2009-05-14 10:45:50

El Papa exhorta en Nazaret a cristianos y musulmanes a reparar el daño hecho y trabajar juntos para encontrar formas de convivir pacíficamente


Jueves, 14 may (RV).- Benedicto XVI ha celebrado este jueves la Santa Misa en el Monte del Precipicio y ha exhortado a cristianos y musulmanes a reparar el daño hecho y a trabajar juntos para encontrar formas de convivir pacíficamente. El Papa ha lamentado las tensiones que Nazaret ha experimentado en los años recientes, “que han dañado las relaciones entre las comunidades cristiana y musulmana”. En este contexto el Pontífice ha invitado a “las personas de buena voluntad de ambas comunidades a reparar el daño que ha sido hecho, y en la fidelidad al credo común en un único Dios, Padre de la familia humana, trabajar para construir puentes y encontrar formas de convivir pacíficamente. ¡Que cada cual rechace el poder destructivo del odio y del prejuicio, que asesinan el alma humana antes que al cuerpo!”

El Santo Padre ha tenido palabras de gratitud y alabanza hacia cuantos se dedican “a llevar el amor de Dios a los niños de esta ciudad y educar a las nuevas generaciones por los caminos de la paz”. Benedicto XVI ha citado de forma especial a las iglesias locales y como se esfuerzan, en escuelas e instituciones caritativas, en derribar los muros y ser terreno fértil de encuentro, de diálogo, de reconciliación y de solidaridad.

“Animo a los sacerdotes, a los religiosos, a los catequistas y a los profesores a que se comprometan, junto con los padres y cuantos se dedican al bien de nuestros muchachos, a perseverar en dar testimonio del Evangelio, a tener confianza en el triunfo del bien y de la verdad, y a confiar en que Dios hará crecer toda iniciativa destinada a difundir su Reino de santidad, solidaridad, justicia y paz. Al mismo tiempo reconozco con gratitud la solidaridad que muchos hermanos y hermanas nuestros en todo el mundo expresan hacia los fieles de Tierra Santa, apoyando los loables programas y actividades de la Catholic Near East Welfar Association”.

La celebración de hoy en Nazaret concluye el Año para la Familia celebrado por la Iglesia Católica en Tierra Santa, y el Papa ha hablado ampliamente en su homilía sobre la familia, “la primera escuela de la sabiduría, una escuela que educa a los propios miembros en la práctica de aquellas virtudes que conducen a la felicidad auténtica y duradera” y donde tienen lugar los “esfuerzos amorosos de los padres para asegurar una formación integral humana y espiritual para sus hijos”.

Hablando en concreto de la Sagrada Familia de Nazaret, el Papa se ha referido también a cada uno de sus componentes. María ha sido el punto de partido para hablar de las mujeres y de sus carismas y talentos particulares: “Ya sea como madres de familia, como presencia vital en las fuerzas laborales y en las instituciones de la sociedad, o como en la particular vocación a seguir al Señor”.

En cuanto a José, Benedicto XVI ha subrayado que “en el carpintero de Nazaret vemos como la autoridad puesta al servicio del amor es infinitamente más fecunda que el poder que intenta dominar”. “¡Cuanta necesidad tiene nuestro mundo –ha dicho el Papa- del ejemplo, de la guía y de la silenciosa calma de hombres como José!”

Y hablando sobre Jesús el Santo Padre se ha dirigido a los jóvenes presentes y les ha pedido que reflexionen y “dejen que el ejemplo de Jesús les guíe no sólo mostrando respeto a sus padres, sino también ayudándoles a descubrir con más plenitud el amor que da a nuestra vida el sentido más completo”.



HOMILÍA COMPLETA Y CRÓNICA DE LA CELEBRACIÓN RealAudioMP3

Queridos hermanos y hermanas

“¡La paz de Cristo reine en sus corazones, porque como miembros de un cuerpo han sido llamados a la paz! (Col 3, 15). Con estas palabras del apóstol Pablo, saludo a todos con afecto en el Señor. Me alegro de haber venido a Nazaret, lugar bendecido por el misterio de la Anunciación, el lugar que contempló los años escondidos del crecimiento de Jesús en sabiduría, edad y gracia (cfr. Lc 2,52). Agradezco al arzobispo Elias Chacour sus gentiles palabras de bienvenida, y abrazo con el signo de la paz a mis hermanos obispos, sacerdotes, religiosos y todos los fieles de Galilea, que en la diversidad de sus ritos y tradiciones, dan expresión a la universalidad de la Iglesia de Cristo. Deseo dar las gracias de forma especial a cuantos han hecho posible esta celebración, particularmente a quienes han participado en la planificación y construcción de este nuevo teatro este su espléndido panorama de la ciudad.

