2009-09-26 19:14:07

Benedicto XVI pide el compromiso de los religiosos para reforzar los valores espirituales y morales de una sociedad atraída por el consumismo hedonista


Sábado, 26 sep (RV).- Las duras pruebas que ha atravesado la reciente historia de la Iglesia checa y los desafíos que debe afrontar en una sociedad secularizada y a la deriva por el difundido relativismo ético y cultural fueron los puntos que centraron la homilía de Benedicto XVI, esta tarde, en la celebración de las Vísperas, en la Catedral de San Vito de Praga.

El Pontífice llegó a este antiguo templo donde se venera al santo martirizado por el emperador romano Diocleciano para reunirse con los más de dos mil quinientos, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y representantes de los movimientos laicales de esta nación.

Enmarcando en la belleza de ese templo milenario la tradición cristiana de la república Checa, el Papa recordó la historia de fidelidad y adhesión a Cristo, incluso con el martirio, de las figuras de los santos Wenceslao, Adalberto y Juan Nepomuceno, piedras angulares del camino de esta Iglesia.

Pero también recordó las vicisitudes dos cardenales Josef Beran y František Tomášek, que en el siglo pasado resistieron con heroica firmeza a la persecución comunista, llegando incluso al sacrificio de la vida.

“El heroísmo de los testigos de la fe recuerda que sólo del conocimiento personal y del lazo profundo con Cristo es posible extraer la energía espiritual para realizar en plenitud la vocación cristiana. Sólo el amor de Cristo hace eficaz la acción apostólica, sobretodo en los momentos de la dificultad y la prueba. Amar a Cristo y a los hermanos debe ser la característica de todo bautizado y de toda comunidad”.

Benedicto XVI al alentar a las comunidades cristianas a hacer resplandecer la luz de Cristo no dejó de reconocer los sufrimientos causados por el “largo invierno de la dictadura comunista”, y que hace sólo 20 años comenzaron a expresarse libremente.

“La sociedad lleva aún las heridas causadas por la ideología atea y con frecuencia es atraída por la moderna mentalidad del consumismo hedonista, con una peligrosa crisis de valores humanos y religiosos y la deriva por un difundido relativismo ético y cultural. En este contexto se hace urgente un renovado compromiso por parte de todos los componentes eclesiásticos para reforzar los valores espirituales y morales en la vida de la sociedad actual”.

Al reconocer los esfuerzos de la iglesia en distintos ámbitos, en especial, a través de la Caritas, el Santo Padre invitó a comprometerse en particular en el campo de la educación de las nuevas generaciones, que las escuelas católicas promuevan el respeto del hombre y se dediquen con atención a la pastoral juvenil también fuera del ámbito escolar, sin descuidar las otras categorías de fieles. Y en este contexto el Papa reiteró: “La Iglesia – siempre es útil repetirlo – no demanda privilegios, sino sólo el poder obrar libremente al servicio de todos y con espíritu evangélico”.

El Pontífice se dirigió a los obispos y sacerdotes en particular exhortándolos a trabajar incansablemente para el bien de cuantos son confiados a su cuidado, e inspirados en el Buen Pastor, “ayuden a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a dejarse fascinar de Dios y del Evangelio de su Hijo”. Y recordando el Año Sacerdotal que estamos celebrando los invitó a seguir el ejemplo del Santo Cura de Ars, “Pastor totalmente dedicado a Dios y a las almas, plenamente consciente de que su propio ministerio, era su camino de santificación.

DISCURSO COMPLETO

¡Queridos hermanos y hermanas!

Dirijo a todos ustedes el saludo de san Pablo que escuchamos en la lectura breve: Gracia a ustedes y paz de Dios, Padre nuestro! Dirijo en primer lugar un saludo al Cardenal Arzobispo, a quien agradezco por sus cordiales palabras. Extiendo mi saludo a los otros Cardenales y Prelados presentes, a los sacerdotes y a los diáconos, a los seminaristas, a los religiosos y a las religiosas, a los catequistas y a los operadores pastorales, a los jóvenes y a las familias, a las asociaciones y a los movimientos eclesiales.

Estamos recogidos esta tarde en un lugar a ustedes querido, que es signo visible de cuanto sea potente la gracia divina que actúa en el corazón de los creyentes. La belleza de este templo milenario es, en efecto, testimonio viviente de la rica historia de fe y de tradición cristiana de este pueblo; una historia iluminada, en particular, por la fidelidad de quiete han sellado su adhesión a Cristo y a la Iglesia con el martirio. Pienso en las figuras de los santos Wenceslao, Adalberto y Juan Nepomuceno, piedras angulares del camino de esta Iglesia, a los que se une el ejemplo de joven san Vito, que prefirió el martirio antes que traicionar a Cristo, del monje san Procopio y de santa Ludmila. Pienso en las vicisitudes de dos Arzobispos de esta Iglesia local, en el siglo pasado, los Cardenales Josef Beran yFrantišek Tomášek, y de tantos Obispos, sacerdotes, religiosos y fieles, que han resistido con heroica firmeza a la persecución comunista, llegando incluso al sacrificio de la vida. ¿De dónde han sacado tanta fuerza estos valientes amigos de Cristo sino del Evangelio? ¡Sí! Ellos se dejaron fascinar por Jesús que les dijo: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). En la hora de la dificultad han sentido resonar en el corazón esta otra consideración del Señor: “Si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes” (Jn 15, 20).

