Intervención del Card. Angelo SODANO, Decano del Colegio Cardinalicio
S. Em. R. Card. Angelo SODANO, Decano del Colegio Cardinalicio (CIUDAD DEL VATICANO)
El
15 septiembre de 1965 el difunto Papa Pablo VI instituyó un nuevo organismo de comunión
eclesial entre los Obispos y el Sucesor de Pedro. Es nuestro “Synodus Episcoporum”.
1.
Esta Institución se ha vuelto adulta ya con sus 44 años de vida y me parece que sus
asambleas (22 hasta ahora) han sido una gran contribución para los fines específicos
que el Legislador le había atribuido, siguiendo la huella indicada por el Concilio
Ecuménico Vaticano II. Son los fines que el nuevo Código de Derecho Canónico, en 1993,
sintetizó luego en los tres siguientes:
a) fomentar una estrecha unión entre
el Romano Pontífice y los Obispos;
b) prestar ayuda a la misión del Romano
Pontífice;
c) estudiar juntos los problemas que conciernen a la actividad de
la Iglesia en el mundo (Can. 342).
Personalmente fui testigo de la gran importancia
que poseen estos encuentros, ya que he participado en las últimas 12 Asambleas Sinodales,
algunas generales y otras especiales.
El Santo Padre ha querido invitarme hoy
nuevamente a ser miembro del Sínodo, casi en representación del Colegio Cardenalicio,
la otra milenaria Institución eclesial también llamada a asistir al Romano Pontífice
en su misión de Pastor de la Iglesia universal (cfr. Can. 349).
Por supuesto,
entre nosotros ya hay varios hermanos Cardenales, provenientes sobre todo de África.
Pero me alegro igualmente de poder representar aquí, simbólicamente, a los 185 Cardenales
del mundo entero, que en este momento sentimos cerca con su oración y con su común
compromiso apostólico.
2. Cada Sínodo, como cada Consistorio, está destinado
a ser un momento de intensa comunión eclesial. En este contexto, quisiera mencionar
el Cap. IV de nuestro “Instrumentum laboris”, donde habla de las personas y de las
instituciones católicas llamadas a trabajar en la realidad africana a favor de la
reconciliación, de la justicia y de la paz. En ese capitulo se subraya la necesidad
de la colaboración de los Obispos con las Conferencias Episcopales y de estas con
el Simposio de las Conferencias de África y Madagascar.
Pero sería conveniente
recordar que, en primer lugar, es necesaria una estrecha colaboración con la Sede
Apostólica, es decir, con el Romano Pontífice y sus colaboradores.
Como es
sabido, en los diferentes países de África existen también los Representantes Pontificios:
son 26 generosos Nuncios Apostólicos que mantienen los contactos con los Obispos del
Continente y establecen un diálogo constructivo también con las autoridades civiles,
para favorecer la libertad de la Iglesia y contribuir a la obra de reconciliación,
de justicia y de paz: las tres finalidades de este Sínodo.
Al recordar aquí
la misión de los Representantes Pontificios, quisiera también rendir homenaje ante
ustedes al difunto Nuncio Apostólico Mons. Michael Courtney, que fue asesinado bárbaramente
en Burundi el 29 de diciembre de 2003, precisamente cuando estaba trabajando por la
reconciliación entre los diferentes grupos étnicos del País. Lamentablemente tuvo
que pagar con su sangre su abnegado servicio por la pacificación de esa región.
3.
Precisamente por esta razón, he notado con gusto que el tema de la reconciliación
tiene incluso la prioridad entre los tres grandes temas que se estudian en este Sínodo:
reconciliación, justicia y paz.
En realidad, hoy vemos con mayor claridad
la enormidad de desastres que provoca el nacionalismo y la exaltación del concepto
de raza. Nosotros aquí en Europa hemos acumulado una triste experiencia a lo largo
de los siglos, hasta llegar a la ultima guerra mundial ¡que en 5 años provocó 55 millones
de muertos!
Ahora tenemos que trabajar todos para que estas tragedias del pasado
no se vuelvan a repetir.
¿Cómo podemos olvidar que también en África la furia
homicida entre diferentes grupos étnicos ha afectado a enteros países? ¡Sólo habría
que pensar en Ruanda y los países limítrofes! En 1994 y en los años siguientes la
ideología nacionalista llegó a provocar más de 800.000 muertos, entre ellos tres generosos
miembros del Episcopado, con otros miembros del clero y de varias congregaciones religiosas.
Creo
que tendríamos que repetir a todos, con mayor insistencia, que el amor a su nación
(en concreto, a su pueblo, a su gente) por supuesto es un deber del cristiano, pero
tendríamos que añadir también que la desviación del nacionalismo es totalmente anticristiana.
Claro que el concepto de nación es muy noble. Este concepto se formó en ambiente cristiano,
según muchos historiadores, ya que en la antigüedad prevalecían más bien las figuras
de las pequeñas tribus, por un lado, y del vasto Imperio, por otro. El Cristianismo,
en cambio, ha favorecido la integración de las gentes de una determinada región, dando
vida al concepto de pueblo o nación, con su específica identidad cultural. Pero el
Cristianismo ha condenado siempre todo tipo de deformación de este concepto de Nación,
una deformación que a menudo caía en el nacionalismo o incluso en el racismo, verdadera
negación del universalismo cristiano. En realidad, los dos principios básicos de la
convivencia humana cristiana fueron siempre los siguientes: por un lado, la dignidad
de cada persona humana, y por otro, la unidad del género humano. Son los dos confines
infranqueables, dentro de los que se pueden desarrollar luego los distintos conceptos
de nación, según los lugares y las épocas. Y en realidad vemos hoy en Europa que muchas
naciones se van integrando, con el fin de una convivencia mas solidaria, es decir,
con el apoyo de los Episcopados locales y de la propia Sede Apostólica.
4.
Para concluir, quisiera decir que las actuales 53 naciones africanas tendrán un gran
futuro, en el concierto de las 192 Naciones que componen hoy toda la familia humana,
si saben superar sus divisiones y cooperan conjuntamente por el progreso material
y espiritual de sus pueblos. Por su parte, este Sínodo quiere demostrar una vez más
a nuestros hermanos y hermanas de África que la Iglesia está con ellos y que les quiere
ayudar en la misión de ser artífices de reconciliación, de justicia y de paz en todo
el continente.