En la conclusión del mes de mayo, Benedicto XVI invita a los fieles a permanecer siempre
con María, madre de todas las generaciones
Domingo, 31 may (RV).- Precisamente porque hoy la Solemnidad de Pentecostés coincide
con la memoria de la Visitación de María ayer se celebró en la Gruta de Lourdes de
los Jardines Vaticanos la conclusión del mes de mayo con la presencia de Benedicto
XVI. Tras el rezo del Santo Rosario desde la iglesia de San Esteban de los abisinios
hasta la parte más alta de la colina vaticana donde se encuentra la gruta de Lourdes,
llegó el Santo Padre quien dirigió unas palabras a los que habían participado en esta
práctica piadosa mariana y les impartió la Bendición Apostólica.
La gran
fiesta de Pentecostés nos invita a meditar sobre la relación entre el Espíritu Santo
y María, una relación estrechísima, privilegiada, indisoluble. La Virgen de Nazaret
fue preelegida para convertirse en la Madre del Redentor por obra del Espíritu santo:
en su humildad, encontró gracia a los ojos de Dios (cfr Lc 1,30). En efecto, en el
nuevo Testamento vemos que la fe de María, por decirlo de alguna forma, “atrae” el
don del espíritu Santo.
Benedicto XVI tras recordar la Anunciación del Señor
a su Madre y la visitación de María a su prima Isabel, subrayó que todos estos acontecimientos
así como el nacimiento de Jesús y su infancia fueron guiados de manera casi palpable
por el Espíritu Santo. “El corazón de María, en perfecta sintonía con el Hijo divino,
es templo del espíritu de verdad, donde cada palabra y cada acontecimiento quedan
custodiados en la fe, en la esperanza y en la caridad” (cfr Lc 2,19,51). Y después
de enumerar algunos pasajes del Evangelio en los que se pone de manera relevante la
unión entre el Hijo y la Madre el Papa finalizó con estas palabras:
De esta
manera la fe de María sostiene a aquella de los discípulos hasta el encuentro final
con el Señor resucitado, y continuó a acompañarles también después de su Ascensión,
a la espera del “bautismo en el espíritu Santo” (cfr At 1,5) En Pentecostés, la Virgen
Madre aparece de nuevo como Esposa del Espíritu, por una maternidad universal respecto
de todos aquellos que han sido generados por Dios por la fe en Cristo. Por esto María
es para todas las generaciones imagen y modelo de la Iglesia, que junto al espíritu
camina en el tiempo invocando el retorno glorioso de Cristo: “Ven, Señor Jesús” (cfr
Ap 22,17.20)