Intervención del Card. André VINGT-TROIS, Arzobispo de Paris (FRANCIA)
S. Em. R. Card. André VINGT-TROIS, Arzobispo de Paris, Presidente de la Conferencia
Episcopal (FRANCIA)
Las relaciones entre nuestras Iglesias se inscriben
en una historia más que secular. Pero nuestras relaciones han evolucionado mucho desde
la primera evangelización. Nuestras Iglesias europeas han podido alegrarse de ver
a las Iglesias africanas subsaharianas alcanzar su madurez, con su jerarquía propia,
su clero, sus comunidades religiosas, sus laicos comprometidos con tanto ahínco en
la vida de las parroquias y en el anuncio del Evangelio en la tierra de África.
Desde
hace algunos años, nuestras relaciones se desarrollan mediante un verdadero intercambio
de dones. Sin duda, muchas diócesis o parroquias de Francia están comprometidas en
la ayuda concreta a varias iglesias de África. Y en la actualidad, muchas de nuestras
diócesis reciben una importante ayuda de las diócesis africanas.
Esta ayuda
se presenta principalmente bajo dos formas. La primera es el número de católicos africanos
que han emigrado a Francia. Por otra parte, los sacerdotes africanos ocupan cada vez
más un puesto importante en la organización de la pastoral francesa. Además, los sacerdotes
estudiantes (más de 250 sacerdotes) son numerosos en las ciudades universitarias,
y consideramos cada vez más a los sacerdotes africanos como un “Fidei Donum”. Actualmente
son más de 600, mientras que los sacerdotes franceses “Fidei Donum” de servicio en
África no superan los 70.
El llamamiento de sacerdotes africanos y su acogida
requieren una preparación y una atención muy especial. Quisiera subrayar, de forma
particular, un aspecto muy importante. Es necesario que las relaciones entre los dos
obispos (el obispo de África y el obispo de Francia) sean cada vez lo más transparentes
posibles. Cuando se olvidan estas condiciones previas, se causa un perjuicio a la
misión y al sacerdote.
Las dificultades que encontramos no deben esconder
la riqueza de las relaciones entre nuestras Iglesias e impedirnos dar gracias por
el intercambio de dones que vivimos.