El Papa expresa su reconocimiento a cuantos “tratan de poner en práctica su fe", con
respeto y determinación, en la arena política
Sábado, 26 sep (RV).- Benedicto XVI ha subrayado el papel insustituible del Cristianismo
en la formación de las conciencias de cada generación y en la promoción de un consenso
ético al servicio de todas las personas que consideran a Europa su hogar.
Las
raíces cristianas de Europa, el papel de la República Checa en el continente, la libertad
y la búsqueda de la verdad han sido los temas principales del discurso de Benedicto
XVI a las autoridades políticas y civiles y el cuerpo diplomático, con quienes se
ha encontrado esta tarde en la Sala Española del Castillo de Praga.
“Europa
es más que un continente. ¡Es una casa! Y la libertad encuentra su significado más
profundo en el ser una patria espiritual, ha dicho el Papa. “En el pleno respeto de
la distinción entre las esferas política y religiosa – distinción que garantiza la
libertad de los ciudadanos de expresar su propio credo religioso y de vivir en sintonía
con él – Benedicto XVI ha subrayado el insustituible papel del cristianismo en la
formación de la conciencia de cada generación y en la promoción de un consenso ético
de fondo, al servicio de toda persona humana que llama a este continente ¡“casa”!
Y
en este contexto el Papa ha mostrado su reconocimiento por cuantos hoy, tanto en la
República Checa como en Europa, “tratan de poner en práctica su fe, de forma respetuosa
pero determinada, en la arena política, en la expectativa de que las normas sociales
y las líneas políticas se inspiren en el deseo de vivir según la verdad que hace libres
a cada hombre y mujer”.
“La fidelidad a los pueblos que ustedes sirven y representan
requiere una fidelidad a la verdad que, solo, es la garantía de la libertad y del
desarrollo humano integral. En efecto, el valor de presentar claramente la verdad
es un servicio a todos los miembros de la sociedad”.
Benedicto XVI ha subrayado
la coincidencia de este viaje a la República Checa con el vigésimo aniversario de
la caída de los regímenes totalitarios en Europa Central y Oriental, y de la “Revolución
del Terciopelo” que restableció la democracia en esta nación. “A dos decenios de distancia
– ha recordado el Santo Padre – el proceso de sanación y reconstrucción continúa ahora
en el interior del más amplio contexto de la unificación europea y de un mundo cada
vez más globalizado”.
En este contexto el Pontífice ha evidenciado cómo las
aspiraciones de los ciudadanos y las expectativas creadas por los gobiernos reclaman
nuevos modelos en la vida pública y de solidaridad entre las naciones y los pueblos,
sin los cuales el futuro de justicia, de paz y prosperidad quedaría sin respuesta.
El
Papa ha insistido a lo largo de su discurso en el uso correcto de la libertad, “porque
la verdadera libertad presupone la búsqueda de la verdad –del verdadero bien- y, por
tanto, encuentra su propia perfección precisamente en conocer y hacer aquello que
es recto y justo”. “La verdad es, ha precisado Benedicto XVI, la norma y guía para
la libertad, y la bondad, es su perfección”.
En el mismo sentido el Santo Padre
ha pedido un compromiso común en “la lucha por la libertad y la búsqueda de la verdad”,
porque “las dos cosas van de la mano, o juntas perecen míseramente”.
En cuanto
a la identidad de la República Checa, el Papa ha resaltado su papel de cohesión en
el corazón de Europa y ha recordado además que es una tierra que “ha conocido capítulos
dolorosos y lleva cicatrices de los trágicos sucesos causados por la incomprensión,
por la guerra y las persecuciones”. Pero al mismo tiempo “sus raíces cristianas han
favorecido el crecimiento de un considerable espíritu de perdón, de reconciliación
y de colaboración, que ha permitido a la gente de estas tierras ser capaz de encontrar
la libertad e inaugurar una nueva era”.
DISCURSO
COMPLETO
Excelencias,
Señoras
y Señores,
Agradezco por la oportunidad que me han dado
para encontrar, en este extraordinario contexto, a las autoridades políticas y civiles
de la República Checa y a los miembros de la comunidad diplomática. Agradezco vivamente
al Señor Presidente Klaus por las gentiles palabras de saludo que ha pronunciado en
nombre de ustedes. Expreso, además, mi aprecio a la Orquesta Filarmónica Checa por
la ejecución musical que ha abierto nuestro encuentro, y que ha expresado de manera
elocuente tanto las raíces de la cultura checa como la relevante contribución ofrecida
por esta Nación a la cultura europea.
Mi visita pastoral a la República
Checa coincide con el vigésimo aniversario de la caída de los regímenes totalitarios
en Europa Central y Oriental, y de la “Revolución del Terciopelo” que restableció
la democracia en esta nación. La euforia que siguió fue expresada en términos de libertad.
A dos decenios de distancia de los profundos cambios políticos que transformaron este
continente, el proceso de sanación y reconstrucción continúa ahora en el interior
del más amplio contexto de la unificación europea y de un mundo cada vez más globalizado.