El heroísmo de los testigos de la fe recuerda que sólo del conocimiento personal y del lazo profundo con Cristo es posible extraer la energía espiritual para realizar en plenitud la vocación cristiana. Sólo el amor de Cristo hace eficaz la acción apostólica, sobretodo en los momentos de la dificultad y la prueba. Amara a Cristo y a los hermanos debe ser la característica de todo bautizado y de toda comunidad. En los Hechos de los Apóstoles leemos que “la multitud de quiete se habían convertido en creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hc 4,32). Y tertuliano, un autor de los primeros siglos, escribía que los paganos permanecían impresionados por el amor que unía a los cristianos entre sí (cfr. Apologeticum XXXIX). Queridos hermanos y hermanas, imiten al divino Maestro que “no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate de todos” (Mc 10,45). El amor resplandezca en cada parroquia y comunidad, en las diversas asociaciones y movimientos. Que esta Iglesia, según la imagen de san Pablo, sea un cuerpo bien estructurado que tiene a Cristo como Cabeza, en el cual cada miembro actúa en armonía con el todo. Alimenten el amor de Cristo con la oración y la escucha de su palabra; nútranse con Él en la Eucaristía, y sean, con su gracia, artífices de unidad y de paz en todo ambiente.

Estas comunidades cristianas, después del largo invierno de la dictadura comunista, hace 20 años comenzaron a expresarse libremente cuando el pueblo, con los eventos iniciados por las manifestaciones estudiantiles del 17 de noviembre de 1989, ha reconquistando su propia libertad. Ustedes advierten que también hoy no es fácil vivir y testimoniar el Evangelio. La sociedad lleva aún las heridas causadas por la ideología atea y con frecuencia es atraída por la moderna mentalidad del consumismo hedonista, con una peligrosa crisis de valores humanos y religiosos y la deriva de un dilagante relativismo ético y cultural. En este contexto se hace urgente un renovado compromiso por parte de todos los componentes eclesiásticos para reforzar los valores espirituales y morales en la vida de la sociedad actual. Se que sus comunidades están ya comprometidas en muchos frentes, en particular en el ámbito caritativo con la Caritas. Que la actividad pastoral de ustedes abrace con particular celo el campo de la educación de las nuevas generaciones. Las escuelas católicas promuevan el respeto del hombre; se dediquen con atención a la pastoral juvenil también fuera del ámbito escolar, sin descuidar las otras categorías de fieles. ¡Cristo es para todos! Auspicio de corazón que haya un creciente entendimiento con las otras instituciones, sean de carácter público o privado. La Iglesia – siempre es útil repetirlo – no demanda privilegios, sino sólo el poder obrar libremente al servicio de todos y con espíritu evangélico.

Queridos hermanos y hermanas, que el Señor les done el ser la sal de la que habla el Evangelio, aquello que da sabor a la vida, para ser fieles obreros en la viña del Señor. Corresponde en primer lugar a ustedes, Obispos y sacerdotes, trabajar incansablemente para el bien de cuantos son confiados a su cuidado. Inspírense siempre en la imagen evangélica del Buen Pastor, que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, las conduce a lugares seguros, y está dispuesto a dar su vida ellas (cfr. Jn 10,1-19). Queridos consagrados, con la profesión de los consejos evangélicos ustedes indican el primado que Dios debe tener en la vida de cada ser humano, y, viviendo en fraternidad, testimonian cuanto enriquecedora es la práctica del mandamiento del amor (cfr. Jn 13,34). Fieles de esta vocación, ayuden a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a dejarse fascinar de Dios y del Evangelio de su Hijo (cfr. Vita consecrata, 104). Y a ustedes, queridos jóvenes, que están en los Seminarios o en las Casas de formación, preocúpense de adquirir una sólida preparación cultural, espiritual y pastoral. En este Año Sacerdotal, que he convocado para conmemorar el 150° aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, les sea de ejemplo la figura de este Pastor totalmente dedicado a Dios y a las almas, plenamente consciente que su propio ministerio, era su camino de santificación.

Queridos hermanos y hermanas, varios aniversarios celebramos este año con ánimo agradecido al Señor: los 280 años de la canonización de Juan Nepomuceno, el 80º de la dedicación de esta Catedral dedicada a san Vito y el 20° aniversario de la canonización de santa Inés de Praga, evento que ha anunciado la liberación de este País de la opresión atea. Tantos motivos para proseguir el camino eclesial con alegría y entusiasmo contando con la materna intercesión de María, Madre de Dios, y de todos sus Santos Protectores. ¡Amen!








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