Relaćion de Mons. Wilton Daniel GREGORY, Arzobispo de Atlanta, ESTADOS UNIDOS DE
AMÉRICA
S. E. R. Mons. Wilton Daniel GREGORY, Arzobispo de Atlanta (ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA)
Aprovecho
esta oportunidad para resumir la importancia que este Segundo Sínodo para África tiene
para la Iglesia en Estados Unidos de América. Nosotros, los americanos, nos encontramos
cada vez más implicados en los asuntos que suceden en el continente africano. Nosotros,
como la gente en todo el mundo, sentimos de forma cada vez más aguda el impacto de
la intensificación del carácter global de nuestro mundo. Ante todo, rogamos a Dios
Todopoderoso por el don de la fe que vincula la Iglesia de Estados Unidos a todas
las demás Iglesias del mundo. Nuestra comunidad católica se ha beneficiado a lo largo
de las generaciones pasadas de un número siempre creciente de clérigos y religiosos
provenientes del gran continente africano que ahora están al servicio de los católicos
de toda nuestra nación, y que lo hacen generosa y celosamente. Sabemos a través de
su presencia de la profunda fe y generosidad de la Iglesia en África. La Iglesia
en Estados Unidos también está profundamente agradecida por la oportunidad de asistir
a las Iglesias locales de África a través del apoyo del Servicio Católico de Auxilio,
por las muchas y variadas empresas cooperativas misioneras fomentadas gracias al corazón
generoso de nuestra gente y que frecuentemente unen a unas diócesis con otras y a
unas parroquias con otras en la mutua oración, la asistencia financiera y los contactos
personales. Me siento feliz y orgulloso de informar que las agencias de la Conferencia
Episcopal de Estados Unidos y las asociaciones de la Conferencia Episcopal en el continente
africano, buscan la paz y la justicia. Hay muchos signos positivos de que la Iglesia
en mi país y la Iglesia en los países de África se han comprometido mutuamente en
el trabajo de evangeliza¬ción y desarrollo social que se ha escogido como tema para
este Sínodo “al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz”, un importante
recordatorio de cómo la Iglesia en Estados Unidos y la Iglesia en África están unidas
en la fe y la caridad. Sin embargo, sabemos que podemos decir, simplemente, en
palabras del Evangelio de Lucas, que “hemos hecho lo que debíamos hacer”(Lc 17,10b).
Reconocemos que el mayor recurso que tiene la Iglesia en África es su gente. La Iglesia
en Estados Unidos sigue beneficiándose de estas personas de África que han venido
recientemente como visitantes y que ahora son residentes en nuestras costas. Estos
recién llegados no vienen, como en un primer momento, cargados de cadenas como mercancía
humana, sino como trabajadores cualificados, hombres de negocios profesionalmente
entrenados, y estudiantes ansiosos por hacer una nueva vida en una tierra que ellos
ven prometedora. Muchas de estas nuevas gentes traen consigo una profunda y dinámica
fe católica, que supone una rica herencia espiritual. Esta gente maravi¬llosa nos
desafía a redescubrir nuestras tradiciones espirituales, que muy frecuentemente dejamos
de lado a causa de la influencia de nuestras actividades seculares.
Aunque
mi nación ha hecho extraordinarios y benditos progresos en su lucha por la reconci¬liación
racial y la justicia, no hemos adquirido aún la perfección que el Evangelio pide a
la humanidad. También necesitamos adquirir la reconciliación, la justicia y la paz
en nuestra tierra, como el Dr. Martin Luther King Jr. escribió desde la cárcel en
Birmingham, Alabama, parafraseando al Profeta Amós y en el que vemos el cumplimiento
último de nuestro potencial: “¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como
arroyo perenne!” (Am. 5,24). La gran tierra de África tiene otros muchos recursos
que el mundo de hoy codicia y que a veces persigue con impresionante avaricia y frecuente
violencia. Vuestros recursos son una bendición para este planeta que pueden ser
usados para llevar no sólo la prosperidad a los pueblos de África, sino que más propiamente
pueden aportar un sentido de unidad de la Tierra y la interconexión que las gentes
de todas partes tienen cuando usan sabiamente los recursos naturales que Dios ha puesto
en nuestras manos como un patrimonio común. Estoy profundamente agradecido a nuestro
Santo Padre por invitarme a trabajar con mis hermanos Obispos del continente africano,
a aprender de sus esperanzas, sus luchas, y sus sueños, y a compartir con ellos el
profundo afecto y respeto de la Iglesia en los Estados Unidos de América.