el comercio agrícola, al igual que su papel en la alimentación de toda la familia, son factores esenciales. De hecho, ninguna iniciativa para hacer frente al problema de la inseguridad alimentaria en África puede tener éxito si no se toma en consideración esta realidad económica y social.
África necesita modernizar sus medios y sus infraestructuras de producción agrícola. El uso de los abonos modernos actualmente es muy insuficiente. Se utilizan sólo 16 kg de abonos por hectárea de tierra cultivable, contra los 194 kg en Asia y los 152 kg en América Latina. Ese porcentaje es todavía menor en el África subsahariana, con sólo 5 kg por hectárea. El uso de las semillas seleccionadas, que llevaron al éxito de la Revolución verde en Asia, es muy reducido en África. Solamente un tercio de las semillas es sometido a un sistema de control de calidad y de certificación.

Las infraestructuras de transporte, los medios de almacenamiento y de envase son terriblemente deficientes en el continente. Los caminos rurales están al nivel de la India de principios de los años 70. Las pérdidas de las cosechas representan del 40 al 60% en el caso de algunos productos agrícolas.
Sólo se irriga el 7% de las tierras cultivables en África, frente al 38% de Asia. Ese porcentaje baja hasta el 4% para en el África subsahariana, donde en el 93% de las tierras, la vida, debería decir la supervivencia de las poblaciones, depende de la lluvia, un factor cada vez más aleatorio a causa del calentamiento global. Sin embargo, el continente no utiliza más que el 4% de sus reservas de agua, frente al 20% de Asia.
Además, el comercio de los productos agrícolas intra africano es relativamente limitado. A pesar de la existencia de 14 grupos económicos regionales, sólo el 14% de las importaciones de los principales productos alimenticios para África provienen de la región. Para los cereales, esta cifra es sólo del 6%. El comercio intra regional de los productos agrícolas en África, como sucede en otras partes con otros productos, debería favorecerse más porque tiene un papel determinante en la seguridad alimentaria del continente.
Los agricultores africanos necesitan mejorar sus condiciones de vida. Tienen que poder vivir dignamente, trabajando con los medios de su época. Necesitan semillas de alto rendimiento, fertilizantes, alimentos para el ganado y otros abonos modernos. No pueden seguir como en la Edad Media, trabajando la tierra con los utensilios tradicionales, en condiciones aleatorias, a merced de los caprichos del tiempo.
Hay que decir y repetir que es imposible vencer el hambre y la pobreza en África sin aumentar la productividad agrícola, ya que la extensión de las superficies comienza a encontrar sus límites a causa del impacto de la deforestación y de las incursiones en los ecosistemas frágiles.
En julio de 2003, los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Africana adoptaron el Programa detallado de desarrollo de la agricultura africana (PDDAA), preparado con el apoyo de la FAO, y completado con los documentos sobre la cría de ganado, los bosques, la pesca y la hidrocultura. Inmediatamente después, 51 países africanos pidieron el apoyo de la FAO para aplicar ese programa en sus Estados. Se prepararon, pues, programas nacionales de inversión a medio plazo y proyectos de inversión por un total de aproximadamente diez mil millones de dólares americanos.
El problema del agua, evidentemente, es esencial, y lo será todavía más a causa de las consecuencias del calentamiento global, que tendrá un impacto especialmente negativo sobre las condiciones de la producción agrícola en África. Según el Grupo intergubernamental de expertos de la ONU sobre la evolución del clima (GIEC), los rendimientos de los cultivos pluviales en África podrían reducirse en un 50% de aquí al año 2020. Por este motivo, la FAO, con la colaboración del Gobierno libio, organizó en Sirte, en diciembre de 2008, una reunión de los Ministros de agricultura, sobre los recursos acuíferos y la energía. Se ha aprobado un conjunto de proyectos por un total de 65.000 millones de dólares americanos para un programa, a corto, medio y largo plazo, de irrigación e hidroenergía, establecido para cada país por los gobiernos africanos con el apoyo de la FAO. Pero nosotros no podemos lograr nuestros objetivos sin recursos financieros suficientes. De hecho, el problema de la inseguridad alimentaria en el mundo actual es en primer lugar una cuestión de movilización en los más altos niveles políticos para que los recursos financieros necesarios estén disponibles. Es una cuestión de prioridades ante las necesidades humanas más fundamentales.