Las aspiraciones de los ciudadanos y las expectativas creadas por los gobiernos reclaman
nuevos modelos en la vida pública y de solidaridad entre las naciones y los pueblos,
sin los cuales el futuro de justicia, de paz y prosperidad, esperado por largo tiempo,
quedaría sin respuesta. Tales deseos continúan su desarrollo. Hoy, especialmente entre
los jóvenes, surge de nuevo la pregunta sobre la naturaleza de la libertad conquistada
¿Para cuál objetivo se vive en libertad? ¿Cuáles son sus auténticos rasgos distintivos?
Cada
generación tiene la tarea de comprometerse en la ardua búsqueda sobre cómo ordenar
rectamente las realidades humanas, esforzándose por comprender el uso correcto de
la libertad (cfr. Spe salvi, 25). El deber de reforzar las “estructuras de libertad”
es fundamental, pero no es suficiente: las aspiraciones humanas se elevan más allá
de sí mismas, más allá de lo que cualquier autoridad política o económica pueda ofrecer,
hacia aquella esperanza luminosa (cfr. ibid., 35), que encuentra su origen más allá
de nosotros mismos y se manifiesta al mundo como verdad, belleza y bondad. La libertad
busca un objetivo y por ello requiere una convicción. La verdadera libertad presupone
la búsqueda de la verdad – del verdadero bien – y, por tanto, encuentra su propia
perfección precisamente en conocer y hacer aquello que es recto y justo. La verdad,
en otras palabras, es la norma y guía para la libertad, y la bondad, es su perfección.
Aristóteles definió el bien como “aquello a lo que tienden todas las cosas”, y llegó
a sugerir que “si bien es digno conseguir el fin aunque sólo para un hombre, es más
bello aún y más divino conseguirlo para una nación o para unas polis” (Ética a Nicómaco,
1; cfr. Caritas in veritate, 2). En verdad, la alta responsabilidad de tener esta
sensibilidad por lo verdadero y el bien recae sobre quien ejerza el papel de guía:
en el campo religioso, político o cultural, según el modo que le es propio. Juntos
debemos comprometernos en la lucha por la libertad y la búsqueda de la verdad: las
dos cosas van juntas, mano a mano, o juntas perecen míseramente (cfr. Fides et ratio,
90).
Para los cristianos, la verdad tiene un nombre: Dios. Y el bien
tiene un rostro: Jesucristo. La fe cristiana, desde el tiempo de los Santos Cirilo
y Metodio y de los primeros misioneros, ha jugado en realidad un papel decisivo en
el plasmar la herencia espiritual y cultural de este país. Debe ser lo mismo en el
presente y en el futuro. El rico patrimonio de valores espirituales y culturales,
que se expresan los unos a través de los otros, no sólo ha dado forma a la identidad
de esta nación, sino que también la ha dotado de la perspectiva necesaria para ejercitar
un papel de cohesión en el corazón de Europa. Por siglos esta tierra ha sido punto
de encuentro entre pueblos, tradiciones y culturas diversas. Como bien sabemos, ella
ha conocido capítulos dolorosos y lleva cicatrices de los trágicos sucesos causados
por la incomprensión, por la guerra y las persecuciones. Y es verdad también que sus
raíces cristianas han favorecido el crecimiento de un considerable espíritu de perdón,
de reconciliación y de colaboración, que ha permitido a la gente de estas tierras
ser capaz de encontrar la libertad e inaugurar una nueva era, una nueva síntesis,
una renovada esperanza. ¿No es, precisamente, de éste espíritu que tiene necesidad
la Europa de hoy?
Europa es más que un continente. ¡Es una casa! Y la
libertad encuentra su significado más profundo en el ser una patria espiritual. En
el pleno respecto de la distinción entre las esferas política y religiosa – distinción
que garantiza la libertad de los ciudadanos de expresar su propio credo religioso
y de vivir en sintonía con él – deseo remarcar el insustituible papel del cristianismo
para la formación de la conciencia de cada generación y para la promoción de un consenso
ético de fondo, al servicio de toda persona humana que llama a este continente ¡“casa”!
En
este espíritu, doy acto a las voces de cuantos hoy, en este País y en Europa, tratan
de aplicar la propia fe, de modo respetuoso pero determinado, en la arena política,
en la expectativa que las normas sociales y las líneas políticas sean inspiradas por
el deseo de vivir según la verdad que hace libre a cada hombre y mujer (cfr. Caritas
in veritate, 9).
La fidelidad a los pueblos que ustedes sirven y representan
requiere la fidelidad a la verdad que, solo, es la garantía de la libertad y del desarrollo
humano integral (cfr. ibid., 9). En efecto, el coraje de presentar claramente la verdad
es un servicio a todos los miembros de la sociedad: eso, en efecto, ilumina el camino
del progreso humano, indica los fundamentos éticos y morales, y garantiza que las
directivas políticas se inspiren en el tesoro de la sabiduría humana. La atención
a la verdad universal no debería ser nunca eclipsada por los intereses particularistas,
por muy importantes que sean, porque ello conduciría únicamente a nuevos casos de
fragmentación social o discriminación, que, precisamente, aquellos grupos de interés
o de presión declaran querer superar. En efecto, la búsqueda de la verdad, lejos de
amenazar la tolerancia de las diferencias o el pluralismo cultural, hace posible el
consenso y permite al debate público mantenerse lógico, honesto y responsable, asegurando
aquella unidad que las vagas nociones de integración simplemente no están en grado
de realizar.