Aquí en la ciudad de Jesús, María y José, estamos reunidos para señalar la conclusión del Año de la Familia celebrado por la Iglesia en Tierra Santa. Como signo prometedor del futuro, bendeciré la primera piedra de un Centro Internacional para la Familia, que será construido en Nazaret. Oremos para que este Centro promueva una sólida vida familiar en esta región, ofrezca apoyo y asistencia a las familias en cualquier lugar y las anime en su insustituible misión en la sociedad.

Además tengo esperanza en que esta etapa de mi peregrinación atraiga la atención de toda la Iglesia hacia esta ciudad de Nazaret. Como dijo el Papa Pablo VI todos necesitamos volver a Nazaret para contemplar siempre de nuevo el silencio y el amor de la Sagrada Familia, modelo de toda vida familiar cristiana. Aquí, tras el ejemplo de María, José y Jesús, podemos apreciar aún más la santidad de la familia que, en el plan de Dios, se basa sobre la fidelidad de por vida de un hombre y una mujer, consagrada por el pacto conyugal y abierta al don de Dios de nuevas vidas. ¡Cuánta necesidad tienen los hombres y mujeres de nuestro tiempo de reapropiarse de esta verdad fundamental, que está en la base de la sociedad y cuán importante es el testimonio de parejas casadas en base a la formación de conciencias maduras y a la construcción de la civilización del amor!

En la primera lectura de hoy, tomada del libro del Eclesiástico (Eclo 3,3-7.14-17), la palabra de Dios presenta a la familia como la primera escuela de la sabiduría, una escuela que educa a los propios miembros en la práctica de aquellas virtudes que conducen a la felicidad auténtica y duradera. En el plan de Dios para la familia, el amor del marido y la mujer produce el fruto de nuevas vidas, y encuentra su expresión cotidiana en los esfuerzos amorosos de los padres para asegurar una formación integral humana y espiritual para sus hijos. En la familia cada persona, se trate del niño más pequeño o del familiar más anciano, es valorada por lo que es en sí misma, y no simplemente como un medio para otros fines. Aquí empezamos a observar algunos de los papeles esenciales de la familia como primera piedra de la construcción de una sociedad bien ordenada y acogedora. Además alcanzamos a apreciar, dentro de la sociedad más amplia, el papel del Estado llamado a sostener a las familias en su misión educadora, a proteger la institución de la familia y sus derechos inherentes, y a asegurar que todas las ellas puedan vivir y florecer en condiciones de dignidad.

Escribiendo a los Colosenses, el apóstol Pablo habla instintivamente de la familia cuando intenta ilustrar las virtudes que edifican “el único cuerpo” que es la Iglesia. Como “elegidos de Dios, santos y amados”, estamos llamados a vivir en armonía y en paz los unos con los otros, mostrando sobre todo magnanimidad y perdón, con el amor como el vínculo más grande de perfección (cfr. Col 3, 12-14). Como en el pacto conyugal, el amor del hombre y de la mujer viene elevado por la gracia hasta convertirse en compartido, y expresión del amor de Cristo y de la Iglesia (cfr. Ef 5, 32), de modo que la familia, fundada sobre el amor, esta llamada a ser una “iglesia doméstica”, un lugar de fe, de oración y de preocupación amorosa por el verdadero y duradero bien de cada uno de sus miembros.

Mientras reflexionamos sobre estas realidades, en ésta que es la ciudad de la Anunciación, nuestro pensamiento se dirige naturalmente a María, “llena de gracia”, la Madre de la Sagrada Familia y nuestra Madre. Nazaret nos recuerda el deber de reconocer y respetar la dignidad y misión concedidas por Dios a las mujeres, como también sus carismas y talentos particulares. Ya sea como madres de familia, como presencia vital en las fuerzas laborales y en las instituciones de la sociedad, o como en la particular vocación a seguir al señor mediante los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, las mujeres tienen un papel indispensable en la creación de esa “ecología humana” (cfr Centesimus annus, 39) de la que nuestro mundo, y también esta tierra, tienen necesidad tan urgente: un ambiente en el que los niños aprendan a amar y querer a los otros, a ser honestos y respetuosos hacia todos, a practicar las virtudes de la misericordia y del perdón.