Es conveniente recordar que cada año las ayudas a la agricultura de los países de la OCDE alcanzan los 365 mil millones de dólares americanos y los gastos en armas los 1.340 mil millones de dólares americanos. Al año en el mundo. Por otra parte, deseo subrayar que las financiaciones necesarias para la lucha contra el hambre llegarían a 83 mil millones de dólares americanos al año, que provienen de los mismo países en desarrollo, de las inversiones privadas, principalmente de los mismos agricultores y, finalmente, de la ayuda pública al desarrollo.
Hoy se constata el resultado de las decisiones tomadas basándose en motivaciones materiales en perjuicio de las referencias éticas. De ello resultan unas condiciones injustas de vida y un mundo desigual, en el que un número restringido de personas se hace cada vez más rico, mientras que la gran mayoría de la población es cada vez más pobre.
Ciertamente, en la tierra existen suficientes medios financieros, tecnologías eficaces, recursos naturales y humanos para eliminar definitivamente el hambre del mundo. Existen, a nivel nacional y regional, planes, programas, proyectos y políticas para lograr este objetivo. En algunos países, el dos del cuatro por ciento de la población es capaz de producir lo suficiente para alimentar a toda la población e incluso exportar, mientras que la gran mayoría, el 60 del 80 por ciento de la población, no es capaz de satisfacer una mínima parte de las necesidades alimentarias del país.
El mundo ha gastado el 17% de la ayuda pública al desarrollo en los años 70 para evitar los riesgos de carestía en Asia y en América Latina. Estos recursos eran necesarios para construir los sistemas de riego, las carreteras rurales, los medios de almacenamiento, así como los sistemas de producción de semillas, las fábricas de fertilizantes y de alimentos para el ganado, que han constituido la base de la Revolución verde.
Los recursos para desarrollar la agricultura africana deberán provenir, en primer lugar, de los presupuestos nacionales. En Maputo, en julio de 2003, los Jefes de Estado y de gobierno africanos se comprometieron a aumentar la parte del presupuesto nacional asignado a la agricultura al menos hasta el 10% durante los próximos cinco años. Hasta el presente, solamente 5 países han respetado este compromiso, aunque se han notado ciertos progresos en otros 16 países.
A continuación, de acuerdo con los compromisos de Monterrey de 2002 y de Doha de 2008, la ayuda pública al desarrollo deberá aumentar. La tendencia a la disminución parte de la ayuda pública al desarrollo destinada a la agricultura, que ha descendido del 17% en 1980 al 3,8% en 2006, debe cambiar. Hoy, el nivel está en el 5%, aunque para el 70% de los pobres del mundo
la agricultura sea su medio de subsistencia, pues ofrece alimento, ingresos y empleo. Los mismos objetivos de crecimiento se han de adoptar en las financiaciones de los bancos regionales y sub-regionales, y de las agencias de ayudas bilaterales.
Por último, las inversiones del sector privado y alimentario se han de impulsar mediante cuadros jurídicos estables. La colaboración entre el sector privado y el sector público se ha de reforzar en el marco de un partenariado que evite las trampas que evite las trampas del intercambio desigual. Para ello es necesario, pues, adoptar y aplicar un código internacional de buena conducta sobre las inversiones extranjeras directas en la agricultura.
Por tanto, en este difícil contexto de crisis económica, la FAO ha movilizado, en los dos últimos años, todos los medios técnicos y financieros de que dispone para afrontar la crisis alimentaria.
