2009-07-18 18:04:08

Miniaturas del Año Paulino


Viernes, 31 jul (RV).- Clausurado el Año Paulino, hemos querido recabar del agustino P. Pedro Langa Aguilar, sus impresiones acerca de este importante acontecimiento. Nuestros oyentes recordarán la entrevista que nos concedió a raíz de su apertura. Esta vez lo hará con sucesivas intervenciones, breves, sencillas, teológicas, que difundiremos en días sucesivos por las ondas. Las titula Miniaturas del Año Paulino.

Vienen a ser como bosquejos, diseños, pensamientos cortos acerca de un tema, de una palabra, de una frase del Papa con la que centrar los horizontes del acontecimiento, que fue para la Iglesia una invitación a continuar acogiendo, alegre y esperanzada, al Apóstol.



12. MAESTRO DE LAS GENTES

El Año Paulino se ha encargado de ir poniendo de relieve, día tras día, que san Pablo sigue siendo el cantor por antonomasia de la catolicidad de la Iglesia y el incomparable «Maestro de las Gentes», una de cuyas principales lecciones consiste en su resuelta voluntad de llevar el mensaje del Resucitado a todos los hombres, porque Cristo conoció y amó a todos; y murió y resucitó por todos. Son al respecto sus cartas un prodigio de belleza y un acabado paradigma de profundidad. En la de Romanos, por ejemplo, el Apóstol escribe como cosa fundamental, que con Cristo comenzó un nuevo culto. Ya no se ofrecen cosas a Dios. Es nuestra propia existencia lo que debe convertirse en divina alabanza (Cf. Rm 12,1-2).



Nos dice, además, el Apóstol que, actuando según la verdad en la caridad, contribuimos a que el universo crezca hacia Cristo. Sobre la base de su fe, no se interesa sólo por nuestra personal rectitud o por el crecimiento de la Iglesia. El fin último de la obra de Cristo es la transformación del universo, de la entera creación. Quien, a él unido, sirve a la verdad en la caridad, contribuye al verdadero progreso del mundo. Otro pensamiento digno de nota se halla en la Carta a los Efesios, allí donde el Apóstol preconiza sobre la necesidad de «ser «fortalecidos en el hombre interior» (Ef 3,16). El vacío interior, la debilidad del hombre interior, es uno de los más graves problemas de nuestro tiempo. Urge, pues, que reforcemos la interioridad, la perspectiva del corazón; la capacidad de ver y comprender el mundo y el hombre desde dentro. Necesitamos, en fin, una razón iluminada desde el corazón, para aprender a actuar según la verdad en la caridad.



11. TRANSFORMAR Y RENOVAR

Una de las grandes lecciones del Año Paulino ha sido que nuestra propia existencia debe convertirse en alabanza a Dios a base de sabernos transformar y renovar. Debemos convertirnos, efectivamente, en hombres nuevos, transformados en un nuevo modo de existencia, porque el mundo, siempre a la búsqueda de la novedad, no puede ser renovado sin hombres nuevos. El pensamiento del hombre viejo, el del pensar común apunta en general hacia la posesión, el bienestar, el éxito, la fama. Su alcance es muy limitado. Urge aprender a pensar de modo más profundo, queriendo lo que Dios quiere, a base de «reconocer que eso que Dios quiere es lo bello y lo bueno».

La Carta a los Efesios retrata este apasionante proceso cuando pide fe «responsable», fe «adulta», que no es en modo alguno la actitud de los que ya no escuchan a la Iglesia y a sus pastores para darse de lleno al mundo contemporáneo. Fe infantil, en consecuencia, sería «correr detrás de los vientos y de las corrientes del tiempo». Comprometerse, por ejemplo, con la inviolabilidad de la vida humana desde el primer momento de su concepción, oponiéndose con ello de forma radical al principio de la violencia, es fe adulta. Y fe adulta es, asimismo, reconocer el matrimonio entre un hombre y una mujer para toda la vida como ordenado por el Creador, re-establecido nuevamente por Cristo. El nuevo modo de pensar de la fe se dirige, pues, a la verdad. Mientras el poder del mal es la mentira, el de la fe es la verdad. Y Dios se hace visible a nosotros en el rostro adorable de Jesucristo. De ahí que mirando a Cristo podamos reconocer una cosa más: que la verdad y la caridad son inseparables.

