2009-05-31 19:04:49

En la conclusión del mes de mayo, Benedicto XVI invita a los fieles a permanecer siempre con María, madre de todas las generaciones


Domingo, 31 may (RV).- Precisamente porque hoy la Solemnidad de Pentecostés coincide con la memoria de la Visitación de María ayer se celebró en la Gruta de Lourdes de los Jardines Vaticanos la conclusión del mes de mayo con la presencia de Benedicto XVI. Tras el rezo del Santo Rosario desde la iglesia de San Esteban de los abisinios hasta la parte más alta de la colina vaticana donde se encuentra la gruta de Lourdes, llegó el Santo Padre quien dirigió unas palabras a los que habían participado en esta práctica piadosa mariana y les impartió la Bendición Apostólica.

La gran fiesta de Pentecostés nos invita a meditar sobre la relación entre el Espíritu Santo y María, una relación estrechísima, privilegiada, indisoluble. La Virgen de Nazaret fue preelegida para convertirse en la Madre del Redentor por obra del Espíritu santo: en su humildad, encontró gracia a los ojos de Dios (cfr Lc 1,30). En efecto, en el nuevo Testamento vemos que la fe de María, por decirlo de alguna forma, “atrae” el don del espíritu Santo.

Benedicto XVI tras recordar la Anunciación del Señor a su Madre y la visitación de María a su prima Isabel, subrayó que todos estos acontecimientos así como el nacimiento de Jesús y su infancia fueron guiados de manera casi palpable por el Espíritu Santo. “El corazón de María, en perfecta sintonía con el Hijo divino, es templo del espíritu de verdad, donde cada palabra y cada acontecimiento quedan custodiados en la fe, en la esperanza y en la caridad” (cfr Lc 2,19,51). Y después de enumerar algunos pasajes del Evangelio en los que se pone de manera relevante la unión entre el Hijo y la Madre el Papa finalizó con estas palabras:

De esta manera la fe de María sostiene a aquella de los discípulos hasta el encuentro final con el Señor resucitado, y continuó a acompañarles también después de su Ascensión, a la espera del “bautismo en el espíritu Santo” (cfr At 1,5) En Pentecostés, la Virgen Madre aparece de nuevo como Esposa del Espíritu, por una maternidad universal respecto de todos aquellos que han sido generados por Dios por la fe en Cristo. Por esto María es para todas las generaciones imagen y modelo de la Iglesia, que junto al espíritu camina en el tiempo invocando el retorno glorioso de Cristo: “Ven, Señor Jesús” (cfr Ap 22,17.20)







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