2009-10-06 18:01:13

Relaćion de Mons. Peter William INGHAM, Obispo de Wollongong (AUSTRALIA)


S. E. R. Mons. Peter William INGHAM, Obispo de Wollongong, Presidente de la "Federation of Catholic Bishops' Conferences of Oceania" (F.C.B.C.O.) (AUSTRALIA)

Santidad,
Presidentes delegados, Relator General, Secretario General Arzobispo Eterovic, hermanos y hermanas presentes en este Sínodo:
Como Presidente en funciones de la Federación de las Conferencias Episcopales de Oceanía (FCBCO), os traigo los saludos y los mejores deseos de las Iglesias locales de nuestras 4 Conferencias Episcopales, a saber, la Conferencia Episcopal de Australia, la Conferencia Episcopal de Nueva Zelanda, la Conferencia Episcopal de Papúa Nueva Guinea y las Islas Salomón y de la gran Conferencia Episcopal del Pacífico, que se extiende desde Guam, las Islas Mariana, Vanuatu, Fidji, Tonga, Samoa, Kiribati, y las Islas Cook hasta Tahití y otros muchos archipiélagos.
Quiero expresar nuestra comunión como Federación de las Conferencias Episcopales con el Obispo de Roma y la Iglesia universal, al igual que nuestra solidaridad con la Iglesia de las numerosas naciones de África.
Todas nuestras naciones en Oceanía, como muchas de África, fueron colonizadas, en nuestro caso principalmente por los ingleses, los franceses y los portugueses.
Al igual que en África, la Iglesia existe en Oceanía gracias a misioneros heroicos que procedían sobre todo de Irlanda, Francia, Alemania e Italia.
La fe en Oceanía cuenta con algunos preciosos ejemplos de comportamiento en mártires y santos, además de los que ya han sido canonizados y beatificados, pero no en el número extraordinario de la gloriosa tradición de santos y mártires que han dado testimonio de su fe en África.
Los objetivos del Milenio para el desarrollo humano quedan muy lejos en esa zona del Pacífico llamada Oceanía. Porque, en cuanto autoridades de la Iglesia de todo el mundo, intentamos estar cerca de nuestros pueblos, podemos llegar a tener una comprensión muy práctica de cómo la pobreza puede deshumanizar completamente al hombre, y de lo destructi¬va que es la violencia para la vida y la dignidad humanas. Como autoridades de la Iglesia, somos sumamente conscientes de la injusticia que sitúa a los ricos en una posición privilegia¬da que discrimina a los desfavorecidos, como queda gráficamente descrito en la Parábola de Lázaro y del rico Epulón (Lc 16, 19-31).