Aquí pensamos también en san José, el hombre justo que Dios puso al frente de su casa. Del ejemplo fuerte y paterno de José, Jesús aprendió las virtudes de la piedad masculina, de la fidelidad a la palabra dada, de la integridad y del trabajo duro. En el carpintero de Nazaret vemos como la autoridad puesta al servicio del amor es infinitamente más fecunda que el poder que intenta dominar. ¡Cuanta necesidad tiene nuestro mundo del ejemplo, de la guía y de la silenciosa calma de hombres como José!

Por último, contemplando la Sagrada Familia de Nazaret, dirijamos ahora la mirada al niño Jesús, que en la casa de María y de José creció en sabiduría y conocimiento, hasta el día en el que inició su ministerio público. Aquí querría añadir un pensamiento particular a los jóvenes presentes. El Concilio Vaticano II enseña que los niños tienen un papel especial en hacer crecer a sus padres en la santidad (cfr. Gaudium et spes, 48). Les pido que reflexionen sobre ello y dejen que el ejemplo de Jesús les guíe no sólo mostrando respeto a sus padres, sino también ayudándoles a descubrir con más plenitud el amor que da a nuestra vida el sentido más completo. En la Sagrada Familia de Nazaret fue Jesús el que enseñó algo a María y a José sobre la grandeza del amor de Dios, su celeste Padre, la fuente última de todo amor, el Padre de quien toda familia en el cielo y en la tierra toma su nombre (cfr. Ef 3, 14-15).

Queridos amigos, en la oración colecta de la Misa de hoy hemos pedido al Padre que “nos ayude a vivir como la Sagrada Familia, unidad en el respeto y en el amor”. Renovemos aquí nuestro compromiso de ser levadura de respeto y de amor en el mundo que nos circunda. Este Monte del Precipicio nos recuerda, como lo ha hecho con generaciones de peregrinos, que el mensaje del Señor fue en ocasiones fuente de contradicción y de conflicto con los mismos que le escuchaban. Por desgracia, como sabe el mundo, Nazaret ha experimentado tensiones en los años recientes, que han dañado las relaciones entre las comunidades cristiana y musulmana. Invito a las personas de buena voluntad de ambas comunidades a reparar el daño que ha sido hecho, y en la fidelidad al credo común en un único Dios, Padre de la familia humana, trabajar para construir puentes y encontrar formas de convivir pacíficamente. ¡Que cada cual rechace el poder destructivo del odio y del prejuicio, que asesinan el alma humana antes que al cuerpo!

Permítanme que concluya con una palabra de gratitud y alabanza hacia cuantos se esfuerzan para llevar el amor de Dios a los niños de esta ciudad y para educar a las nuevas generaciones por los caminos de la paz. Pienso de manera especial en los esfuerzos de las iglesias locales, particularmente en sus escuelas y en sus instituciones caritativas, para derribar los muros y para ser terreno fértil de encuentro, de diálogo, de reconciliación y de solidaridad. Animo a los sacerdotes, a los religiosos, a los catequistas y a los profesores a que se comprometan, junto con los padres y cuantos se dedican al bien de nuestros muchachos, a perseverar en dar testimonio del Evangelio, a tener confianza en el triunfo del bien y de la verdad, y a confiar en que Dios hará crecer toda iniciativa destinada a difundir su Reino de santidad, solidaridad, justicia y paz. Al mismo tiempo reconozco con gratitud la solidaridad que muchos hermanos y hermanas nuestros en todo el mundo expresan hacia los fieles de Tierra Santa, apoyando los loables programas y actividades de la Catholic Near East Welfar Association.

“Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). ¡Qué la virgen de la Anunciación, que valerosamente abrió el corazón al misterioso plan de Dios, y se convirtió en Madre de todos los creyentes, nos guíe y nos sostenga con su oración! ¡Que obtenga para nosotros y nuestras familias la gracia de abrir los oídos a esta palabra del Señor que tiene el poder de construir (cfr. Hch 20, 32), que nos inspire decisiones valerosas, y que guíe nuestros pasos por el camino de la paz!

 

CRÓNICA DE LA CELEBRACIÓN

 

La penúltima jornada del Obispo de Roma en Tierra Santa, comenzó con una fiesta de fe y alegría: la celebración de la Santa Misa en el Monte del Precipicio de Nazaret, que se encuentra a 210 metros sobre el nivel del mar. Aquí ha sido identificado, según la tradición cristiana, el lugar descrito en la narración del evangelista Lucas, que cuenta que Jesús fue conducido a este sitio para ser asesinado, arrojándolo al abismo. En la actualidad se ven las ruinas de un pequeño monasterio del siglo IX.



