“Tenéis la misión de ser en la iglesia lámparas que -en el silencio de los monasterios-
arden de oración y de amor a Dios”, el papa a las religiosas de vida contemplativa
en Viterbo
Domingo, 6 sep (RV).- Antes de seguir su camino a Bagnoregio, Benedicto XVI realizó
una visita al Santuario de la Virgen de la Quercia, donde estaban reunidas religiosas
de diversas comunidades de vida contemplativa de la diócesis de Viterbo. Después de
pasar un momento de adoración ante el Santísimo Sacramento, el Papa dirigió unas breves
palabras a las religiosas y elevó una oración a la Virgen en la que pidió por la paz,
por las familias, y en el año sacerdotal, confió a la oración de las religiosas, y
a la bondad maternal de María, a los sacerdotes y a los seminaristas.
Palabras
del Papa
Queridas Hermanas
Para mi es una gran alegría
poder encontrarlas en este lugar amado por la piedad popular. Vosotras, religiosas
de vida contemplativa, tenéis la misión de ser en la iglesia lámparas que, en el silencio
de los monasterios, arden de oración y de amor a Dios. Os confío mis intenciones,
las intenciones del Pastor de esta Diócesis y las necesidades de cuántos viven en
esta tierra. Os confío, en este año sacerdotal, particularmente a los sacerdotes,
los seminaristas y las vocaciones. Con vuestro silencio orante, sean su apoyo “en
la distancia” y ejercitad hacia ellos vuestra maternidad espiritual, ofreciendo al
Señor el sacrificio de vuestra vida para la santificación y para el bien de las almas.
Os agradezco por vuestra presencia y de corazón os bendigo; haced llegar a vuestras
hermanas que no han podido venir, el saludo y la bendición del Papa. Ahora, os pido
de uniros a mí para invocar la materna protección de María sobre esta comunidad diocesana
y sobre los habitantes de esta tierra rica de tradiciones religiosas y culturales.
Virgen
Santa, Madre de la Quercia
Patrona de la Diócesis de Viterbo,
reunidos
en este santuario consagrado a Ti
Te dirigimos una suplicante y confiada
oración:
vela sobre el Sucesor de Pedro y sobre la Iglesia a él confiada;
vela
sobre esta comunidad diocesana y sobre sus pastores,
sobre Italia, Europa
y sobre los otros continentes.
Reina de la Paz, obtén el don de la concordia
y de la paz
para los pueblos y para toda la humanidad.
Virgen
obediente, Madre de Cristo,
que, con tu dócil “sí” al anuncio del Ángel,
te convertiste en Madre del Omnipotente,
ayuda a todos
tus hijos a seguir
los designios que el Padre celestial tiene para cada
uno,
para cooperar en el proyecto universal de redención,
que
Cristo ha completado muriendo en la cruz.
Virgen de
Nazaret, Reina de la familia,
haz de nuestras familias cristianas, forjadoras
de vida evangélica,
enriquecidas por el don de muchas vocaciones
al
sacerdocio y a la vida consagrada.
Mantén firme la unidad de nuestras
familias,
hoy amenazada en todas partes,
y hazlas hogares
de serenidad y de concordia,
donde el diálogo paciente disipe las dificultades
y los contrastes.
Vela particularmente sobre aquellas divididas y en
crisis,
Madre de perdón y de reconciliación.
Virgen
Inmaculada, Madre de la Iglesia,
alimenta el entusiasmo de todos los
miembros
de nuestra Diócesis: de las parroquias y de los grupos eclesiales,
de
las asociaciones y de las nuevas formas de compromiso apostólico
que
el Señor suscita con su Santo Espíritu;
haz sólida y decidida la voluntad
de cuantos
el Dueño de la mies continúa a llamar
como
obreros en su viña, para que,
resistiendo a cada atracción e insidia
mundana,
perseveren generosamente en el seguimiento del camino comenzado,
y,
con tu maternal ayuda, se vuelvan testimonios de Cristo
atraídos por
el esplendor de su Amor, manantial de alegría.
Virgen
Clemente, Madre de la humanidad,
dirige tu mirada hacia los hombres
y mujeres de nuestro tiempo,
sobre los pueblos y sus gobernantes, sobre
las naciones y los continentes,
consuela a quien llora, a quien sufre,
a quien padece por la injusticia humana,
sostén a quien duda bajo el
peso de la fatiga
y mira el futuro sin esperanza;
alienta
a quien trabaja para construir un mundo mejor,
donde triunfe la justicia
y reine la fraternidad,
donde cesen el egoísmo, el odio y la violencia.
Que
toda forma de manifestación de violencia
Sea vencida por la fuerza pacificadora
de Cristo.
Virgen de la escucha, Estrella de la esperanza,
Madre
de la Misericordia,
manantial a través del cual Jesús ha venido al mundo,
nuestra
vida y nuestra alegría,
te agradecemos y te ofrecemos nuevamente nuestra
vida,
seguros que nunca nos abandonas,
especialmente en
los momentos oscuros y difíciles de la existencia.
Acompáñanos siempre:
ahora y en la hora de nuestra muerte.