Comprendo que para las naciones de África estas realidades son aun más amenazadoras que las que afrontan las comunidades en Oceanía. Rindo homenaje a la generosidad de los católicos en cada una de las Conferencias Episcopales de Oceanía, que mediante la Cáritas Oceanía y la Cáritas en cada uno de nuestros países, sostiene los programas humanitarios de paz y desarrollo de la Iglesia en África. Del mismo modo, las poblaciones de Oceanía son generosas con la Misión Católica Propaganda Fide.
Sin embargo, tenemos mucho que admirar y aprender de vosotros, Iglesia en África, de los testimonios que nos dais a pesar de las aplastantes dificultades. Vuestro gran sentido de la misión de evangelizar vuestra cultura significa que los obstáculos que ponen los gobiernos u otras religiones no hacen más que intensificar vuestra fe, vuestra esperanza y vuestro amor.
En Oceanía, el terrible flagelo del SIDA (IL 142) (especialmente en Papúa Nueva Guinea) y la explotación que deriva del trabajo en las minas, ponen de relieve la misión de la Iglesia de aplicar el Evangelio de Jesús para reducir el estigma de la vergüenza social, para sustituir la violencia con puentes de reconciliación, de justicia y de paz (IL 90), para pedir cuentas a los gobiernos civiles, para hablar en nombre de los perseguidos o los que han sido reducidos al silencio, y para proporcionar educación y asistencia sanitaria.
Como autoridades en la fe y pastores de la comunidad cristiana, gracias a Jesús el Buen Pastor y a la larga y rica tradición de la fe y la cultura católica, tenemos una visión mucho más amplia de la persona humana, y gracias a Jesús y a nuestra tradición de Iglesia, una visión más amplia de la justicia, del amor y de la importancia de que existan buenas relacio¬nes entre las personas, las tribus y las naciones; tenemos una visión más amplia de la reconciliación, la paz y el cuidado compasivo. Donde hay crisis, injusticia y miedo, las personas acuden en tropel a sus iglesias. Esto, a su vez, pone en evidencia la necesidad de que nosotros, como autoridades de la Iglesia, nos concentremos en nuestro papel de pastores y de guías de esperanza. ¡Como cristianos nos ocupamos de esperanza!
Puesto que las temperaturas y las aguas de los océanos se alzan, los más pobres e indefensos siempre sufrirán de modo desproporcionado, al igual que sufren por la sequía, las inundacio¬nes y las escasas cosechas, que pueden ser motivo de conflictos y originar migraciones en masa de refugiados y personas que solicitan asilo. Tanto en Oceanía como en África la Iglesia y sus agencias han hecho mucho para ayudar a la gente a recuperar el equilibrio en sus comunidades y a controlar los riesgos que conllevan las calamidades naturales. Podemos y debemos aprender los unos de los otros. Os pido vuestras oraciones por Samoa y Tonga, por su gran dolor después del reciente terremoto y el tsunami.
Australia ha comenzado a colaborar de nuevo con África, sobre todo en las industrias mineras (IL 51).
Como muy bien sabéis, África es un continente rico en recursos naturales. Con todo querría¬mos que los mineros australianos fueran responsables con las comunidades en las que trabajan. Las minas no deben contribuir a la inestabilidad y al conflicto - ¡deberían conside¬rarse tanto desde el punto de vista del dividendo económico como del dividendo de paz! Un católico practicante que conozco bien es un ejecutivo de una gigante empresa minera australiana y viaja mucho. Me asegura que la intención de su empresa es éticamente sosteni¬ble. Afirma que su objetivo es crear una situación de doble ventaja: beneficios tangibles para las comunidades africanas que trabajan para ellos y beneficios para su empresa. Muchos de vosotros os ocupáis de este diálogo y nosotros debemos estar a vuestro lado.

La inestabilidad política y los conflictos en el Pacífico (ej. Fidji, Islas Salomón, Papúa Nueva Guinea) no se pueden comparar con los de los países africanos, pero identificando el papel de la Iglesia como Cuerpo de Cristo para construir puentes de paz y reconciliación, podemos aprender de vuestras autoridades en la Iglesia africana. Vuestros éxitos como Iglesia que se esfuerza para conseguir la paz y la reconciliación en África son muy útiles para la Iglesia en todo el mundo (IL 108).
Actualmente en Australia y Nueva Zelanda estamos acogiendo a muchos africanos que han empezado una nueva vida después de los conflictos tribales, la violencia y los regímenes autoritarios. Estos refugiados llegan de Sudán, el Cuerno de África, y, en menor medida, de los Grandes Lagos. Otros africanos han venido a esta parte del mundo para estudiar, y algunos han venido para trabajar como sacerdotes y religiosos. Actualmente mi diócesis y otras se están planteando aceptar candidatos al sacerdocio provenientes de países africanos.
En Australia contamos con una comunidad muy multi cultural, en la que más del 60% de la población son inmigrantes y refugiados o hijos suyos. Esto ha enriquecido y cambiado a Australia desde la Segunda Guerra Mundial. Celebramos la Jornada Mundial del Inmigrante y del Refugiado a finales de agosto, para subrayar la rica variedad cultural que los inmigrantes y los refugiados han traído a nuestro país, y para ayudar a nuestra gente a "acoger al extranjero" (cfr Hb 11, 13), para que los inmigrantes y refugiados de África o de cualquier otra parte del mundo se puedan integrar por completo en nuestra comunidad australiana.
Doy gracias por nuestras conversaciones durante este Sínodo y espero aprender con vosotros y de vosotros.







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