Además de la asistencia ofrecida en el marco de los programas nacionales y regionales de seguridad alimentaria y de los proyectos de emergencia lanzados para hacer frente a los efectos de los huracanes y otras catástrofes naturales, la FAO lanzó, el 17 de diciembre de 2007, su “Iniciativa de lucha contra el alza de los precios de los productos alimenticios”. El objetivo consistía en facilitar el acceso de los pequeños agricultores a las semillas, a los fertilizantes, a los utensilios agrícolas y a los equipos de pesca. El presupuesto actual de los distintos proyectos que impulsen dicha iniciativa se eleva a 52 millones de dólares americanos en África. Además, en 16 países africanos, la FAO ha aplicado algunos proyectos que corresponden a un presupuesto de 163,4 millones de dólares americanos, gracias al apoyo de la Unión Europea en el marco de su “Facilitación de mil millones de euros”. Estos recursos han sido puestos a disposición de los países en vías de desarrollo, para ayudarles a afrontar la crisis alimentaria. Ahora se trata de extender, profundizar y aumentar dichos programas y proyectos.

Hoy, el flujo de la ola de emigrantes clandestinos que huyen del hambre y de la pobreza trae a las costas del sur de Europa, el triste espectáculo de los sueños destruidos de hombres, mujeres y niños en busca de una vida mejor, y muchos de ellos encuentran un fin trágico, lejos de horizontes y seres queridos.
El optimista por naturaleza que soy yo, cree con fervor que mañana, gracias a las inversiones y a la formación, el reflujo de la marea de hijas e hijos de África hacia las tierras fértiles y el agua abundante del continente, creará las condiciones de un futuro rebosante de trabajo y de prosperidad para aquellos que, durante demasiado tiempo, fueron marginados, y que, en especial las mujeres, tendrá todo lo necesario para poder nutrir al mundo.
Una planta liberada del hambre es el milagro que puede hacer una fe inquebrantable en la omnisciencia de Dios y la fe indefectible en la humanidad. He notado, pues, con gran satisfacción la iniciativa de seguridad alimentaria de la Cumbre del G8 del Aquila del pasado mes de julio, en el que yo participé, y que puso el acento, por vez primera, en el desarrollo agrícola a medio y largo plazo, en favor de los pequeños productores de los países en desarrollo. Se trata, en efecto, de no contar solamente con la ayuda alimentaria a corto plazo, sin duda indispensable en las numerosas crisis que las catástrofes naturales y los diversos conflictos crean, pero que no puede asegurar la alimentación cotidiana de mil millones de personas que sufren hambre en el mundo.
El compromiso asumido en esta ocasión de movilizar 21 mil millones de dólares americanos durante tres años para la seguridad alimentaria es un signo estimulante, siempre que, esta vez, se pueda aplicar concreta y rápidamente.
Yo he solicitado durante numerosos años, sin obtener mucho éxito, inversiones para la pequeña agricultura de los países pobres, para que encuentren una solución duradera al problema de la inseguridad alimentaria. Y estoy especialmente contento de que hoy los dirigentes del G8 se unan a este planteamiento.
Con la fuerza de esta perspectiva de poder movilizar más medios a la altura de lo que está en juego, el Consejo de la FAO ha decidido convocar una cumbre mundial sobre la seguridad alimentaria a nivel de Jefes de Estado y de Gobierno, en la sede de la FAO, en Roma, del 16 al 18 de noviembre de 2009. Conviene, en efecto, lograr un amplio consenso sobre la erradicación definitiva del hambre en el mundo, para permitir a todos los pueblos de la tierra que se beneficien del “derecho de alimentación, pues yo sé que esto es técnicamente posible, y nosotros debemos fijar dicho objetivo para 2025, como ya lo han hecho los dirigentes latinoamericanos para América Latina y el Caribe.
