Cultura y Humanismo: “El turismo, consagración de la diversidad”
Miércoles, 23 sep (RV).- Este domingo 27 de septiembre, se celebra la Jornada Mundial
del Turismo bajo el lema “El turismo, consagración de la diversidad”, con el fin de
abrir caminos de encuentro con el ser humano en su diversidad, y en su riqueza antropológica.
La Conferencia Episcopal Española (CEE), a través del Pontificio Consejo para la Pastoral
de los Emigrantes e Itinerantes, se ha querido unir a esta celebración difundiendo
el mensaje firmado por el presidente y el secretario de este dicasterio, los arzobispos
Antonio María Veglió, y Agostino Marchetto.
En su mensaje para esta Jornada
Mundial del Turismo, desde el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes
e Itinerantes, se recuerda que la experiencia de la diversidad es propia de la existencia
humana, y, como recordaba Benedicto XVI en su mensaje con ocasión de una jornada de
estudio sobre las culturas y religiones en diálogo, es también un hecho positivo,
un bien, y no una amenaza o un peligro, a tal punto de desear que “las personas no
sólo acepten la existencia de la cultura del otro, sino que también deseen enriquecerse
gracias a ella”.
Éste es precisamente el mensaje que lanzó el 5 de octubre
de 1995 Juan Pablo II ante Naciones Unidas y que sigue estando de actualidad. En aquella
ocasión en la que conmemoraba el 50 aniversario de la fundación de la ONU, el Papa
dijo que “querer ignorar la realidad de la diversidad - o, peor aún, tratar de anularla
- significa excluir la posibilidad de sondear las profundidades del misterio de la
vida humana. La verdad sobre el hombre es el criterio inmutable con el que todas las
culturas son juzgadas, pero cada cultura tiene algo que enseñar acerca de una u otra
dimensión de aquella compleja verdad. Por tanto la ‘diferencia’, que algunos consideran
tan amenazadora, puede llegar a ser, mediante un diálogo respetuoso, la fuente de
una comprensión más profunda del misterio de la existencia humana”.
Como escriben
los prelados pensando en esta Jornada Mundial del Turismo, en la valoración positiva
del diverso observamos una paradoja: “si por un lado se constata, en este tiempo de
globalización, que las culturas y las religiones se acercan cada vez más, y que en
el corazón de todas las culturas brota un auténtico deseo de paz, por otro lado se
constatan incomprensiones, existen prejuicios y malentendidos profundamente enraizados,
que levantan barreras y alimentan divisiones. Es el miedo a lo diverso, a lo desconocido”.
En
este sentido desde el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes
se insta a trabajar “por reemplazar la discriminación, la xenofobia y la intolerancia
por la comprensión y la aceptación mutua, recorriendo los caminos del respeto, la
educación y el diálogo abierto, constructivo y comprometido”.
En este esfuerzo
la Iglesia tiene una función importante, partiendo de la profunda convicción manifestada
por Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam de que “la Iglesia debe entrar en diálogo
con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra, la Iglesia se hace
mensaje, la Iglesia se hace coloquio”. Es un diálogo constructivo y sincero que, parar
ser autentico, “no debe ceder al relativismo y al sincretismo, y debe estar animado
por el respeto sincero a los demás y por un generoso espíritu de reconciliación y
fraternidad”.
Desde esta perspectiva, el turismo, en cuanto pone en contacto
con otros modos de vivir, otras religiones, otras formas de ver el mundo y su historia,
es también una ocasión para el diálogo y la escucha, y constituye una invitación a
no cerrarse en la propia cultura, sino a abrirse y confrontarse con modos de pensar
y de vivir diversos. Por tanto no debe sorprender que sectores extremistas y grupos
terroristas de índole fundamentalista señalen el turismo como un peligro y un objetivo
a destruir. El conocimiento mutuo ayudará a construir una sociedad más justa, solidaria
y fraterna.
En el descubrimiento de la diversidad aparecen además paradojas
y límites: si el turismo se desarrolla en ausencia de una ética de responsabilidad,
paralelamente toma cuerpo el peligro de la uniformidad y de la belleza como “fascinatio
nugacitatis” (cfr. Sb 4,12). De este modo sucede, por ejemplo, que los autóctonos
pueden hacer para los turistas espectáculo de sus tradiciones, ofreciendo la diversidad
como un producto comercial, solo por lucro.
Todo eso exige un esfuerzo, tanto
por parte del visitante como del autóctono que acoge, de asumir comportamiento de
apertura, respeto, cercanía, confianza, de modo que en el deseo de encontrar a los
demás, respetándolos en su diversidad personal, cultural y religiosa, se abran al
diálogo y a la comprensión.
La diversidad se fundamenta en el misterio de Dios.
Dios confía a la Iglesia la tarea de forjar en Cristo Jesús, gracias al Espíritu,
una nueva creación, recapitulando en Él (cfr. Ef 1,9-10) todo el tesoro de la diversidad
humana que el pecado ha transformado en división y conflictos, de modo que contribuya
“a la creación en el Espíritu de Pentecostés de una nueva sociedad en la que las distintas
lenguas y culturas ya no constituirán límites insuperables, como después de Babel,
sino en la cual, precisamente en esa diversidad, es posible realizar una nueva manera
de comunicación y de comunión”.