Jueves,
4 jun (RV).- En nuestro mundo agitado, individualizado, parece que se impusiera como
una máxima popular la desconfianza en todo y en todos, como una forma de protección,
de blindaje ante cualquier posibilidad de algo que pueda producirnos daño, afectarnos.
¿Cómo recuperar la confianza los unos en los otros? Tal vez esta desconfianza tenga
que ver justamente con la transformación de valores y actitudes cotidianas como la
lealtad, el respeto y la solidaridad.
No cabe duda que el cambio social
comienza en cada uno de nosotros cuando actuamos con honestidad, responsabilidad,
respeto y conciencia hacia nosotros mismos y los demás en todo momento. Desde las
cosas mas menudas de la vida cotidiana como comprar en la tienda donde ya no se le
fía a nadie, hasta las mismas interacciones de la política, casi en todos los ámbitos
nos hemos acostumbrado a la mediocridad, la irresponsabilidad, la impuntualidad, la
corrupción, el ventajismo, el incumplimiento, la mentira, la justificación de nuestras
faltas, la deslealtad, la crítica y el juicio a la ligera, y entonces, en medio de
todo ello ¿donde queda la confianza?
Pero no quiere decir ello que
entonces todos somos malos y mediocres, el asunto es que nos hemos venido acostumbrando
a las famosas mentiras blancas, a justificar la pereza de nuestros hijos, que importa
si llegamos 15 minutos tarde a nuestra cita, al fin y al cabo todos tenemos derecho
a equivocarnos, y en pos de tener la justificación garantizada, las exigencias en
la pulcritud, en la verdad, en el cumplimiento de las cosas simples ya no son la norma,
sino la excepción. Y entonces todo se pasa, todo se justifica.
Y en
medio de la desconfianza justificada por cada acción, los errores y sus consecuencias
simplemente se asumen con desdeño, con una mirada egocéntrica que responde sólo a
nuestros propios beneficios. ¿Cuándo vamos a aprender que el daño que se les hace
a otros se devuelve para enseñarnos nuestra equivocación?
Nuestra cotidianidad
y sobre todo ese agite diario no sólo nos priva de espacios de reflexión, necesarios
para aprender, sino que además nos fuerza a utilizar como único criterio para examinar
lo que hacemos “la razón o las razones”. Y éstas son justificaciones de lo que hacemos.
Solo
la reflexión en nuestros actos, y la comprensión de las interacciones constantes de
lo social nos permiten entender que los errores que cometemos y todas sus consecuencias
se nos devuelven de miles formas.
Si asumimos que la acción y la omisión
son como un búmeran, sabremos que el destino de nuestra familia y de la nación nos
compromete a reparar las faltas de cualquiera, ya que el castigo individual podrá
ser necesario, pero de ninguna manera suficiente como acción que garantice el aprendizaje
y la reparación.
Al parecer los aprendizajes de convivencia y de tolerancia
se han quedado cortos. La pérdida de la confianza entre unos y otros, la falta de
conciencia de lo que hacemos en lo cotidiano, sin duda alguna son elementos que perjudican
nuestra convivencia social, familiar y sobre todo deterioran nuestras formas de comprender
las relaciones entre unos y otros.
Al parecer muchos de nosotros seguimos
viviendo en los extremos, en la inconsciencia de lo que hacemos, sin poder trascender
los conflictos, considerando que negociar es entregarse, ignorando que la radicalidad
es una actitud que alimentan la violencia que nos desangra. Nos polarizamos como si
la realidad sólo admitiera dos posiciones: conmigo o contra mí.
Al parecer
continuamos viviendo el día a día sin aprender la lección: sólo sucede el amor cuando
la convivencia humana ocurre en la libertad. Todos nosotros tenemos la obligación
y el derecho de tratar y ser tratados con amor, la disciplina y la tolerancia, pues
sólo así podremos dedicar nuestras vidas al cultivo de los más altos valores de la
libertad y la dignidad humana.