10. TEÓLOGO DE LA CATOLICIDAD

La gozosa celebración del Año Paulino ha permitido comprobar de qué manera el de Tarso acabó siendo, gracias a la Conversión en Damasco, el gran Apóstol escogido por Dios para ser su «testigo ante todos los hombres» (Hch 22, 15). Su encuentro con el Resucitado marcó la radical mudanza de su vida. En un instante, por intervención divina, el encarnizado perseguidor de la Iglesia de Dios se encontró a sí mismo ciego, inmerso en la oscuridad, pero con el corazón invadido por una gran luz, que lo llevaría en poco tiempo a ser ardiente apóstol del Evangelio por todo el orbe entonces conocido. De ahí lo de «Apóstol de las gentes», es decir, de las naciones. De ahí también los ríos de gente acudiendo el pasado Año a su tumba en San Pablo Extramuros. Las Iglesias cristianas con un gesto así no hacían sino reconocer en su Apóstol al principal adalid de esa nota eclesial que es la catolicidad

Tuvo siempre san Pablo la certeza de que sólo la gracia divina había podido realizar una conversión semejante. Cuando había dado ya lo mejor de sí, dedicándose por entero a la predicación del Evangelio, escribió con renovado fervor: «He trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo» (1 Co 15,10). Porque, a la postre, incansable como si la obra de la misión dependiera enteramente de sus esfuerzos, el intrépido Apóstol estuvo siempre animado por la profunda convicción de que toda su fuerza procedía de la gracia de Dios que en él actuaba. Le tocó en suerte abrir la Iglesia a los pueblos gentiles, y a fe que lo hizo con singular empuje, el que ahora le hace acreedor al honroso título de Teólogo de la catolicidad.

9. SAN PABLO, MODELO DE SACERDOTES

Sólo días antes de acabar el Año Paulino, se abría en la Iglesia católica el sacerdotal bajo el patrocinio del Santo Cura de Ars, con el propósito de «contribuir a promover el esfuerzo de renovación interior de todos los sacerdotes para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más fuerte y eficaz». El Papa como es lógico no desaprovechó la coyuntura de esos días para proponer también como modelo de sacerdotes al Apóstol. Y ello debido a tres razones: Por su amor a Cristo, su anuncio del Evangelio y su dedicación a la comunidad. «San Pablo es un ejemplo de sacerdote totalmente identificado con su [misterio y con su] ministerio –como lo será también el Santo Cura de Ars-, consciente de llevar un inestimable tesoro, que es el mensaje de la salvación, pero de llevarlo en un «recipiente de barro» (Cf. 2 Co 4,7).

Fuerte y humilde a la vez, san Pablo estuvo íntimamente convencido de que todo es mérito de Dios; todo, gracia suya. Sus palabras «El amor de Cristo nos posee» (Cf. 2 Co 5,14), tantas veces citadas y revividas, bien pueden ser así el lema de cada sacerdote. Y es que el Espíritu que de este modo seduce al sacerdote hace de él «un fiel administrador de los misterios de Dios». Debe por eso el presbítero ser todo de Cristo y en Cristo; todo de la Iglesia y en la Iglesia, a la que está llamado a dedicarse con indiviso amor. Ha sido de veras el Año Paulino, sí, un tiempo de gracia en el que, a base de peregrinaciones, catequesis, numerosas publicaciones e iniciativas múltiples, la figura del Apóstol ha sido propuesta de nuevo a toda la Iglesia, y «su vibrante mensaje ha reavivado por doquier, en las comunidades cristianas, la pasión por Cristo y por el Evangelio».

8. ACTUALIDAD DE SAN PABLO

El Año Paulino recientemente clausurado ha permitido comprobar que san Pablo no es historia pasada, sino alguien que quiere hablar hoy con nosotros. De ahí la convocatoria del evento. Benedicto XVI explicó que lo abría para escuchar al Apóstol como nuestro maestro en la fe y en la verdad, donde están radicadas las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo. Reflexionar hoy sobre el Maestro de los Gentiles representa, pues, abrir nuestra mirada «hacia el futuro, hacia todos los pueblos y todas las generaciones. Pablo no es agua pasada, alguien a quien recordamos con veneración. Es sobremanera «nuestro maestro, apóstol y anunciador de Jesucristo también para nosotros».

