Intervención de Mons. Claude RAULT, Obispo de Laghouat (ARGELIA)
S. E. R. Mons. Claude RAULT, M. Afr., Obispo de Laghouat (ARGELIA)
Nuestra
Iglesia del Norte de África se encuentra en una posición de “encrucijada” geográfica
y humana que se sitúa en el cruce entre Europa, el Próximo Oriente y el África subsahariana.
La población está compuesta por árabes y bereberes, pero también nos olvidamos con
frecuencia de una franja de poblaciones negras en el sur de esta vasta región. La
religión dominante y casi exclusiva es el Islam, asimismo atravesado por múltiples
corrientes. Es en este universo geográfico, humano y religioso en el que nosotros,
cristianos y cristianas, vivimos nuestra vocación hacia el Encuentro y el Diálogo.
-En
primer lugar, es necesario decir lo difícil que es para nosotros ubicarnos e arraigarnos
en el corazón de la Iglesia de África. El nombre mismo de África, sin embargo, tiene
su origen en el Magreb, proviene de “Ifriqiya”, país de san Agustín. Nosotros formamos
parte de la Iglesia de África y nuestro deseo profundo es el de consolidar nuestro
arraigo en el seno de esta Iglesia.
-La herencia colonial pesa aún sobre nuestros
hombros. La Iglesia del Magreb lleva todavía su marca. A esto le añadimos una relación
histórica difícil entre el mundo árabe y el mundo africano, que se debe en parte a
la esclavitud que no fue, por desgracia, lo único que hicieron los occidentales.
-Pero
nuestra situación es una gracia que se debe aprovechar. Somos una Iglesia cada vez
más multicultural, gracias a la marcada presencia de religiosos y religiosas, sacerdotes
y laicos, de estudiantes e inmigrantes que vienen de más allá del Sahara, o de otros
continentes.
Estos factores dan a la Iglesia una imagen más universal. Este
hecho, a la vez, plantea un serio desafío a nuestra Iglesia del Magreb: el de su unidad
y su comunión. La participación en nuestra vida eclesial de cristianos y cristianas
de todas las condiciones llegados de Europa, América, Asia, del continente africano,
del Próximo Oriente y también de África del Norte, constituye una novedad que exige
de nosotros una apertura a lo Universal. Con todas nuestras diferencias y nuestras
complementariedades conjugadas, los hombres y las mujeres, a pesar de nuestra pequeñez,
construimos la Iglesia de Cristo, una Iglesia de Pentecostés.