Sonriente, el Obispo de Roma fue acogido con alegres cantos en árabe, intercalados, a coro, con las frases "Benedicto, bienvenido", en italiano y “viva el Papa”, en español”. Ante 45 mil fieles, el Papa presidió esta misa en rito latino con 250 concelebrantes, de los cuales 40 obispos, en un grandioso altar.



Nazaret, se encuentra a 110 km al norte de Jerusalén. Es la capital de la región del mismo nombre con una población de mayoría árabe israelí. Tiene 70 mil habitantes, de los que 40 mil son árabes. Los cristianos son el 30 por ciento de la población. En la primera fila, junto a las banderas de la Ciudad del Vaticano, se veían ondear otras tantas de Palestina, junto a las de otros países, como Brasil, España, Filipinas e Italia. Imponentes las medidas de seguridad, dado que se trata de la mayor ciudad árabe del Estado de Israel, no exenta de riesgos de tensiones.



Algunos decían que el gran altar, con los típicos colores amarillo y blanco del Vaticano, levantado para esta ocasión era semejante a las velas de un barco. Pero el arquitecto que lo diseñó, nos explicó que no se inspiró en ninguna forma particular, sino que pensó, sencillamente, en realizar una estructura que resultara lo más práctica, segura y económica, por lo que cada uno podría atribuirle su propia interpretación.



En su saludo litúrgico, Monseñor Elías Chacour, obispo greco melquita para Galilea, hablando en árabe se refirió al doloroso fenómeno del éxodo de los cristianos y del drama de los desplazados de algunas aldeas de Galilea, cuyas casas han sido expropiadas por Israel, y quienes claman por volver. El prelado también denunció las grandes dificultades y peligros que amenazan la presencia de la Iglesia en Tierra Santa y reafirmó que las escuelas cristianas son una prioridad absoluta, porque representan el instrumento con el que difundir el mensaje de Jesús y de reconciliación. “Haciendo grandes sacrificios luchamos por la supervivencia –dijo–, pero vamos adelante”. A continuación, le regaló al Pontífice un icono de san Benito.



Nazaret, la ciudad de Jesús, María y José. La ciudad en la que verdaderamente habitó la Palabra, donde Dios encarnado aprendió a rezar en familia. En la pequeña “Iglesia doméstica”. Precisamente con esta celebración eucarística, el Vicario de Cristo en la Tierra concluyó el Año de la Familia en Tierra Santa. Y tal como el mismo Benedicto XVI anticipó durante su homilía, al final de la celebración, y como “signo prometedor para el futuro”, bendijo la prima piedra de un Centro internacional para la familia, que será construido aquí, en Nazaret.



Además, el Papa bendijo otras dos: la del “Parque memorial Juan Pablo II” que se realizará sobre el monte de las Bienaventuranzas, en el mismo lugar en que el Papa Wojtyla celebró la Eucaristía. La fundación judía “Keren Kayemet Le Israel”, junto con el Ministerio del Turismo, realizarán este proyecto para manifestar la gratitud del pueblo judío al hoy Siervo de Dios, cuyo paso por esta tierra ha dejado una huella indeleble. La otra primera piedra que el Santo Padre bendijo corresponde a la Universidad que llevará el nombre de Benedicto XVI. Como dijo al Papa el Monseñor Elías Chacour, se trata de la primera institución académica árabe cristiana en Tierra Santa y exclusivamente en Galilea, Israel. Por eso el obispo para Galilea agradeció que el Santo Padre haya aceptado que le den su nombre; a la vez que agradeció al Consejo israelí para la enseñanza superior su convicción y reconocimiento de esta institución académica, que es la primera de este tipo en Israel.



Una de las oraciones de los fieles fue hecha en nuestro idioma: “Por nosotros, que celebramos el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios aquí en donde el hecho sucedió hace dos mil años, para que sigamos el ejemplo de María en el ofrecer al Señor nuestro sí de cada día, para generarlo en los hermanos y hacerlo presente en las humildes y ordinarias circunstancias de la vida”.



Como dijo el obispo ordinario greco melquita para Galilea, el Papa, con su venida, renovó hoy la presencia del gran Hijo de Nazaret en su país, con su familia y sus parientes. “Caminamos siguiendo sus huellas –añadió–: queremos la justicia y la rectitud, para que todos puedan gozar de la paz y de la seguridad.



Desde Tierra Santa, María Fernanda Bernasconi, Radio Vaticano.








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