No debiéramos perder de vista, por tanto, estos tres aspectos suyos dignos de señalamiento, a saber: su amor a Cristo y su valentía a la hora de predicar el Evangelio; su experiencia de la unidad de la Iglesia con Jesucristo; y su persuasión de que el sufrimiento va inseparablemente unido a la evangelización. Confiesa en Gálatas que «su fe es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal, convencido de que Cristo afrontó la muerte no por algo anónimo, sino por amor a él, Pablo, y que, como resucitado, lo ama todavía» (Cf. Ga 3, 19-20). No es, por eso, su fe «una teoría u opinión sobre Dios o sobre el mundo, sino el impacto del amor de Dios sobre su corazón». A él esta experiencia le servía de empuje a través de las dificultades, porque «lo que lo motivaba en lo más profundo, era el ser amado por Jesucristo y el deseo de transmitir a otros este amor. Pablo era alguien capaz de amar, y todo su obrar y sufrir se explica a partir de este centro».



7. LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

No sería errado sostener que todo el Año Paulino discurrió en clave de conversión. La Sagrada Escritura, en realidad, está llena de pasajes alusivos a ella, a la necesidad de convertirse, al cambio de vida (que eso es convertirse), a la mudanza en la manera de pensar y de ser. Es de notar, además, que la mayoría de este rimero de textos reclaman un reflexivo especial, ya que no es que yo me convierta o me deje convertir, me vaya o me deje atraer de Dios, sino que es Dios quien me convierte: soy yo el convertido por Dios. De la misma manera que mediante la fuerza del Espíritu transforma las ofrendas en la Eucaristía, Dios me cambia a mí de pecador a santo, de perdido en recuperado. Lo cual supone admitir la inmediata concurrencia de argumentos de teología profunda, como son los de la gracia, la libertad, la obra divina que actúa en ti sin que puedas ni quieras impedirlo. Tu conversión así es obra tuya, sí, pero porque antes lo es de Dios y de Dios depende. Para siempre lo dejó dicho san Agustín: «Quien te creó sin ti, no te justifica sin ti» (Serm. 169,13).
Si la clave para entender a San Pablo es Damasco, la de San Agustín es Milán. Por cierto que hasta en lo que atañe al repentino encuentro con la Gracia guardan los dos parecido. En el ardoroso discípulo de Gamaliel resuena el «Saulo, Saulo» (Hch 9,4). En el grandilocuente neoplatónico de Tagaste, el «¡Toma y lee!, ¡Toma y lee!» (Conf. 8,12,29). De un perseguidor de Cristo, la Gracia saca en Damasco al Apóstol de las Gentes. De un contestador anticatólico, sale en Milán el más grande Padre y Doctor de la Iglesia. Se explica, pues, la clave conversional en el Año Paulino.



6. SAN PABLO, REFERENTE PRINCIPAL DEL OCTAVARIO

Desde 1968 la Comisión Fe y Constitución, del Consejo Ecuménico de las Iglesias, y, por parte católica, el Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos elaboran conjuntamente lemas y textos del Octavario, el que a menudo se denomina también Semana de oración por la unidad de los cristianos, que va justamente del 18 al 25 de enero, fecha de la conversión del Apóstol. La comisión conjunta de ambos organismos extrae siempre de la Biblia, Nuevo Testamento sobre todo, el material, del que huelga decir que resulta siempre altamente sugeridor de caminos unionistas. Pues bien, en los 41 años transcurridos hasta la fecha, los teólogos redactores han recurrido a san Pablo nada menos que veinte veces, frente a ocho de san Juan, tres de los Salmos y de Mateo, dos de los Hechos y del Apocalipsis, y una de Pedro, Lucas, Marcos y Ezequiel.

Queda claro, pues, a quién prefieren acudir los organizadores cuando de acopiar material ecuménico se trata. Y si así es, entiende uno que no pueda obedecer ello sino al ecumenismo que san Pablo se traía entre manos, el que vivió y propuso a sus comunidades, el que se ha venido meditando durante el Año Paulino. La unidad era, diríase, la niña de sus ojos. Se nota, por ejemplo, cuando desenmascara los peligros al acecho exhortando a que los efesios alejen de sí «toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad» (Ef 4,31), o cuando manda que los corintios pongan fin a envidias y discordias y banderías entre los de Pablo y los de Apolo (1 Co 3, 1-10). El Año Paulino, en fin, supo destacar también esta faceta de un Pablo referente principal del Octavario.



5. «¿POR QUÉ ME HAS DIVIDIDO?»

