Intervención de Mons. Antoine NTALOU, Arzobispo de Garoua (CAMERÚN)
S. E. R. Mons. Antoine NTALOU, Arzobispo de Garoua (CAMERÚN)
En Camerún,
como en otros países africanos, se observa que muchos ciudadanos en posiciones de
responsabilidad se reconocen como hijos de la Madre Iglesia; les encontramos prácticamente
en todos los sectores de la vida, sea en el ámbito de la sanidad como en el de la
educación, en la política, la economía, la cultura, las asociaciones, etc. A menudo
estas personas están orgullosas de lo que han recibido en la Iglesia en su infancia
o juventud. Pero a menudo tenemos la amarga experiencia de la enorme brecha que existe
entre la organización de la vida social y las exigencias del mensaje evangélico.
Nos
encontramos así delante de un problema muy serio, sobre el cual es necesario determinar
la causa principal para poder encontrar un remedio. Por mi parte, considero que también
por motivo de la edad de nuestras Iglesias en África, algunas carencias en la organización
de la pastoral en la mayor parte de las diócesis explican, sin querer justificar,
la situación de la que intento hablar. Se trata de una escasa formación doctrinal
de los cristianos que hoy asumen una función de responsabilidad en el seno de las
estructuras de nuestros países. Para la mayor parte de ellos, por lo tanto, el único
bagaje doctrinal es el recibido en el momento de la preparación de los primeros sacramentos.
No hay que asombrarse cuando con frecuencia en el diálogo social, no tienen mucho
para ofrecer allí donde otros grupos de intereses o de presión están dotados de armas
potentes para la lucha ideológica, mientras nuestros fieles no tienen otra cosa para
ofrecer que la buena voluntad.
Por lo tanto, es más que nunca urgente asegurar
una sólida formación cristiana a los hijos y a las hijas de nuestra Iglesia que toman
un compromiso en política, en economía y en otros sectores claves de la vida de nuestros
países africanos. El programa de tal formación, entre las otras materias, tendrá que
dejar espacio a la doctrina social de la Iglesia, a la Biblia, a la teología, a la
moral y a la historia de la Iglesia. Habrá que preocuparse, sobre todo, de la formación
de la conciencia de nuestra élite. Agrademos a Dios, que aquí y allá del continente
ya han nacido iniciativas positivas (Escuelas de Teología) y se esta empezando a formar
un laicado consciente de las propias responsabilidades en un mundo que debe ser transformado
desde adentro. Actualmente, estas experiencias son todavía demasiado limitadas para
que el impacto del fermento evangélico sea claramente perceptible y se refleje en
los hábitos de los individuos y de los grupos. Pero la dirección tomada es la justa.