El Papa elogia la lucha de México contra pobreza, narcotráfico y desigualdades, campo
abonado para la delincuencia, y propugna la renovación moral y educar las conciencias
Viernes, 10 jul (RV).- Ante los desafíos de la actualidad, el Papa reza para que el
querido pueblo mexicano - afianzado en la fe en Jesucristo - impulse la libertad religiosa,
pilar de los derechos humanos; la justicia; la paz; la lucha contra hambre, pobreza,
violencia, corrupción y criminalidad; y la tutela de la dignidad de la vida humana
y de la familia.
Benedicto XVI ha dado su cordial bienvenida, esta mañana,
al nuevo embajador de México, Héctor Federico Ling Altamirano, con sus mejores deseos
para toda esta nación, que acompaña con su oración ferviente, para que, «afrontando
con valentía, decisión y unidad las vicisitudes del momento presente, el querido pueblo
mexicano pueda seguir avanzando por los caminos de la libertad, la solidaridad y el
progreso social».
Refiriéndose a la identidad mexicana «forjada, a lo largo
de los siglos, en fecunda relación con el mensaje de salvación que la Iglesia católica
proclama», el Papa ha hecho hincapié en que «la fe en Jesucristo ha engendrado en
México una cultura que brinda un sentido específico y completo de la vida y una visión
esperanzada de la existencia, ilustrando al mismo tiempo una serie de principios sustanciales
para el desarrollo armónico de toda la sociedad, como son la promoción de la justicia,
el trabajo por la paz y la reconciliación, el fomento de la honradez y la transparencia,
la lucha contra la violencia, la corrupción y la criminalidad, la constante tutela
de la vida humana y la salvaguarda de la dignidad de la persona».
Destacando
con satisfacción la celebración, hace unos meses, del VI Encuentro Mundial de las
Familias en la Ciudad de México Benedicto XVI ha puesto de relieve la importancia
de esta institución. Pues, «en efecto, la familia, comunidad de vida y amor, fundada
en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, es la célula básica de todo
el tejido social, por lo que es de suma trascendencia que se le ayude adecuadamente,
de modo que los hogares no dejen de ser escuelas de respeto y entendimiento mutuo,
semilleros de virtudes humanas y motivo de esperanza para el resto de la sociedad».
El Papa ha animado a seguir impulsando las buenas relaciones entre la Santa
Sede y México, refiriéndose luego al XV aniversario del restablecimiento de las relaciones
diplomáticas y a los actos que se organizaron en la Ciudad de México, «en los que
se ahondó en diversos temas de interés común, como la manera correcta de entender
un auténtico Estado democrático y su deber de amparar y favorecer la libertad religiosa
en todos los aspectos de la vida pública y social de la Nación».
Una vez más,
el Santo Padre ha recordado que «la libertad religiosa no es un derecho más, ni tampoco
un privilegio que la Iglesia católica reclama. Es la roca firme donde los derechos
humanos se asientan sólidamente, ya que dicha libertad manifiesta de modo particular
la dimensión trascendente de la persona humana y la absoluta inviolabilidad de su
dignidad. Por ello, la libertad religiosa pertenece a lo más esencial de cada persona,
de cada pueblo y nación». Por lo que se debe asegurar a los creyentes «la plena garantía
de manifestar públicamente su religión, ofreciendo también su aportación a la edificación
del bien común y del recto orden social en cualquier ámbito de la vida, sin ningún
tipo de restricción o coacción».
En este contexto, Benedicto XVI ha señalado
que la Iglesia católica «no desea interferir en la debida autonomía de las instituciones
civiles. Ella, fiel al mandato recibido de su divino Fundador, busca alentar las iniciativas
que beneficien a la persona humana, promuevan integralmente su dignidad y reconozcan
su dimensión espiritual, sabiendo que el mejor servicio que los cristianos pueden
prestar a la sociedad es la proclamación del Evangelio, que ilumina una genuina cultura
democrática y orienta en la búsqueda del bien común. Se pone así de manifiesto que
la Iglesia y la comunidad política están y deben sentirse, aunque por diverso título,
al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres (cf. Gaudium et
spes, 76)».
Entre los numerosos pasos, que desde diversas instancias mexicanas,
«se están dando para fomentar un orden social más justo y solidario y superar las
contrariedades que continúan atenazando al país», Benedicto XVI ha destacado la atención
y el empeño con que las autoridades de México «están encarando cuestiones tan graves
como la violencia, el narcotráfico, las desigualdades y la pobreza, que son campo
abonado para la delincuencia». Problemas para cuya solución eficaz y duradera «no
son suficientes medidas técnicas o de seguridad. Se requiere una anchura de miras
y la eficiente conjunción de esfuerzos, además de propiciar una necesaria renovación
moral, la educación de las conciencias y la construcción de una verdadera cultura
de la vida». En esta tarea – ha afirmado el Papa - «las Autoridades y las distintas
fuerzas de la sociedad mexicana encontrarán siempre la leal cooperación y solidaridad
de la Iglesia católica».
