Jueves, 6 ago (RV).- En pleno ecuador del periodo de vacaciones para millones de familias
y personas, Benedicto XVI ha recordado en más de una ocasión la necesidad de realizar
un turismo responsable, siendo los jóvenes los primeros que tienen que promover el
turismo en esta dirección, evitando el consumismo y el derroche, porque sólo de este
modo “el turismo puede transformarse en un instrumento privilegiado de educación para
la convivencia pacífica”. Uno de los puntos clave para pasar unas vacaciones de
reposo, es la conducción prudente, porque son escalofriantes las cifras de víctimas
mortales y no mortales de los accidentes de tráfico. En el año 2008 hubo en el mundo
1,2 millones de muertos y 50 millones de heridos debidos a accidentes de tráfico.
El problema principal es que se prevé que la tendencia continúe ascendente en el número
de accidentes de tráfico en esos países, con muertes asociadas a accidentes de tráfico,
a menos que se tomen medidas efectivas para evitarlo. En el 2015, los accidentes de
tráfico podrían convertirse en la principal causa de discapacidad entre niños y jóvenes
de todo el mundo. Los traumatismos causados por el tráfico son la segunda causa de
muerte, en orden de importancia, de los jóvenes de 10 a 24 años de edad. De los 1,2
millones de personas que anualmente pierden la vida en accidentes de tráfico, casi
la tercera parte son jóvenes menores de 25 años. En este sentido, recientemente
se ha celebrado la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico inspirada por la Comisión
Episcopal de Migraciones, que invitaba a estar atentos en la carretera respetando
la propia vida y la de los demás. A una guía respetuosa se une también, el respeto
por los demás durante las vacaciones. Por este motivo el próximo 27 de septiembre
se celebra la Jornada Mundial del Turismo bajo el lema: “El turismo, consagración
de la diversidad”, un argumento que sirve para abrir caminos de encuentro con el ser
humano en su diversidad, en su riqueza y antropología. La experiencia de la diversidad
es propia de la existencia humana, también porque el desarrollo personal avanza por
etapas diversificadas, que favorecen el crecimiento y la maduración personal. Se trata
de un descubrimiento progresivo que, confrontándonos con quien y con cuanto nos circunda,
nos distingue del que es diverso a nosotros. En este sentido desde el Pontificio
Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes se invita a no tener miedo
a lo diverso, a lo desconocido. Y en este esfuerzo la Iglesia tiene una función importante,
partiendo de la profunda convicción manifestada por Pablo VI en la encíclica Ecclesiam
suam de que “la Iglesia debe entrar en diálogo con el mundo en que le toca vivir.
La Iglesia se hace palabra, la Iglesia se hace mensaje, la Iglesia se hace coloquio”.
Es un diálogo constructivo y sincero que, parar ser autentico, “no debe ceder al relativismo
y al sincretismo, y debe estar animado por el respeto sincero a los demás y por un
generoso espíritu de reconciliación y fraternidad”. Desde esta perspectiva, el
turismo, en cuanto pone en contacto con otros modos de vivir, otras religiones, otras
formas de ver el mundo y su historia, es también una ocasión para el diálogo y la
escucha, y constituye una invitación a no cerrarse en la propia cultura, sino a abrirse
y confrontarse con modos de pensar y de vivir diversos. “Por tanto –escribe el Pontificio
Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes- no debe sorprender que sectores
extremistas y grupos terroristas de índole fundamentalista señalen el turismo como
un peligro y un objetivo a destruir. El conocimiento mutuo ayudará –lo esperamos ardientemente–
a construir una sociedad más justa, solidaria y fraterna”. La diversidad se fundamenta
en el misterio de Dios. La Palabra creadora está en el origen de la riqueza de las
especies, especialmente de aquél/aquella que es “imagen y semejanza” de Dios. Dios
confía a la Iglesia la tarea de forjar en Cristo Jesús, gracias al Espíritu, una nueva
creación, recapitulando en Él (cfr. Ef 1,9-10) todo el tesoro de la diversidad humana
que el pecado ha transformado en división y conflictos, de modo que contribuya “a
la creación en el Espíritu de Pentecostés de una nueva sociedad en la que las distintas
lenguas y culturas ya no constituirán límites insuperables, como después de Babel,
sino en la cual, precisamente en esa diversidad, es posible realizar una nueva manera
de comunicación y de comunión”.