Tengo confianza que, a la luz de la tradición eclesial
acerca de la dimensión material, intelectual y espiritual de las obras de caridad,
los miembros de la comunidad católica, junto a los de las otras Iglesias, comunidades
eclesiales y religiones, continuarán persiguiendo, en esta nación y más allá, objetivos
de desarrollo que posean un valor más humano y humanizante (cfr. ibid., 9).
Queridos
amigos, nuestra presencia en esta magnífica capital, con frecuencia llamada “el corazón
de Europa”, nos estimula a preguntarnos en qué consiste este “corazón”. Es cierto
que no hay una respuesta fácil a tal pregunta, pero un indicio es constituido seguramente
por las joyas arquitectónicas que adornan esta ciudad. La estupefaciente belleza
de sus iglesias, del castillo, de las plazas y de los puentes no pueden sino orientar
hacia Dios nuestras mentes. Su belleza expresa fe; son epifanías de Dios que justamente
nos permiten considerar las grandes maravillas a las que nosotros, criaturas, podemos
aspirar cuando damos expresión a la dimensión estética y cognoscitiva de nuestro ser
más profundo. Como sería trágico si admiraran tales ejemplos de belleza, ignorando
el misterio trascendente que ellas indican. El encuentro creativo de la tradición
clásica con el Evangelio ha dado vida a una visión del hombre y de la sociedad sensible
a la presencia de Dios entre nosotros. Tal visión, en el plasmar el patrimonio cultural
de este continente, ha puesto caramente a la luz que la razón no termina con aquello
que el ojo ve, es más, es atraída por aquello que está más allá, aquello que nosotros
profundamente anhelamos: el Espíritu, podemos decir, de la Creación.
En
el contexto de la actual encrucijada de la civilización, con frecuencia marcada por
la escisión de la unidad de bondad, verdad y belleza, y por la consiguente dificultad
para encontrar un consenso sobre los valores comunes, cada esfuerzo por el humano
progreso debe inspirarse en aquella herencia viviente. Europa, fiel a sus raíces cristianas,
tiene una particular vocación a sostener esta visión trascendente en sus iniciativas
al servicio del bien común de los individuos, comunidades y naciones. De particular
importancia es la tarea de animar a los jóvenes europeos mediante una formación que
respete y alimente la capacidad, dada a ellos por Dios, de trascender los límites
que tal vez se presume que deban atraparlos. Que en los deportes, en las artes creativas
y en la investigación académica, los jóvenes encuentren la oportunidad de sobresalir.
¿No es igualmente verdadero que, si confrontados con altos ideales, ellos aspirarán
también a la virtud moral y a una vida basada en el amor y la bondad? Animo con vivacidad
a los padres y responsables de las comunidades que se esperan de las autoridades la
promoción de los valores capaces de integrar la dimensión intelectual, humana y espiritual
en una sólida formación, digna de las aspiraciones de nuestros jóvenes.
“Veritas
vincit”. Este es le lema de la bandera del Presidente de la República Checa: al final,
la verdad vence, no con la fuerza, sino gracias a la persuasión, al testimonio heroico
de hombres y mujeres de sólidos principios, al diálogo sincero que sabe mirar más
allá de los intereses personales, a la necesidad del bien común. La sed de verdad,
bondad y belleza, impresa en todos los hombres y mujeres por el Creador, se entinde
que conduce a las personas juntas a la búsqueda de la justicia, la libertad y la paz.
La historia ha demostrado ampliamente que la verdad puede ser traicionada y manipulada
en servicio a falsas ideologías, a la opresión y a la injusticia. Pero, ¿los desafíos
que debe afrontar la familia humana no nos llaman, tal vez, a mirar más allá de estos
peligros? Al final, ¿que cosa es más deshumana y destructiva que el cinismo que quisiera
negar la grandeza de nuestra búsqueda de la verdad, y del relativismo que corroe los
valores mismos que sostienen la construcción de un mundo unido y fraterno? Nosotros,
por el contrario, debemos adquirir confianza en la nobleza y grandeza del espíritu
humano por su capacidad de alcanzar la verdad, y dejar que la confianza nos guíe en
el paciente trabajo de la política y la diplomacia.
Señoras y señores,
con estos sentimientos expreso en la oración el augurio que el trabajo de ustedes
sea inspirado y sostenido por la luz de aquella verdad que es el reflejo de la eterna
Sabiduría de Dios Creador. Sobre Ustedes y sus familias, invoco de corazón la abundancia
de las bendiciones divinas.