Ningún apóstol más ecumenista que san Pablo, el que abrió la Iglesia a los gentiles, el que impulsó la catolicidad por los cuadrantes todos de la difusa Ecumene, el que previno a sus comunidades contra cualquier asomo de animosidad y discordia, el que nos dejó en sus escritos la mejor teología de la unidad en el Nuevo Testamento. Parece que hubiera sido ayer la solemne ceremonia de apertura de la «puerta paulina», cuando Benedicto XVI y Bartolomé I encendieron juntos en el atrio del cuadripórtico de San Pablo Extramuros la llama paulina que lució en los meses jubilares y seguirá luciendo para siempre en recuerdo del evento.

«Para mí –confesó entonces el Papa- es motivo de íntima alegría que la inauguración del Año Paulino asuma un carácter ecuménico peculiar por la presencia de numerosos delegados y representantes de otras Iglesias y comunidades eclesiales, a quienes acojo con corazón abierto». Ceñido a la conversión del Apóstol, «modelo y camino hacia la unidad plena, ya que la unidad requiere una conversión: de la división a la comunión, de la unidad herida a la unidad restablecida y plena», hizo el Papa ver cómo «el mismo Señor que llamó a Saulo en el camino de Damasco ( Cf. Hch 9,4) se dirige a los miembros de su Iglesia, que es una y santa, y llamando a cada uno por su nombre pregunta: ¿Por qué me has dividido? ¿Por qué has desgarrado la unidad de mi cuerpo?». Devino san Pablo así «en instrumento elegido de la predicación de la unidad conquistada por Jesús mediante la cruz y la resurrección», y sigue sin duda con su doctrina apostólica dibujándonos el retador horizonte de la última Cena: «Que todos sean uno, para que el mundo crea» (Jn 17, 21).



4. JUNTOS MEJOR QUE SOLOS

En uno de sus últimos actos públicos como arcipreste de la basílica de San Pablo Extramuros, el cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo recordó que el Año Paulino había nacido como un «año temático» con dos motivos fundamentales: «dar a conocer mejor y meditar el riquísimo mensaje del Apóstol de las Gentes en sus escritos que, a menudo son difíciles y poco conocidos o interpretados mal», y «desarrollar varios programas de dimensión ecuménica, o sea poner en marcha cada vez más con las Comunidades cristianas no católicas todos los eventos de oración, estudio y cultura que se pueden llevar a cabo juntos mejor que solos».

Juntos mejor que solos suena bien y se hace mal, siendo así que hasta podría servir de máxima en el próximo centenario del ecumenismo moderno, dado que éste nació el año 1910 en Edimburgo. Juntos mejor que solos resulta de igual modo uno de los mejores resúmenes paulinos en materia de unidad. Juntos mejor que solos puede asimismo lucir en las páginas de Internet que se ocupan de tan santa causa. Cien años de ecumenismo son un siglo, bien lo sé. Mucho tiempo para quien ha de afrontar dicha tarea. Poco, en cambio, casi nada, un suspiro como quien dice, para la gracia de Dios. Desde los discursos almacenados en papel impreso, se le hace a uno que Juntos mejor que solos resulta un dicho que ha producido copiosos frutos. Contemplado por el contrario desde la unidad vivida y sentida y practicada, el lema entonces se queda corto, raquítico y enclenque. Y a uno, la verdad, le sube entonces corazón arriba, como un grito desgarrador, el típico proverbio de los desencantados: obras son amores y no buenas razones.



3. ESCUCHAR DE MODO NUEVO AL MAESTRO DE LAS GENTES

La frase pertenece al Papa Benedicto XVI, pródigo en tales regalos, y más concretamente aún a su homilía en la solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo. «En el Año Paulino que ayer concluyó –decía el Papa- buscamos escuchar de un modo nuevo a él, el Maestro de las Gentes, y de aprender así nuevamente el alfabeto de la fe. Hemos buscado reconocer con Pablo y mediante Pablo a Cristo y encontrar así el camino para la recta vida cristiana». Como herencia del Año Paulino, pues, debiera quedar este oportuno exhorto papal a escuchar de modo nuevo al Apóstol. No es fácil. Porque antes del evento ya escuchábamos a san Pablo, por supuesto. A ningún cristiano se le oculta que en la estructura de la misa figura una primera parte dedicada a la liturgia de la Palabra, entre cuyos componentes de la lectura del Nuevo Testamento destacan las cartas de los Apóstoles, los Hechos y el Apocalipsis, y entre las primeras resplandece de modo habitual san Pablo.

