2009-10-08 19:46:38

Intervención de Mons. Cornelius Fontem ESUA, Arzobispo de Bamenda (CAMERÚN)


S. E. R. Mons. Cornelius Fontem ESUA, Arzobispo de Bamenda (CAMERÚN)

En muchos de nuestros países nos alegramos de ver que nuestra población cristiana está creciendo. La liturgia se celebra con gozo y cuenta con una activa participación. Por otra parte, nos entristece el hecho de que existan tensiones y conflictos, no sólo en la sociedad en general, sino también en nuestras comunidades cristianas. No es insólito que los autores de actos de injusticia social, soborno y corrupción sean cristianos. Existen prejuicios familiares y tribales que vienen de lejos, que a menudo son causa de conflictos que se transmiten de una generación a otra, sin ninguna intención de llegar al perdón mutuo y a la reconciliación. Sin embargo, muchas de estas personas pueden ser consideradas fervientes cristianos practicantes que se esfuerzan honestamente por ser buenos. La reconciliación, la justicia y la paz son obras de la gracia de Dios, que nos llega mediante la Palabra de Dios y los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía. Son, pues, necesarias dos cosas: 1) Una celebración más habitual del sacramento de la Confesión y de la Eucaristía, que son los sacramentos de salvación, comunión y servicio; 2) Una proclamación más profética de la Palabra de Dios, siempre y en todo lugar.
Está disminuyendo el número de cristianos, especialmente jóvenes, que se acercan al sacramento de la Confesión y, cuando lo hacen, no les toca profundamente. Se trata más bien de un acto ritual, como las ceremonias tradicionales de reconciliación y purificación. Los que participan en ellas, aunque exteriormente se hayan reconciliado, siguen guardando sentimientos de odio y de rencor que pueden desencadenar la venganza en cuanto se presentara la ocasión.
Una celebración más frecuente y comunitaria del sacramento de la Confesión según el nuevo rito publicado hace algunos años, que hace ampliamente referencia a la Palabra de Dios, podría hacer resaltar la dimensión social del pecado y sus consecuencias, y subrayar el hecho de que la reconciliación no es simplemente un asunto privado con Dios, sino que implica también la reconciliación con el otro; restablece la paz y la armonía en la comunidad y exige el cumplimiento de las obligaciones sociales y la práctica de la justicia. Dicha celebración invita a toda la comunidad a alegrarse, como se lee en la parábola del hijo pródigo.
Necesitamos sacerdotes más disponibles para administrar el sacramento de la Confesión, siguiendo el ejemplo del Cura de Ars, y que lo administren de manera significativa, con un tacto personal acompañado de un consejo espiritual basado en la Palabra de Dios.







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