Intervención del Card. Francis ARINZE, Prefecto emérito de la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (NIGERIA)
S. Em. R. Card. Francis ARINZE, Prefecto emérito de la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos (NIGERIA)
Para dar a la Iglesia
una mayor credibilidad y valentía en su misión profética de predicar la reconciliación,
la justicia y la paz, habría que preocuparse de que reconciliación, justicia y paz
se vivieran dentro de las estructuras de la Iglesia, sobre todo entre los que tienen
una autoridad en ámbito eclesial, como obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Proponemos
algunas sugerencias presentes en varios artículos del Instrumentum laboris (por ej.
17, 38, 45, 53, 61, 109 y 110).
La gente, justamente, mira a los obispos como
a guías. Estas son las personas más importantes para demostrar que la pertenencia
étnica, el idioma o la clase social no son determinantes a la hora de asignar tareas
en la Iglesia, y que la Conferencia episcopal nacional actúa como un organismo colegial
único y habla con una sola voz, sin dejarse influenciar por consideraciones tribales.
Los
sacerdotes dan ejemplo de unidad y armonía cuando el presbiterio diocesano actúa como
una fraternidad sacramental, cuando se alegran de vivir en comunidades de dos o tres
sacerdotes en lugar de ser párrocos que viven solos, y cuando aceptan incondicionalmente
a un nuevo obispo nombrado por el Santo Padre, sin organizar facciones con la mentalidad
miope de los “hijos de la tierra”. El éxito de la Iglesia en el nombramiento de obispos
fuera de su propia área lingüística representa un importante mensaje para algunas
comunidades africanas afectadas por el virus político-social de un nacionalismo extremo.
Aquí tenemos el deber de rendir homenaje a algunos sacerdotes que, como sabemos, fueron
asesinados durante las masacres tribales porque predicaban la caridad y la armonía
sin fronteras tribales y más allá de estas.
Las congregaciones religiosas dan
un hermoso testimonio de la universalidad, porque generalmente sus miembros proceden
de ambientes étnicos muy diferentes.
Justicia: Para estar al servicio de la
justicia del Reino de Dios, la Iglesia “tiene el deber de vivir la justicia ante todo
en su interior, entre sus miembros” (IL 45). Las diócesis deben preocuparse de que
se cumplan los contratos con las congregaciones religiosas y, sobre todo, vigilar
que los hombres y mujeres consagrados, los catequistas, los asistentes domésticos
de las parroquias y otros dependientes de la Iglesia sean retribuidos adecuadamente.
Es un escándalo que a final de mes estos humildes trabajadores no se lleven a casa
más que el agua bendita. Además, los párrocos deberían recordar que los donativos
de los fieles durante el Ofertorio no son sólo para el clero, sino para los pobres
y para la Iglesia en general, incluidos los consagrados y los catequistas (cfr. Misal
Romano, 73; Redemptionis Sacramentum, 70).
En algunas diócesis o parroquias
la participación de las mujeres en los consejos no es suficiente (cfr. IL, 61). Allí
donde su colaboración se ha apreciado adecuadamente, se han obtenido resultados muy
positivos.
Este Sínodo puede ayudar a la Iglesia de cada país a dar un testimonio
mayor de la reconciliación, la justicia y la paz. “La vida de una comunidad eclesial,
que encarna la Palabra, se convierte en lámpara que ilumina a toda la sociedad, para
que el pueblo evite los caminos que llevan a la muerte y, en cambio, emprenda los
que llevan a la vida, es decir, a seguir a Jesús ‘camino, verdad y vida’” (IL, 38).