Entre todos las laceraciones que conoce el continente africano, el hambre sigue siendo la más trágica y la más intolerable. Cualquier compromiso por la justicia y la paz en África no se puede separar de una exigencia de progreso en la realización del derecho a la alimentación de todos. Traería a colación el mensaje de Su Santidad el Papa Bendicto XVI en junio de 2008 con ocasión de la conferencia de alto nivel de la FAO sobre la seguridad alimentaria mundial en la que precisamente declaró: “es necesario reafirmar con fuerza que el hambre y la desnutrición son inaceptables en un mundo que, en realidad, dispone de niveles de producción, de recursos y de conocimientos suficientes para acabar con estos dramas y con sus consecuencias”. Dichas palabras corroboran, por si fuera necesario, la similitud de la visión de la Iglesia Católica y de la FAO sobre esta cuestión fundamental. La Iglesia siempre se ha dado la tarea de aliviar la miseria de los más desfavorecidos y el lema de la FAO es “Fiat Panis” “pan para todos”.

Santo Padre, Usted en su última encíclica “Caritas Veritate”, subraya que cualquier decisión económica tiene una consecuencia de carácter moral. Y es justamente a este nivel que debemos elevarnos ya que, como Usted escribe “En efecto, la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona”. Permítanme citar aquí a Léopold Sédar Senghor quien dijo: “hay que encender la lámpara del espíritu para que la madera no se pudra, ni se enmohezca la carne...”
La FAO hace esfuerzos, con los medios que tiene a disposición, y a pesar de las limitaciones o los obstáculos que puede encontrar, para movilizar a todos los actores y a quienes toman decisiones en favor de la lucha contra el hambre y así desarrollar programas que apunten a mejorar la seguridad alimentaria, principalmente en los países más vulnerables.
Lo que nos anima es el rostro de este hombre, de esta mujer, de este niño que nos miran fijamente, con el estómago vacío, esperando su pan cotidiano y cuya tristeza y desesperación acosan nuestros sueños más agitados. Es el principio de la “centralidad de la persona humana” que Usted, Santo Padre ha oportunamente recordado en su encíclica.
La visión de un mundo liberado del hambre es posible siempre y cuando exista una voluntad política al más alto nivel. Muchos países en África, en efecto, han podido reducir el hambre y se trata principalmente de Camerún, Congo, Etiopía, Ghana, Nigeria, Malawi, Mozambique y Uganda.
Las grandes fuerzas espirituales y morales son para nuestra acción un apoyo inestimable. Porque la tarea es de hecho colosal y nuestras capacidades de acción no están siempre a al altura de la voluntad que nos anima. Nunca tendremos suficientes medios para satisfacer el “derecho a la alimentación” de todos.
Quiero también rendir homenaje a la acción de la Iglesia en el terreno, al lado de los más pobres. Los misioneros, los religiosos y varias comunidades hacen frecuentemente un trabajo difícil, a veces ingrato, pero siempre útil al lado de las organizaciones intergubernamentales, de ONGs y de la sociedad civil. Quisiera saludar a los hombres y mujeres que vi actuar en muchos países con discreción y eficacia.
Quisiera sobre todo resaltar la convergencia de las enseñanzas religiosas, principalmente aquellas de la Iglesia Católica y del Islam sobre la necesidad de vigilar por un manejo racional de los recursos, sobre la base de una estrategia de acción respetuosa de las personas y de los bienes de este mundo, lejos del exceso y del desperdicio. Todas estas enseñanzas subrayan el papel fundamental de la responsabilidad social, recomendando la solicitud hacia los más desfavorecidos, la “Doctrina Social de la Iglesia” es, desde este punto de vista, una contribución esencial.
Permítanme terminar esta intervención citándoles el siguiente verso del Corán:” Cuando queremos destruir una ciudad, ordenamos a aquellos que allí viven en la opulencia, que se abandonen a su iniquidad”(Sourate Al-Isra Verso 16)
¡Qué nuestro mundo pueda evitar este naufragio!







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