Quizás explique este escuchar de modo nuevo al Apóstol el inciso con el que Benedicto XVI matiza su texto cuando precisa: aprender así nuevamente el alfabeto de la fe. Y es que una de las magníficas lecciones que san Pablo impartió con sus cartas y respaldó con sus visitas a las diversas comunidades por él fundadas consistió precisamente en inculcar la fe, incipiente si se quiere, pero fe; adolescente aún, es posible, pero fe. Una fe en Jesús resucitado, en el Jesús que se le había aparecido a él en Damasco y que él comunicaba por doquier no como el cúmulo de una doctrina, sino con el aliento propio de una Persona: el Jesús de Nazaret, muerto y resucitado. De ahí lo del alfabeto de nuestra fe.



2. UN VERDADERO TIEMPO DE GRACIA

Con la clausura papal en San Pablo Extramuros terminó el Año Paulino, abierto en el segundo milenario natalicio del Apóstol de las gentes. Bueno será reconocer que ante todo ha sido para la Iglesia un verdadero tiempo de gracia, un kairós, en el que, mediante las peregrinaciones, las catequesis, las múltiples publicaciones y las diversas iniciativas, la figura del Apóstol ha sido propuesta de nuevo a toda la cristiandad como ejemplo a seguir, y su vibrante mensaje ha servido para reavivar por doquier la pasión por Cristo y por el Evangelio. Demos, pues, gracias a Dios por el evento de marras y los cuantiosos dones espirituales que ha reportado. Dicho en tiempos de globalización y posmodernidad y nueva evangelización, también de tanto relativismo, esto se me antoja extraordinariamente saludable.

El de Tarso constituye a día de hoy un paradigma no tanto en la concreción de su vida –que fue, sin duda, extraordinaria-, sino en el amor por Cristo, en el celo por el anuncio del Evangelio, en la dedicación a la comunidad y en la elaboración de eficaces síntesis de teología pastoral. Ojalá fuéramos conscientes de lo fuerte y humilde al mismo tiempo que supo ser, y cómo estaba íntimamente convencido de que todo es mérito de Dios; todo, gracia suya. «El amor de Cristo nos posee» –llegó a escribir-, lo cual debe hacernos caer en la cuenta de que no somos nosotros quienes poseemos a Dios, sino que es Dios quien nos posee, y quien nos llama a su reino para ser suyos y de la Iglesia. Maravillosa ocasión para fortalecer nuestra fe y nuestra esperanza, mediante el trato asiduo con Cristo en la oración, siempre de la mano del apóstol Pablo.



1. SIETE DELEGACIONES PONTIFICIAS

La clausura del Año Paulino ha contado con el hecho insólito de siete delegaciones pontificias presididas cada una por un cardenal, que Benedicto XVI envió a los siete lugares principales relacionados con el Apóstol: Tierra Santa, Damasco, Tarso, Chipre, Atenas, Malta y Líbano. Sobre dar gracias a Dios y solemnizar el acontecimiento, pretendían también invitar a que prosigan firmes las iniciativas del Año de gracia, especialmente las del irreversible camino de la unidad. En resumen, una poderosa invitación al pancristianismo para que continúe acogiendo al Apóstol.

Muy numerosas, es natural, las peregrinaciones y abundantes los eventos, empezando por la aportación doctrinal del Papa con sus discursos, homilías y audiencias. Y multitudinarias a todas luces las visitas a la tumba del Apóstol. Especial relieve tuvieron, como es comprensible, las de los Patriarcas orientales, católicos y no católicos. En tal sentido es de subrayar la importancia ecuménica que revistieron otras iniciativas a cargo de la abadía benedictina de San Pablo, unas de carácter litúrgico y otras de estudio y de cultura. Emotivo en particular resultó el momento en que Benedicto XVI aludió en su homilía de clausura a los trabajos realizados bajo el altar papal que rodea la tumba de San Pablo, para permitir a los peregrinos visitar un ala del gran sarcófago de mármol, que hasta el momento nunca había sido abierto. Dignos también de señalamiento, en fin, los eventos musicales, de altísimo nivel muchos de ellos, tenidos en la Basílica, los numerosos trabajos de restauración llevados a cabo en el sagrado recinto, así como la renovación completa de toda la iluminación eléctrica.








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