Intervención de Mons. Fulgence RABEMAHAFALY, Arzobispo de Fianarantsoa (MADAGASCAR)
S. E. R. Mons. Fulgence RABEMAHAFALY, Arzobispo de Fianarantsoa, Presidente de la
Conferencia Episcopal (MADAGASCAR)
En el hogar, los niños desempeñan
un papel insustituible para que los padres puedan experimentar la paz y el perdón.
En un momento, son capaces de romperlo todo, pero también son instrumentos de paz
para hacer entender a los padres que no vale la pena utilizar la violencia para una
corrección importante. La violencia en el seno de la familia es intolerable.
Entre
hermanos y hermanas, los niños son instrumentos de paz; la sabiduría ancestral exige
que los mayores sean menos intransigentes con los más pequeños. Incluso se corrigen
con los lenguajes usuales. Aprenden palabras de paz, dignas y respetuosas. Los padres
son sus modelos de comportamiento y transmiten el espíritu del compartir, el amor
por su hermano, la obediencia y la reconciliación.
En una familia con varios
hijos, se aprenden con facilidad muchos comportamientos. Es distinto respecto a una
familia con un hijo único, que está demasiado mimado y se comporta como un rey al
que los padres no osan llevar la contraria. El niño intentará que le sirvan en todas
partes, y se expone al peligro de la manipulación y el desenfreno.
De manera
que yo diría que, si queremos la paz, aprendamos a educar bien a nuestros hijos en
la familia. Es la paz que se vive en cada hogar la que resplandece en la sociedad,
el saber vivir, el sentido del bien común, el respeto de las personas mayores, aprender
a compartir, cuidar de los más pequeños y escuchar a los padres.
Los niños
que no han tenido la suerte de vivir en una comunidad familiar importante, nunca comprenderán
suficientemente el sentido y el valor del sacrificio y la obediencia. Por consiguiente,
la familia, primera comunidad de vida, es una educadora por excelencia de la paz y,
por qué no, también nosotros, Iglesia-Familia de Dios de nuestro siglo.
Los
valores importantes en la sociedad: la justicia, el amor, el respeto mutuo, el perdón
y la reconciliación, entre otros, se aprenden en familia. El problema es que en el
mundo de hoy, el derecho de la familia se encuentra contra las cuerdas; los países
ricos piensan que con su dinero pueden hacer callar a todo el mundo, a los pequeños
y a los pobres, y usando la violencia se mofan de todo lo que es justicia y reconciliación,
para tener a los demás a su servicio.
Nosotros, como Iglesia, estamos llamados
a responder en un modo objetivo, más humano y cristiano, a las súplicas de nuestros
compatriotas que sufren por la violencia, la injusticia y la inseguridad social. Somos
los padres en nuestra sociedad. Somos la madre, educadora y protectora. Tenemos que
estar todos los días a la altura de nuestra tarea.