La Santa Sede exhorta a denunciar la falsificación de medicinas y vacunas
Lunes, 14 sep (RV).- Reiterando la preocupación de Benedicto XVI ante «el riesgo de
un desastre humano y sanitario mundial», el presidente del Pontificio Consejo para
la Salud, Mons. Zygmunt Zimowski, intervino ayer en el Congreso mundial de la Federación
Internacional de Farmacéuticos Católicos, en la ciudad polaca de Poznan. El prelado
dirigió un apremiante llamamiento con el fin de que se garantice el acceso de los
más pobres a las medicinas; señalando que, en la actual crisis económica mundial,
ha disminuido dramáticamente la asistencia sanitaria en los países en vías de desarrollo
y que los niños son las principales víctimas de esta trágica situación, Mons. Zimowski
exhortó a denunciar la falsificación de medicinas y vacunas y a oponerse a su distribución.
«La
crisis económica mundial y el acceso a los medicamentos para los más pobres, especialmente
para los niños», fue precisamente el tema que desarrolló Mons. Zimowski. Lo hizo enfocando
su intervención desde tres perspectivas. «La crisis económica y su impacto negativo
sobre las condiciones de salud»; «la necesidad de redescubrir el valor ético de la
profesión de los farmacéuticos» y «el aporte del farmacéutico católico en encontrar
soluciones para el problema del acceso a los medicinales».
Recordando que en
la última Asamblea general de la Organización Mundial de la Sanidad, celebrada en
Ginebra en mayo pasado, precisamente en calidad de presidente del Pontificio Consejo
para la Salud, ya había expresado - «ante los ministros de sanidad de todo el mundo
- la preocupación del Santo Padre», Mons. Zimowski hizo hincapié en que «la actual
crisis económica ha hecho emerger el espectro de la cancelación o de una drástica
reducción de los programas de asistencia exterior, sobre todo en los países en vías
de desarrollo».
«Todo ello pone dramáticamente en situación de riesgo sus
sistemas sanitarios, que ya están al borde de la quiebra debido a la fuerte incidencia
de enfermedades endémicas, epidémicas y virales», enfatizó también Mons. Zimowski,
evocando asimismo los numerosos llamamientos del Papa para que se ayude a los que
padecen enfermedades, con una atención especial a los sufrimientos de los niños.
Destacando
la importancia del tema elegido para este Congreso Mundial, «La seguridad de los medicinales:
ética y conciencia para el farmacéutico», el presidente del Pontificio Consejo para
la Salud señaló que «en demasiadas zonas del mundo faltan los medicinales de primera
necesidad. A menudo, por motivos económicos, se descuidan las enfermedades típicas
de los países en vías de desarrollo porque, si bien afecten a y maten a millones de
personas, no constituyen un mercado que produce riqueza», lamentó nuevamente Mons.
Zimowski, enfatizando luego que «algunos de estos medicinales podrían realizarse fácilmente
sobe la ase de los actuales conocimientos científicos y, sin embargo, no se hace
por motivos exclusivamente económicos».
«A estos medicinales se les denomina
‘huérfanos’ porque no se estudian, no se producen y no se distribuyen porque sus potenciales
adquisidores – que son millones de seres humanos – no tienen la capacidad económica
para comprarlos», denunció una vez más Mons. Zimowski, destacando la evidencia de
que «el desarrollo de los medicinales está gobernado, no ya por la ética tradicional
de la medicina, sin por la lógica de la industria».
Otro dramático problema
denunciado por el presidente del dicasterio pontificio para la salud es el de la falsificación
de los fármacos. Hecho que afecta trágicamente también, en particular, a los pacientes
en edad pediátrica. «Falsos antibióticos y falsas vacunas producen graves repercusiones
negativas sobre la salud de los menores. Son numerosas las muertes de niños, en especial
africanos, debidas a enfermedades respiratorias. Y los son mucho más si se les trata
con antibióticos falsos - sin principio activo o adulterados de alguna forma - y,
además, adquiridos a precios bien caros».
Tras exhortar a todos y, en especial
a los farmacéuticos católicos «a denunciar con valentía todas las formas de adulteración
y falsificación de los medicinales y a oponerse a su distribución», Mons. Zimowski
recordó también el compromiso de los farmacéuticos católicos «de respetar la ley moral
y la adhesión al magisterio de la Iglesia, en todo lo que concierne al respeto de
la vida y de la dignidad humana de la persona. Desde la concepción hasta la muerte
natural. Se trata de un compromiso ético y moral, que no puede ser menospreciado y
sometido a las variaciones de opiniones y de modas pasajeras».
Con las palabras
de Benedicto XVI, el prelado ha recordado que «no es posible anestesiar las conciencias,
por ejemplo, sobre los efectos de moléculas que tienen como finalidad evitar la implantación
de un embrión o abreviar la vida de una persona. El farmacéutico debe invitar a cada
uno a un impulso de humanidad, para que todo ser humano sea protegido desde su concepción
hasta su muerte natural, y para que los medicamentos cumplan verdaderamente su función
terapéutica».
Mons. Zimowski ha concedido una declaración ante los micrófonos
de nuestra emisora, haciendo hincapié en su especial exhortación a los farmacéuticos
católicos:
«El próximo mes de febrero, el Pontificio Consejo para la Pastoral
de la Salud celebrará sus 25 años de vida y en este marco quisiera invitar a todos
los farmacéuticos -asociaciones y personas individuales – a reavivar su identidad
de farmacéuticos católicos y su misión al servicio de la salud y de la vida. Cumpliendo
siempre con ‘conciencia y ciencia’ su profesión. Y quisiera también exhortarlos a
un compromiso activo en favor de los enfermos en los países en vías de desarrollo.
En particular, de los niños, para que puedan acceder a los medicamentos que necesitan.
Sobre todo en lo que se refiere a la lucha contra el SIDA, la malaria y la tuberculosis.
Además, este año celebramos también el IV centenario de la muerte de san Juan Leonardi,
que es el Patrono de los farmacéuticos: Él decía que Jesucristo es la Eucaristía y
con gran énfasis indicaba, precisamente, en la Eucaristía el fármaco de la inmortalidad,
que nos conforta, alimenta y transforma en Dios y nos hace partícipes de su naturaleza
divina. Éste es nuestro anhelo y nuestra oración».