«Nunca se insistirá bastante en que el derecho a la
vida debe ser reconocido en toda su amplitud. En efecto, toda persona merece respeto
y solidaridad desde el momento de su concepción hasta su muerte natural», recordado
nuevamente el Santo Padre, recordando asimismo que esta noble causa «debe estar sostenida
también por el esfuerzo de las Autoridades civiles en la promoción de leyes justas
y políticas públicas efectivas que tengan en cuenta el altísimo valor que posee todo
ser humano en cada momento de su existencia». A este respecto, Benedicto XVI ha saludado
con gozo «la iniciativa de México, que en el año 2005 eliminó de su legislación la
pena capital, así como las recientes medidas que algunos de sus Estados han adoptando
para proteger la vida humana desde su comienzo». Estas apuestas decididas en una cuestión
tan fundamental - ha deseado el Papa - han de ser un emblema de México, del que debe
sentirse justamente orgulloso, pues en el reconocimiento del derecho a la vida “se
fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política” (Juan Pablo II, Carta
Encíclica Evangelium Vitae, 2).
El Santo Padre ha concluido su discurso suplicando
«a Dios, por intercesión de María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, que bendiga,
proteja y acompañe a todos los mexicanos, tan cercanos al corazón del Papa, para que
en su País resplandezca incesantemente la concordia, la fraternidad y la justicia».
Por
su parte el nuevo embajador de México ante la Santa Sede abrió su discurso al Papa
expresando que esta presentación de cartas credenciales tiene lugar en concomitancia
con la publicación de la Carta Encíclica “Caritas in Veritate”. Además el diplomático
se refirió a la aguda crisis financiera y económica, al deterioro del medio ambiente,
a la proliferación de enfermedades, al agudizarse de la marginación y la pobreza,
de ahí que aludiera a que la joven relación entre México y la Santa Sede, “está afianzada
en objetivos tales como la construcción de nuevas sociedades que se apoyen en bases
de virtudes cívicas”.
Otro tema subrayado por el embajador mexicano fue el
mutuo apoyo en las causas fundadas en valores universales, y la solidaridad compartida,
subrayando que actualmente su País trabaja para garantizar una vida digna a la población
en aras del desarrollo sustentable del país y de los esfuerzos que el gobierno realiza
por hacer valer los derechos humanos de los migrantes y de sus familias.
DISCURSO
COMPLETO
Señor Embajador:
1. Me complace recibir
a Vuestra Excelencia en el solemne acto en el que me hace entrega de las Cartas que
lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de los Estados Unidos
Mexicanos ante la Santa Sede. Le agradezco cordialmente las deferentes palabras que
me ha dirigido, rogándole al mismo tiempo que tenga la bondad de transmitir al Señor
Presidente de la República, Licenciado Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, a su Gobierno
y a todas las nobles gentes de su País mis mejores deseos, que acompaño con mi oración
ferviente, para que, afrontando con valentía, decisión y unidad las vicisitudes del
momento presente, el querido pueblo mexicano pueda seguir avanzando por los caminos
de la libertad, la solidaridad y el progreso social.
2. Vuestra Excelencia
viene como Representante de una gran Nación, cuya identidad se ha ido forjando a lo
largo de los siglos en fecunda relación con el mensaje de salvación que la Iglesia
católica proclama, como se puede ver en muchas de sus costumbres y fiestas populares,
en su arquitectura y otras diversas manifestaciones. La fe en Jesucristo ha engendrado
en México una cultura que brinda un sentido específico y completo de la vida y una
visión esperanzada de la existencia, ilustrando al mismo tiempo una serie de principios
sustanciales para el desarrollo armónico de toda la sociedad, como son la promoción
de la justicia, el trabajo por la paz y la reconciliación, el fomento de la honradez
y la transparencia, la lucha contra la violencia, la corrupción y la criminalidad,
la constante tutela de la vida humana y la salvaguarda de la dignidad de la persona.
3.
La celebración hace unos meses del VI Encuentro Mundial de las Familias en la Ciudad
de México ha puesto de relieve, además, la importancia de esta institución, tan estimada
por el pueblo mexicano. En efecto, la familia, comunidad de vida y amor, fundada en
el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, es la célula básica de todo
el tejido social, por lo que es de suma transcendencia que se le ayude adecuadamente,
de modo que los hogares no dejen de ser escuelas de respeto y entendimiento mutuo,
semilleros de virtudes humanas y motivo de esperanza para el resto de la sociedad.
En este contexto, deseo reiterar mi satisfacción por los frutos de ese importante
Encuentro eclesial, a la vez que quiero agradecer nuevamente a las Autoridades de
su País, y a todos los mexicanos, la diligencia mostrada en su organización.
4.
Me es grato constatar las buenas relaciones entre la Santa Sede y México, tras los
importantes avances que se han ido produciendo en estos años en un clima de recíproca
autonomía y sana colaboración. Esto nos debe animar a esforzarnos por estrecharlas
en el porvenir, teniendo en cuenta el puesto relevante que la religión ocupa en la
idiosincrasia y la historia de vuestra Patria. Precisamente, con motivo del XV aniversario
del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre su País y la Santa Sede,
se organizaron en la Ciudad de México una serie de actos conmemorativos en los que
se ahondó en diversos temas de interés común, como la manera correcta de entender
un auténtico Estado democrático y su deber de amparar y favorecer la libertad religiosa
en todos los aspectos de la vida pública y social de la Nación. En efecto, la libertad
religiosa no es un derecho más, ni tampoco un privilegio que la Iglesia católica reclama.
Es la roca firme donde los derechos humanos se asientan sólidamente, ya que dicha
libertad manifiesta de modo particular la dimensión trascendente de la persona humana
y la absoluta inviolabilidad de su dignidad. Por ello, la libertad religiosa pertenece
a lo más esencial de cada persona, de cada pueblo y nación. El significado medular
de la misma no consiente limitarla a una mera convivencia de ciudadanos que practican
privadamente su religión, o restringirla al libre ejercicio del culto, sino que se
ha de asegurar a los creyentes la plena garantía de manifestar públicamente su religión,
ofreciendo también su aportación a la edificación del bien común y del recto orden
social en cualquier ámbito de la vida, sin ningún tipo de restricción o coacción.
A este respecto, la Iglesia católica, a la vez que sostiene e impulsa esta visión
positiva del papel de la religión en la sociedad, no desea interferir en la debida
autonomía de las instituciones civiles. Ella, fiel al mandato recibido de su divino
Fundador, busca alentar las iniciativas que beneficien a la persona humana, promuevan
integralmente su dignidad y reconozcan su dimensión espiritual, sabiendo que el mejor
servicio que los cristianos pueden prestar a la sociedad es la proclamación del Evangelio,
que ilumina una genuina cultura democrática y orienta en la búsqueda del bien común.
Se pone así de manifiesto que la Iglesia y la comunidad política están y deben sentirse,
aunque por diverso título, al servicio de la vocación personal y social de los mismos
hombres (cf. Gaudium et spes, 76).
5. Muchos son los pasos que desde
diversas instancias de vuestra Nación se están dando para fomentar un orden social
más justo y solidario y superar las contrariedades que continúan atenazando al País.
En este sentido, merece la pena destacar la atención y el empeño con que las Autoridades
de vuestra Patria están encarando cuestiones tan graves como la violencia, el narcotráfico,
las desigualdades y la pobreza, que son campo abonado para la delincuencia. Es bien
sabido que para una solución eficaz y duradera de esos problemas no son suficientes
medidas técnicas o de seguridad. Se requiere una anchura de miras y la eficiente conjunción
de esfuerzos, además de propiciar una necesaria renovación moral, la educación de
las conciencias y la construcción de una verdadera cultura de la vida. En esta tarea,
las Autoridades y las distintas fuerzas de la sociedad mexicana encontrarán siempre
la leal cooperación y solidaridad de la Iglesia católica.
6. Nunca se
insistirá bastante en que el derecho a la vida debe ser reconocido en toda su amplitud.
En efecto, toda persona merece respeto y solidaridad desde el momento de su concepción
hasta su muerte natural. Esta noble causa, en la que valientemente se han comprometido
muchos hombres y mujeres, debe estar sostenida también por el esfuerzo de las Autoridades
civiles en la promoción de leyes justas y políticas públicas efectivas que tengan
en cuenta el altísimo valor que posee todo ser humano en cada momento de su existencia.
A este respecto, deseo saludar con gozo la iniciativa de México, que en el año 2005
eliminó de su legislación la pena capital, así como las recientes medidas que algunos
de sus Estados han adoptando para proteger la vida humana desde su comienzo. Estas
apuestas decididas en una cuestión tan fundamental han de ser un emblema de vuestra
Patria, del que debe sentirse justamente orgullosa, pues en el reconocimiento del
derecho a la vida “se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política”
(Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium Vitae, 2).
7. Señor Embajador,
antes de concluir este encuentro, quisiera felicitar a Vuestra Excelencia, a su familia
y a los demás miembros de esa Misión Diplomática, así como reiterarle que en mis colaboradores
hallará siempre la cooperación que precise en el alto cometido de representar a su
querida Nación ante la Sede Apostólica.
Suplico a Dios, por intercesión
de María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, que bendiga, proteja y acompañe a
todos los mexicanos, tan cercanos al corazón del Papa, para que en su País resplandezca
incesantemente la concordia, la fraternidad y la justicia.